Por Bernardo Poblet - escritor/columnista de Construcción Plural
En la Argentina, la calidad de la educación está en franco deterioro.
Esto no es una opinión, es un dato que surge de los análisis disponibles -muchos oficiales- que lo validan. Sin embargo, nos parece que el impacto que esto tiene para el futuro de los chicos y jóvenes y por consiguiente en la sociedad, no está suficientemente valorada. No se observa en quienes tienen la responsabilidad republicana de tomar decisiones para revertir este proceso que estén desarrollando ideas y acciones; tampoco muchos adultos, en particular los padres, están golpeando cacerolas -una forma de decir- para pedir que los políticos se ocupen, no con discursos, sino proponiendo planes concretos - qué hacer, como, con quién, cuando y con que recursos - para que el tema tenga la importancia que debe tener.
Y esto nos lleva a un factor clave en el proceso educativo que es el maestro.
Cuando hablamos de educación es necesario poner el foco en el aprendizaje y en el chico; de otra manera es de no poca probabilidad que terminemos hablando de los medios. Y cuando nos enamoramos de los medios, las cosas se confunden y suele perderse de vista el objetivo central que es, precisamente, el aprendizaje. El auténtico aprendizaje genera cambios en las conductas. Nos permite mirar y ver cosas que la ignorancia no nos deja ver. Nos prepara para la vida en sociedad, para convivir en un medio plural. Es la vacuna contra los virus de la mentira y la hipocresía que nos rodean y frecuentemente se mimetizan como verdades y convicciones con el propósito de manipularnos. Es la mejor manera de desarrollar nuestra claridad conceptual para ser mejores personas.
Y el chico es la materia prima clave, su mente está abierta. Y es el maestro el que tiene una enorme responsabilidad porque debe despertarles el interés -nadie aprende lo que no le interesa-, hacer descubrir los temas con métodos activos que enganchen a los chicos, detectando y respetando individualidades y todo esto -ya de por sí un trabajo complejo que requiere conocimientos y habilidades - en un entorno donde -los auténticos maestros- están solos, extremadamente solos, abandonados a su propia auto motivación. Reciben a chicos con padres separados o indiferentes que abdican en el maestro su propia responsabilidad, en un medio social con valores deteriorados y no pocas veces con falta de alimentación adecuada. Y en ese ambiente, casi hostil, deben generar un ámbito adecuado para el aprendizaje.
Esos maestros -que los hay y muchos- merecen nuestro enorme respeto.
Pero está creciendo una especie nueva que se auto denominan trabajadores de la educación, con una dirigencia gremial y algunos de los que lo siguen, que parecen alejarse de este centro de interés primario que es el aprendizaje del chico. El énfasis se pone en los horarios, el escalafón, los ascensos, los sistemas de calificación, los puntajes, la antigüedad, los cargos. Todos derechos legítimos. Lo que no nos parece legítimo es la prioridad sobre el objeto de la educación y los medios que se utilizan. Están demostrando, en los hechos, que el trabajador de la educación es más importante que el maestro. Y no es un juego de palabras. La preocupación por la compensación del docente es legítima, por cierto, pero la señal clara es que toda la fuerza está en el docente y no en el chico. Todos los conflictos terminan –o comienzan- con paros y pérdidas de clase. La intransigencia en los modos de plantear reclamos; la automaticidad para apelar a la discontinuidad del aprendizaje -de eso se trata- (no es una fábrica donde se dejan de producir escobas o jabones), la escasa preocupación por generar otros caminos para llamar la atención y, en no pocas ocasiones, apelando a formas que violan las leyes cuyo cumplimiento deberían inculcar a sus alumnos. El propio estatuto señala como obligación del maestro “educar a los alumnos en los principios democráticos y en la forma de gobierno instituida en nuestra Constitución nacional y en las leyes con absoluta prescindencia política “. Es decir es una responsabilidad primaria despertarles el interés de saber porque es imprescindible compartir los valores de una Nación, un sistema democrático, una República, para que comprenda como funciona, por qué hay que preservar que se cumplan las reglas, por qué es el modo de asegurar que todos los habitantes de la Nación podamos convivir en la diversidad,
Y el discurso parece desviarse hacia los medios. Más allá de aulas y condiciones mínimas razonables, se piden mayores presupuestos pero no queda claro la eficacia de la asignación de los recursos que ya se tienen; se pide una computadora por escuela, bien, pero, ¿para qué?, ninguna herramienta es mejor que la persona que la opera ¿quién y cómo se entrenará al docente para la utilización efectiva de estos instrumentos?. Algunos parecen abdicar -esta vez en la tecnología- la formación del chico (recientes estudios en Harvard señalan las maravillas pero también las limitaciones de la informática “ el exceso de computación disminuye la capacidad de pensar...terminan delegando en la tecnología su capacidad de atención y hasta de análisis...porque la máquina no compromete el razonamiento” (artículo de Jaim Etcheverry) Si hablamos de formación docente, el mismo estatuto establece el derecho -y obligación consecuente- para el educador de: “ampliar su cultura y propender al perfeccionamiento de su capacidad pedagógica.” que no se resuelve con los procedimientos burocráticos para las promociones que el estatuto propone; no se trata de saber más, menos de acumular horas de asistencia a cursos, se trata de saber hacer, aplicando en sus alumnos las metodologías cuyo aprendizaje si, nos parece, deberían exigir con mayor énfasis...La lista es larga....
Hay que estimular y apoyar a los Maestros con vocación preocupados por el aprendizaje. ¿No habrá que repensar la filosofía educativa? ¿No habrá que revisar, en consecuencia, el Estatuto del Docente?
Necesitamos que los maestros hablen de educación. Y los adultos tenemos la responsabilidad de acercarnos a ellos con el convencimiento de que los chicos aprenden fuertemente con el ejemplo y los padres y los maestros son los referentes primarios Necesitamos que los maestros hablen de educación.
En la Argentina, la calidad de la educación está en franco deterioro.
Esto no es una opinión, es un dato que surge de los análisis disponibles -muchos oficiales- que lo validan. Sin embargo, nos parece que el impacto que esto tiene para el futuro de los chicos y jóvenes y por consiguiente en la sociedad, no está suficientemente valorada. No se observa en quienes tienen la responsabilidad republicana de tomar decisiones para revertir este proceso que estén desarrollando ideas y acciones; tampoco muchos adultos, en particular los padres, están golpeando cacerolas -una forma de decir- para pedir que los políticos se ocupen, no con discursos, sino proponiendo planes concretos - qué hacer, como, con quién, cuando y con que recursos - para que el tema tenga la importancia que debe tener.
Y esto nos lleva a un factor clave en el proceso educativo que es el maestro.
Cuando hablamos de educación es necesario poner el foco en el aprendizaje y en el chico; de otra manera es de no poca probabilidad que terminemos hablando de los medios. Y cuando nos enamoramos de los medios, las cosas se confunden y suele perderse de vista el objetivo central que es, precisamente, el aprendizaje. El auténtico aprendizaje genera cambios en las conductas. Nos permite mirar y ver cosas que la ignorancia no nos deja ver. Nos prepara para la vida en sociedad, para convivir en un medio plural. Es la vacuna contra los virus de la mentira y la hipocresía que nos rodean y frecuentemente se mimetizan como verdades y convicciones con el propósito de manipularnos. Es la mejor manera de desarrollar nuestra claridad conceptual para ser mejores personas.
Y el chico es la materia prima clave, su mente está abierta. Y es el maestro el que tiene una enorme responsabilidad porque debe despertarles el interés -nadie aprende lo que no le interesa-, hacer descubrir los temas con métodos activos que enganchen a los chicos, detectando y respetando individualidades y todo esto -ya de por sí un trabajo complejo que requiere conocimientos y habilidades - en un entorno donde -los auténticos maestros- están solos, extremadamente solos, abandonados a su propia auto motivación. Reciben a chicos con padres separados o indiferentes que abdican en el maestro su propia responsabilidad, en un medio social con valores deteriorados y no pocas veces con falta de alimentación adecuada. Y en ese ambiente, casi hostil, deben generar un ámbito adecuado para el aprendizaje.
Esos maestros -que los hay y muchos- merecen nuestro enorme respeto.
Pero está creciendo una especie nueva que se auto denominan trabajadores de la educación, con una dirigencia gremial y algunos de los que lo siguen, que parecen alejarse de este centro de interés primario que es el aprendizaje del chico. El énfasis se pone en los horarios, el escalafón, los ascensos, los sistemas de calificación, los puntajes, la antigüedad, los cargos. Todos derechos legítimos. Lo que no nos parece legítimo es la prioridad sobre el objeto de la educación y los medios que se utilizan. Están demostrando, en los hechos, que el trabajador de la educación es más importante que el maestro. Y no es un juego de palabras. La preocupación por la compensación del docente es legítima, por cierto, pero la señal clara es que toda la fuerza está en el docente y no en el chico. Todos los conflictos terminan –o comienzan- con paros y pérdidas de clase. La intransigencia en los modos de plantear reclamos; la automaticidad para apelar a la discontinuidad del aprendizaje -de eso se trata- (no es una fábrica donde se dejan de producir escobas o jabones), la escasa preocupación por generar otros caminos para llamar la atención y, en no pocas ocasiones, apelando a formas que violan las leyes cuyo cumplimiento deberían inculcar a sus alumnos. El propio estatuto señala como obligación del maestro “educar a los alumnos en los principios democráticos y en la forma de gobierno instituida en nuestra Constitución nacional y en las leyes con absoluta prescindencia política “. Es decir es una responsabilidad primaria despertarles el interés de saber porque es imprescindible compartir los valores de una Nación, un sistema democrático, una República, para que comprenda como funciona, por qué hay que preservar que se cumplan las reglas, por qué es el modo de asegurar que todos los habitantes de la Nación podamos convivir en la diversidad,
Y el discurso parece desviarse hacia los medios. Más allá de aulas y condiciones mínimas razonables, se piden mayores presupuestos pero no queda claro la eficacia de la asignación de los recursos que ya se tienen; se pide una computadora por escuela, bien, pero, ¿para qué?, ninguna herramienta es mejor que la persona que la opera ¿quién y cómo se entrenará al docente para la utilización efectiva de estos instrumentos?. Algunos parecen abdicar -esta vez en la tecnología- la formación del chico (recientes estudios en Harvard señalan las maravillas pero también las limitaciones de la informática “ el exceso de computación disminuye la capacidad de pensar...terminan delegando en la tecnología su capacidad de atención y hasta de análisis...porque la máquina no compromete el razonamiento” (artículo de Jaim Etcheverry) Si hablamos de formación docente, el mismo estatuto establece el derecho -y obligación consecuente- para el educador de: “ampliar su cultura y propender al perfeccionamiento de su capacidad pedagógica.” que no se resuelve con los procedimientos burocráticos para las promociones que el estatuto propone; no se trata de saber más, menos de acumular horas de asistencia a cursos, se trata de saber hacer, aplicando en sus alumnos las metodologías cuyo aprendizaje si, nos parece, deberían exigir con mayor énfasis...La lista es larga....
Hay que estimular y apoyar a los Maestros con vocación preocupados por el aprendizaje. ¿No habrá que repensar la filosofía educativa? ¿No habrá que revisar, en consecuencia, el Estatuto del Docente?
Necesitamos que los maestros hablen de educación. Y los adultos tenemos la responsabilidad de acercarnos a ellos con el convencimiento de que los chicos aprenden fuertemente con el ejemplo y los padres y los maestros son los referentes primarios.
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