lunes, noviembre 20, 2006

"Volver a empezar", por F. Pollak

Por Federico Gabriel Polak

Ex vocero de Raúl Alfonsín. Su último libro es Un viejo diccionario español
(2005).



La Argentina añora a aquella otra Argentina instruida, la de un pasado que
auguraba grandeza; aquella que miraba al mundo con altivez; la del futuro
dorado que la llevaría -cándida creencia- a ser la primera potencia por el
simple devenir de las cosas, sin prever las jugadas que sobrevendrían.
Bastaba con portar la mies como estandarte, acompañada de blasones
ganaderos.

Con sus productos fluyendo al Atlántico Norte, disfrutó entre 1913 y 1929 de
la mayor bonanza de su historia. Triplicó el valor del comercio exterior; se
regocijó con el más alto nivel de confort material de América latina.
Duplicó el tendido de cables telegráficos; construyó rutas y ferrocarriles,
y aventajó a todas las repúblicas latinas. El poder adquisitivo per cápita
era dos veces superior al de Cuba, que la seguía en prosperidad. Adquiría
por cabeza en tiempos de paz más artículos importados que los propios
residentes de los Estados Unidos.

El Centenario mostraba ya ese escenario. Quien resumió mejor aquel frenesí
fue Juan Balestra, en su conocida carta al presidente electo Roque Sáenz
Peña: "Nadie, ni remotamente, había anticipado la grandeza del pueblo
argentino... Ha generado energía suficiente como para iluminar un siglo
entero. Hoy ha comenzado una nueva era". Un entusiasmo cuya dimensión ahora
se antoja desaforada era válido en esa acuarela deslumbrante, sostenida por
un sistema institucional robusto, con el sufragio universal, secreto y
obligatorio.

¿A qué resumir lo que vino después? Aquella promesa de grandeza fue
asesinada por cientos de noches de cuchillos largos. Tiene, sin embargo, en
su segundo centenario una oportunidad similar, favorecida, entre otras
cosas, por la soja transgénica, con chinos e indios que marcan caminos de
mercado global. ¿Va a acompañar la Argentina a la suerte, o se limitará de
nuevo a regodearse con ella?

La dirigencia política no acompaña. El Gobierno parece arrogante y
hegemónico. Desatiende las instituciones, casi las pisotea. El discurso
parece ir por el camino correcto las más de las veces, pero no hay diálogo
con la oposición. Para colmo, ésta no se estructura como tal. Entiende mal
los mensajes de las urnas y no se ocupa del futuro. Incluso ha habido
dirigentes que, consultados sobre si conversarían con el Presidente si éste
la llamase, aseguraron que no, "porque es el peor". ¡Vaya razón! ¿Así se
construye la unión nacional? La política se ha reducido a los aspectos más
ruines de la lucha por el poder.

Desde luego, aunque los dirigentes no se pongan de acuerdo, el derrotero
argentino es afianzar un sólido conglomerado con Brasil -iniciado ya en
1985- y admitir su carácter de protagonista de un proceso de desarrollo que
tiene, para ese país, medio siglo de vida. Repetir viejos escenarios de
competencia oratoria sobre nuestra grandeza ante quien hoy es más sería una
renovada insensatez: en la era de la comunicación, no hay vías para los
encantamientos ni existe en el raciocinio moderno quien aconseje desandar
esos senderos.

Vamos hacia allá por el Norte, con los vecinos de la región, y hacia adentro
mismo, al encuentro de nuestro destino de Sur, en busca de la identidad
propia. Deberá la Argentina decirlo y hacerlo; reconstruir sus industrias en
lo que sirva; negociar el ingreso del capital extranjero real, el que
invierta, no el que compre lo que hay únicamente; dar salida laboral al
sector privado para el conjunto de empleados públicos que no puedan ser
adaptados a las funciones del Estado moderno; instrumentar una estrategia
que permita encarar el futuro desde la posición en que se está, no en la que
pudo haber sido; con la pobreza, el hambre, el desempleo y la deuda a
cuestas; divisar caminos alternativos; levantar la bandera de la
ecología -el nuevo nombre del desarrollo para este milenio- con sus tierras
no contaminadas, sin tsunamis ni terremotos que todo lo destruyen; con la
Patagonia virgen; alejarse de los escenarios del terror internacional lo más
posible, como apertura a una fresca corriente
inmigratoria.

¡Tantas cosas pueden hacerse desde la humildad! Otros lo hicieron. Fueron
humildes, por caso, la otrora orgullosa España para levantarse después de
sus caídas; lo fue Brasil, que habiendo sido siempre menos antes, es ahora
más. Deberían tomar nota tanto el Gobierno como la oposición: siempre hay un
punto para volver a empezar. Con optimismo, pero sin arrogancia.

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