Bajo el título Macbeth en democracia, ayer La Nación publicó una columna brilante de nuestro amigo columnista radial Eduardo Fidanza.
La nota completa la podrán hallar en: www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1036818
Aquí va una mínima síntesis:
El déspota de las tragedias aborrece la ciencia política.
La enajenación no se advierte mientras escala el éxito.
El déspota, que desconfía hasta de su sombra, no termina de creerlo. ¿Es verdad lo que percibo? ¿Puedo estar seguro de mi suerte? ¿No me acechará la traición? El poder absoluto genera vacío y angustia.¿En qué consiste el delirio que hay que sostener? …que es el ser más poderoso que hubo jamás sobre la Tierra; segundo, que ese poder le durará para siempre, y tercero, que por lo tanto no deberá temer: ningún rival logrará desafiarlo ni vencerlo. Con esa convicción, siempre se puede arriesgar un poco más. El tirano es un jugador empedernido, irremediable: doblará la apuesta una y otra vez. No escuchará razones porque nadie está en condiciones de ofrecérselas; no hará cálculos porque cree tener la batalla ganada antes de librarla.
Tal vez sea Macbeth, uno de los personajes más famosos de las grandes tragedias de Shakespeare, quien mejor se ajusta a este retrato.Logra el poder, pero no podrá desentenderse nunca más de la traición, la intriga y la muerte. Teme, en secreto, ser traicionado como él traiciona, despojado como él despoja…prefiere el silencio: no hay que preguntar porque los interrogatorios lo enfurecen.
El final de Macbeth es una joya del género trágico. "Esta crisis me afirma para siempre, o ahora mismo me arroja del trono". cbeth nos sigue atrayendo. Es su naturaleza política y psicológica la que lo aproxima a nosotros, no sus crímenes. Es el desprecio por el equilibrio, la atribución de conspiraciones y la ceguera lo que nos recuerda a ciertos líderes políticos contemporáneos.
No parece una referencia remota para los que enfrentan día tras día un discurso reordenador de la historia, que fija de nuevo las épocas y distribuye culpas y absoluciones según la vieja receta de dividir para reinar.
Macbeth no está loco, como muchos creen. Pero su conducta se rige por una racionalidad sin matices, cuyas opciones son todo o nada. La democracia puede ser drama o comedia, psicodrama o sainete, nunca un hecho irreparable o una guerra perpetua. Por eso suele fijar límites, antes de que sea tarde, a los líderes que desconocen la mesura.
Eduardo, siento el enorme placer de encontrar en tu escritura, una original asociación de la delgada linea que, ¿divide o funde? el poder y la locura.
ResponderBorrarQue un sujeto se conciba sin falla con el sufrimiento que implica sostener la creencia de tal delirio.
Guardo en mi archivo este texto extraordinario, para compartirlo fundamentalmente con los que sin darse cuenta "padecen de este mal".
Cariños.
Olga Ricciardi