jueves, enero 22, 2009

El último cowboy

Por Eduardo Zamorano


Los fastos espectaculares de la asunción de Barack Obama contrastan con la oscura y vergonzosa salida de George W Bush después de ocho largos años de ejercer el poder en la primera potencia del mundo.

Intelectualmente mediocre, acosado por brotes de dislalia que hicieron el festín de los humoristas, con un pasado de alcoholismo y disipación, estigmatizado desde niño por un padre prestigioso que temía ver mancillado su aristocrático linaje, Bush venció sus ostensibles limitaciones convirtiéndose -para estupor de sus íntimos, desdicha de sus connacionales, y fatalidad del mundo- en el 43 Presidente de los Estados Unidos de América.

Entonces, el mote “W” coincidió con su inesperado despegue político, desplazando al subestimante “junior” que lo había acompañado como una versión cariñosa pero caricaturesca de su noble progenitor.


Con el film llamado, precisamente, “W” recientemente estrenado en la Argentina, OLIVER STONE completa una trilogía de biopics políticas que arrancó con “JFK” (1991), y se continuó con “NIXON” (1995).

En el primer caso no fue, en rigor, una biografía de Kennedy sino la recreación de su asesinato según la versión (oficialmente tildada de: “conspirativa”) del Fiscal Garrison; por el contrario, la segunda obra de la saga mostraba la compleja psicología de Richard Nixon (el único presidente renunciante en la historia norteamericana) y su trayectoria política semejante a una montaña rusa: ascensos y caídas consecutivos.

La película sobre Bush lo instala en el tiempo de los arduos debates con su equipo de colaboradores acerca de la estrategia de la denominada “guerra preventiva” contra IRAK y el “Eje del Mal” (Bush había propuesto bautizarlo como “el eje de la comadreja”, pero tímidamente sus adláteres lo disuadieron; además se cautivó con la palabra “eje” porque pensaba en la asociación de los americanos con su siniestro adversario en la Segunda Guerra Mundial).


Este escenario de la cocina política estadounidense, apasionante para quienes se interesen por el complejo manejo de toma de decisiones en la cima del poder mundial, se mixtura con flashes sobre el opaco pasado de quién tenía inequívoco destino de convertirse en la “oveja negra de la familia”.

Ambas líneas argumentales avanzan al unísono: las vacilaciones sobre la invasión a Irak resultan simétricas con la búsqueda de su identidad por parte de un jóven (y no tanto) Bush.

Y el itinerario de estas tramas paralelas también se resuelve de consuno: la determinación de lanzar la temeraria operación bélica se sobreimprime con la revelación divina que desvía el camino del personaje insuflándole la férrea convicción -lindante con el fundamentalismo- de que Dios lo ungió para ser la cabeza del pueblo norteamericano.


La filmografía de Stone nos parece despareja en orden de mérito, también -es honesto confesarlo- experimentamos cierto desagrado hacia su personalidad (es el típico provocador que retoza escandalizando en muchos casos acudiendo a la desmesura y la tergiversación; en lunfa posmoderno diríamos: un tremendo bocón).

Empero esta película (igual que las excelentes “Peloton” y “JFK”) nos resultó sumamente atractiva tanto por el inteligente tratamiento del personaje como por la estupenda recreación de la real politik norteamericana. A ello debe sumarse que -a diferencia de la morosidad que restó brillo a “Nixon”- el film está dotado de una notable agilidad y un ritmo que no decae.

Por tal motivo, nos parece que la crítica argentina ha sido avara a la hora de calificar los quilates de esta obra.


A nuestro entender los aspectos más logrados de la película son los que siguen:


1.- Las imperdibles reuniones de gabinete. La esgrima argumental entre los mayoritarios halcones (Runsfeld; Rove; y sobre todo Cheney, tan agudo como brutal) y las palomas (un rotundo y coherente Colin Powell en la discreta compañía de la acomodaticia Condoleeza Rice).

Lo que arranca carcajadas es que las interminables especulaciones dialécticas, de pronto y sin mayores preámbulos, son finiquitadas por un exabrupto bushiano. Desde luego, ninguna reunión podía terminarse sin la infaltable oración al Supremo, momento en el que todos, judíos incluídos, son imperativamente convocados a posternarse.


2.- La pintura del personaje: George W. Bush. Como anticipamos era cómodo, máxime para un radical como Stone, presentarlo como un malvado o un estúpido; quizás más fácil aún: como un “estúpido malvado”.

Empero, tanto el guión como la dirección, dotan a su criatura de una sutil excepcionalidad: la encarnación del sueño americano sobre aquéllo de “¡TU PUEDES!” que plasman los libros de “autoayuda” de vieja data en el país del Norte, y que desde hace un tiempo tienen sus émulos domésticos.

Pero esta voluntad indomable es seria. No es sencillo sobrevivir a un padre que sentencia: “Tu me has decepcionado; te has olvidado que eres un Bush no un Kennedy”.

Tampoco es simple, en medio de tanta cerveza y festichola, enamorarse de la mujer exacta, conservarla, y encima probablemente hacerla feliz.


¿Es Bush un psicópata?

Este escriba no pondría sus manos en el fuego, pero la película sugiere que, entre sus varias taras, no figura esta patología.



3.- Sí aparecen con nitidez, en la magistral composición de JOSH BROLIN, su frivolidad ante acontecimientos conmovedores (personales y colectivos); una mezcla de obcecación y tenacidad para conseguir sus objetivos; la pobreza intelectual compensada con una cierta sagacidad para poner foco en el meollo de los problemas; la absoluta conciencia de sus limitaciones (virtud extraordinaria para un animal político; lástima que esas especies no habitan en nuestra geografía); y sobre todo un airecillo de cowboy tonto que, a pesar del tiempo y la distancia, todavía mueve a la sonrisa a los habitantes del Rio de la Plata.


Hoy los medios, norteamericanos y mundiales, reflejan mayoritariamente que fue el peor presidente que tuvo EEUU; este escriba carece de conocimientos para suscribir una afirmación tan taxativa pero piensa que si no es gol pega en el palo.

Sin embargo, una cosa es la crónica periodística y otra la elaboración histórica cuando las cenizas están apagadas. No puede descartarse la sorpresa.

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