El Presidente no pareció satisfecho con la rotunda aprobación que consiguió en el Congreso de la reforma de la Magistratura. Cuando inauguró la semana pasada las sesiones ordinarias arremetió de nuevo contra la oposición. Recordó con razón que fue incapaz de ofrecer un proyecto alternativo al oficial. ¿Hacía falta esa saña? Kirchner se enoja cuando lo tildan de impiadoso con los vencidos. Retruca con la cantidad de peronistas que cobijó después de haberlos doblegado. El último lote correspondió al duhaldismo. Pero el problema no es con aquellos que se rinden sino con quienes se empeñan en continuar el combate.
La oposición también le suele errar al blanco. Se amuchó en diciembre para resistir la reforma antes corrida por un Gobierno intemperante que guiada por sus convicciones e intereses. Aquella fotografía resultó un flash. La oposición no comprendió que la reforma se aprobó con 149 votos y que aquel par fue sólo una propina; PRO sigue evidenciando una fuerte labilidad en sus filas donde las deserciones resultan llamativamente recurrentes.
Elisa Carrió dio pelea hasta la votación de la reforma, pero luego calló. Su silencio se asemeja, en verdad, al silencio del ARI. La mujer estaría persuadida de algo: el empuje de la economía distrae la atención social de los asuntos institucionales. Se reiteraría, a juicio suyo, una permisividad colectiva similar a la que caracterizó las épocas de la bonanza menemista. Resultaría difícil, entonces, remar contra la corriente.
Kirchner hizo, en cambio, lo contrario de la oposición. No se retiró del teatro y ensalzó la reforma como uno de los logros de sus casi tres años de gestión. Continuó, además, la tarea de recomposición en el peronismo. Convocó al gobernador de Salta, Juan Carlos Romero, con quien no tiene pocas diferencias. Cristina Fernández tuvo gestos de reconciliación con Daniel Scioli después de aquella filípica ingrata que le había propinado a fin del año pasado. El vicepresidente ha calzado mejor en el vértice del poder. Pero con la oposición no habría ni justicia.
¿Tanto? Alguna hendija, quizá, podría abrirse. Pero el diálogo oficial no sería con los partidos opositores sino con las organizaciones sociales que también plantearon objeciones contra la reforma. Entre ellas el CELS, de alta sensibilidad para el Presidente. Alberto Fernández, el jefe de Gabinete, y Alberto Iribarne, el ministro de Justicia, iniciarán los próximos días la tarea de reglamentar la ley de la reforma y convocarían a participar a aquellas ONG. De todos modos, el nudo de la cuestión —la incidencia oficial en la futura designación o destitución de jueces— se mantendrá intacto.
Algo de razón tiene Carrió. Con el progreso de la economía el Presidente machacó los oídos de legisladores propios y ajenos. Y quedó claro que ésa constituye hasta ahora la columna vertebral de su gestión. Los índices siguen ayudando con el incremento del empleo formal (un 10% en 2005) y la trepada de la recaudación. Pero el gran alivio político fue la baja inflación de febrero del 0,4%. Kirchner la felicitó a Felisa Miceli que acompañó al mandatario en el acuerdo de precios.
Pero la ministra de Economía no logra despegar con un perfil propio: está planeando para mitad de año un viaje a Washington que la acercaría al secretario del Tesoro, John Snow. También podría participar en el primer encuentro plenario del FMI.
¿La economía logra retacear también el interés popular por el conflicto tenso con Uruguay? Quizá los miedos y padeceres intensos de los entrerrianos no sean iguales a los de sus compatriotas. Pero hay en el medio un pleito convertido en una cuestión de Estado que debería atañer a su clase dirigente. El Gobierno alterna malas con buenas. Pero la oposición parece ausente. Macri, por caso, no estuvo en la sesión de Diputados que sancionó el proyecto para recurrir a la Corte de La Haya.
Kirchner mostró, en ese sentido, dos caras. Nunca respondió una carta de Tabaré que reclamó por el bloqueo de los pasos fronterizos. Fue interpretado como un desaire. Pero hizo luego desde el Congreso una propuesta que reanimó un diálogo bilateral que por semanas asomó desvanecido. Es cierto que habló sólo de las papeleras y omitió a los piquetes. Pero Uruguay hizo lo contrario. Con omisiones de una y otra orilla está claro que cualquier solución pasará por liquidar aquellos piquetes y darle a la Argentina respuestas sobre el impacto ambiental y su posible participación en los futuros controles.
Kirchner y Tabaré tienen sus problemas domésticos. Pero la reyerta ya no es una cuestión que incumba sólo a ellos y a sus naciones. El Mercosur está incómodo. Daniel Filmus y Carlos Tomada han de bido suspender planes de cooperación regional en las áreas educativa y laboral. La semana pasada se aplazó una cumbre de mandatarios que iba a juntar en la primera línea a Lula, Kirchner y Hugo Chávez.
Antes de que Kirchner y Tabaré se vean, debería ocurrir algo. El Gobierno tiene dificultades para desarticular los piquetes. Las tiene por dos motivos: ha tolerado siempre esas prácticas frente a reclamos de cualquier tenor. Hubo comprensión en las épocas de la gran crisis, pero hay menos comprensión ahora. Tampoco el Presidente fue transparente cuando semanas atrás recibió a los asambleístas de Gualeguaychú: esos dirigentes, aunque nunca recibieron un apoyo expreso, volvieron a su provincia con la sensación de que tenían vía libre.
Kirchner pretende ahora que aquellos cortes concluyan para transmitir a Tabaré una señal de buena voluntad. El gobernador Jorge Busti realizó varias gestiones hasta ahora sin fortuna. El pedido formal del levantamiento de las medidas lo convino con Kirchner, y su presión irá en aumento. Se empezaría a vislumbrar un suave cambio: los entrerrianos apoyaron los piquetes, pero empiezan a creer que llegó la hora de negociar.
Tabaré tampoco transita por un sendero de rosas. El Frente Amplio y él mismo cuestionaron el proceso de instalación de las papeleras antes de llegar al poder. Tuvieron ásperos encontronazos, por entonces, con el Presidente Jorge Batlle. Esas peleas figuran en los archivos de la prensa y las radios de Uruguay. Fuentes del Gobierno argentino dicen que en las conversaciones preliminares, antes de asumir, Tabaré se refería a las papeleras como "el presente griego" que me dejan.
Pero la realidad lo instó a cambiar. Una inversión de 1.800 millones de dólares, como la que demandan las plantas papeleras, no es una anécdota para Uruguay, donde la economía está clavada hace décadas en las finanzas y la ganadería. El caso se convirtió además en una prueba piloto para el gobierno del Frente Amplio que llegó con gran consenso, pero también con ciertas prevenciones del pasado. Tabaré no quiere ser responsable de espantar aquella inversión tramada por sus opositores.
Lo cierto es que mientras Kirchner se ensimismaba con el progreso económico y la edificación de su poder y Tabaré producía aquel giro, se fue incubando esta crisis de la cual ambos presidentes se percataron tarde.
Es mejor, sin duda, que el gobierno de Kirchner haya tomado partido públicamente por el levantamiento de los cortes, cosa que no había hecho hasta ahora. Pero no es suficiente.
Fue el propio Kirchner el que decidió probar suerte con la desmovilización de los asambleístas. En su enternecedora convocatoria a Tabaré Vázquez, ante la asamblea parlamentaria, Kirchner se había olvidado de los cortes de los puentes en Gualeguaychú y Colón. Se había olvidado, en fin, del punto nodal de la tensión con Uruguay.
El gobierno de Montevideo aclaró luego que el vicepresidente quiso decir que el pedido de Kirchner no era pertinente jurídicamente. Fue una buena excusa, pero el término "impertinente" tiene una acepción muy distinta en el idioma de la gente común.
Nada cambió: Tabaré Vázquez volvió a insistir sobre la posición de su país, que consiste en que no negociará mientras estén cortados los puentes internacionales. Kirchner quiere 90 días de paralización de las obras (también se conformaría con 60) para tener argumentos para levantar los piquetes argentinos en los puentes. Tabaré Vázquez asegura que está dispuesto a la más generosa de las negociaciones, pero sólo después de que los puentes queden liberados.
Hay cierta impericia política. Cualquier marciano hubiera creído que Busti reclamó el levantamiento de los cortes respaldado en un trabajo político previo. No. Sólo se lanzó de cabeza a la piscina y ésta estaba vacía. El problema de fondo quedó intacto luego de que la asamblea decidió, lo más campante, que no escuchará ni a los argentinos ni a los uruguayos.
El problema de fondo es, en realidad, si las papeleras contaminarán, o no, la ribera argentina. Uruguay sostiene que la contaminación será -si existiera- mínima, pero no aportó aún la información que respalde esa aseveración. Alberto Fernández y Gonzalo Fernández, el colaborador de más confianza de Tabaré Vázquez, son viejos amigos y han conversado sobre la cuestión hasta llegar a las cercanías del acuerdo.
Las papeleras podrían paralizar las obras, porque los gobiernos de los países de las que provienen (España y Finlandia) están interesados en una solución. Pero se trataría de un recurso extremo, que las empresas sólo usarían si tuvieran la certeza previa de que existe una vocación de acuerdo entre los dos países.
La vocación para un acuerdo existe, aunque no parezca, y sus trazos fundamentales ya están demasiado parloteados por argentinos y uruguayos.
Tabaré Vázquez ya no es más el compañero de correrías con el que contaba Kirchner. El gobierno uruguayo ha tomado la decisión de abandonar sus acciones en Telesur, un canal de televisión creado por Hugo Chávez y que, hasta ahora, tenía como socios a Cuba, Uruguay y la Argentina.
Uruguay no quiere hacerse cargo, sin tener arte ni parte, de las explosiones verbales del "Mussolini tropical", como Alain Touraine lo llama a Chávez. Y Kirchner detesta quedar asociado solitariamente con Chávez y Fidel Castro.
Brasileños y argentinos le propusieron al gobierno uruguayo una operación financiera para que Uruguay pagara su deuda con el Fondo Monetario Internacional. Uruguay tiene una inmensa deuda pública. La operación contaba, como siempre, con un financista final: Chávez y sus petrodólares.
Tabaré Vázquez agradeció el gesto pero lo rechazó: no quiere quedar en manos del líder populista de Caracas. Es una decisión en sentido contrario de la política de Kirchner, que ya le vendió a Chávez bonos argentinos por unos 2500 millones de dólares para deshacerse del Fondo Monetario.
Sin embargo, tales enfados kirchneristas no tendrían por qué entrometerse en el objetivo final, que debería consistir en respetar los actos soberanos de Uruguay y garantizar la calidad de vida de los argentinos. Ninguna de esas intenciones podrá resolverse, con todo, sólo en la orilla imprudente del río.
El mensaje que el presidente Néstor Kirchner envió desde el Parlamento nacional, el pasado miércoles, a Uruguay fue efectivo, ayudó a cambiar el clima belicoso que se había instalado a ambas veras del Río de la Plata, y ahora el conflicto generado por la instalación de dos papeleras europeas en la margen oriental del río Uruguay se ha distendido moderadamente. Palabras sensatas y cálidas las del presidente argentino, que habían sido anticipadas –no en su forma y contenido, sí en su gestualidad– desde el cenáculo de la Casa Rosada a Montevideo en una conversación telefónica previa al mensaje de apertura de sesiones ordinarias. El regreso a las conversaciones permitiría dos instancias auspiciosas: que Kirchner y su par, Tabaré Vázquez, se encuentren este mes para abordar el asunto (reunión que podría ser o no en Santiago de Chile), y que en 15 o 20 días más las factorías europeas aportasen a ambas administraciones estudios ambientales de elaboración propia sobre las consecuencias de sus faenas.
Kirchner designó como su interlocutor ante el Ejecutivo uruguayo en este tema al jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Tabaré hizo lo mismo con su secretario general, Gonzalo Fernández. Y quien del lado argentino lleva la coyuntura es el canciller, Jorge Taiana. Esta semana los uruguayos enviaron a Buenos Aires a uno de sus más carismáticos y respetados dirigentes del Frente Amplio, el ministro de Agricultura, José “Pepe” Mujica, añejo tupamaro, de gran influencia en el electorado y dentro del frente de gobierno.
Mujica se reunió el jueves con Taiana y parte de su staff diplomático en la residencia del embajador uruguayo a este lado del Plata, Francisco Bustillo. Al finalizar, acordaron mantener la reunión en secreto y seguir avanzando en las conversaciones. Pero Mujica, no bien llegó a Montevideo, informó a los medios locales sobre la tertulia y algunas conclusiones. Los diplomáticos argentinos quedaron asombrados. “No sé –especulaba ayer uno de ellos que conversó con Página/12–, puede que Mujica quiera presentarse como el ‘arreglador’ de este entuerto. Nos sorprende. Pero que haya dado a conocer la reunión no significa que no vamos a mantener nuestro acuerdo: vamos a seguir conversando, como dice él mismo, para resolver el conflicto.”
Tirios y troyanos parecen haber regresado a la política pero, por el momento, nadie deja de lado su línea argumental. Los trujimanes argentinos sostienen que los uruguayos deben abandonar la exigencia de terminar con los cortes de ruta en los pasos internacionales de Gualeguaychú y Colón para sentarse a la mesa. “No se puede tratar el punto número dos antes que el número uno, que es precisamente la decisión inconsulta de Uruguay de establecer las papeleras en un río compartido, violando el tratado internacional y el reglamento del organismo binacional que lo regula (la Comisión de Administración del río Uruguay) y la posible contaminación”, acometió un diplomático argentino ante este diario.
En Balcarce 50 sostienen, además, que es falaz el argumento de aislamiento económico que los cortes de los vecinos le estarían propinando al vecino país. “En enero dejábamos pasar a los camiones arroceros de Brasil, a muchísimos turistas. Eso está documentado por el Ministerio del Interior (argentino). Y además, de los tres puentes siempre estuvo abierto uno”, abundó. La preocupación del confidente de Página/12 fue creciendo a lo largo de estos meses en tratativas con sus pares uruguayos, que día a día endurecían su posición, proporcionalmente a la intransigencia de los habitantes de Gualeguaychú, principales actores en el corte de ruta más notorio.
Si bien en Buenos Aires están convencidos de que no se debe discutir primero los cortes antes que la contaminación posible, el cambio de humor a partir del mensaje de Kirchner y la respuesta obtenida han modificado alguna perspectiva oficial respecto de los entrerrianos. Ayer mismo, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, los incitó a dejar la carretera por un tiempo, a efectos de encaminar las conversaciones políticas. Los vecinos se muestran con una cerrazón que –temen en la Rosada– podría generar que el conflicto vuelva a agravarse.
El gobernador entrerriano Jorge Busti ha comenzado a mutar su posición, una vez más. Al ver, durante 2005, que los vecinos de Gualeguaychú encabezaron una rebelión que podría tenerlo como víctima, decidió montarse en la cresta del conflicto, agitándolo como un ambientalista más. Ahora, que es menester la moderación de los vecinos para dar lugar a la política y la diplomacia, Busti, impotente para modificar la opinión de sus vecinos por el convencimiento, amenaza con acudir a la Justicia para sacarlos del camino, de ser necesario. “En Entre Ríos se van a pagar costos políticos. Busti los va a pagar. No está mal: él fue, vino, cambió de posición. No está mal que los pague”, dijo a Página/12 un importante consejero del Presidente, miembro del Gobierno.
Paralelamente, el gobierno argentino ha trabajado para descomprimir otro frente. La papelera finlandesa Botnia había imaginado –y en parte convencido a la administración frentista– que la presidenta de su país, Tarja Halonen, llegaría a la república oriental a descubrir la piedra inaugural de la planta procesadora de celulosa dentro de unos meses. Desde el Palacio San Martín se le hizo saber a Helsinki que serían demasiados platos a una mesa tendida por una empresa que ha generado un conflicto diplomático. Los finlandeses decidieron suspender la visita de la mandataria: no ven necesario irritar a Buenos Aires; Botnia bien puede defenderse sola.
La sugerencia diplomática fue connotada con otra suspensión: en un mes debía realizarse un encuentro interparlamentario argentino-finlandés, previsto con mucha antelación. El presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados argentina, Jorge Argüello, la desarticuló. Los finlandeses entendieron el mensaje y el meeting será en mejor oportunidad.
Toda esta movida, más las gestiones de varios funcionarios orientales, han influido (al parecer) en el ánimo de las empresas en cuestión. Si bien los contratos que las unen a Uruguay son del más puro canibalismo menemista, los hombres de negocios finlandeses y españoles ven con preocupación lo que, hasta ahora, ha sido una escalada. “Ellos saben que pueden tener muchos, muchos problemas, durante mucho tiempo. Y, en realidad, lo que quieren es hacer su negocio. Saben que se les puede complicar. ¿Quién quiere una ‘Vuelta de Obligado’ en Gualeguaychú?”, exagera un importante integrante del gobierno argentino ante este diario. El hombre agrega que “hay un cambio de actitud también en ellas (las empresas): posiblemente, en 15 o 20 días tendrían listos sus informes ambientales. Ante la ausencia de toda información, esto sería un paso adelante”.
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