Por Eduardo Zamorano
Corría 1987, nuestro país había recuperado la vigencia de las instituciones constitucionales, entre ellas la de elegir mediante el voto a sus mandatarios y representantes.
Para ese entonces, aún la política se canalizaba a través de los partidos políticos; había una discreta cantidad de unidades básicas, comités, o locales de las diversas agrupaciones que interactuaban con la gente de los barrios, tanto periféricos como céntricos, manteniéndose el vínculo aún fuera de los tiempos electorales.
Al interior de los partidos, para escalar posiciones conservaban cierta relevancia, además del carisma personal, condiciones tales como: capacidad intelectual, formación, y trayectoria militante.
En ese marco, la gente común observaba con interés las actividades políticas y guardaba un moderado respeto a sus cultores.
De allí que todos nos sorprendimos al trascender que, en Italia, había sido electa parlamentaria la actriz pornográfica Illona Staller, popularizada como “CICCIOLINA”. Sin falsos moralismos, debemos ubicarnos en aquel contexto y en los antecedentes, digamos, “artísticos” del personaje. Había sido pionera en los films de “sexo duro”, multitudinarios, acrobáticos, y con profusión de variantes; asimismo, produjo un verdadero escándalo al conocerse una película protagonizada con animales, al punto que la actriz -en un arrebato de pudor- afirmó que en ciertas escenas había sido “doblada” (¿¡).
Pues bien, muchos lo tomaron como una humorada clásica del espíritu itálico, otros se rasgaron las vestiduras, y también hubo quiénes -con la aburrida manía de intelectualizar las cosas- quedamos cavilosos ante la novedad.
Al investigar el fenómeno, advertimos que los italianos habían sido pioneros en la actitud de desconfiar de los políticos de carrera y, de tanto en tanto, apostar por advenedizos que, subidos a una popularidad ganada en actividades diversas, se catapultaban como referentes de un sector.
Esta tendencia no había empezado con la Cicciolina, reconociendo un notorio antecedente en el movimiento conocido como “CUALUNQUISMO”.
En efecto, el comediógrafo Guglielmo Giannini había fundado una revista, bautizada como “L´ Uomo Cualunque”, que alrededor de 1944 exaltaba al individuo retirado de lo público, consagrado a la familia y el trabajo; a la inversa, la publicación hacía escarnio de los políticos profesionales a quienes enrostraba ser oportunistas y ventajeros.
Giannini nucleó grupos importantes de seguidores. Su base social la conformaban individuos desinformados, socialmente aislados, económicamente resentidos, y con alguna propensión, contenida o sublimada, por la violencia.
Hoy y aquí, no es difícil situar a un cualunquista. Sin que esto signifique menosprecio por los sacrificados trabajadores del volante, con subirse a un taxi y darle charla al conductor no es infrecuente escuchar expresiones tales como: “A los políticos….hay que matarlos a todos…..con los milicos se estaba mucho mejor….acá hace falta un Pinochet, o delicadezas por el estilo.
¿En qué momento comenzó la decadencia y el desprestigio del político profesional en la percepción popular de los argentinos?
Es posible especular que los fracasos económicos acumulados a lo largo de la etapa abierta en 1983 (inflación sostenida, corrupción, descenso del nivel de vida, recesión, y catástrofe financiera) fueron determinantes para generar un fuerte escepticismo en la gente.
Pero, aún priorizando estos factores objetivos, es dable también ponderar que los políticos, ávidos de ganar popularidad a cualquier precio, adoptaron conductas cualunquistas.
Ya iniciada la década de los noventa, los grupos políticos y sus líderes de ocasión implementaron una serie de prácticas, típicas de la modalidad a que nos venimos refiriendo.
En primer lugar, abrieron sus listas de candidatos a figuras relevantes del espectáculo y el deporte, pero con nula actividad previa en la militancia ciudadana. Algunos, hoy día, se ilusionan con alcanzar en breve la primera magistratura (Reutemann y Scioli); otros gobernaron provincias y llegaron a integrar fórmulas como candidatos a vicepresidentes de la Nación (Palito Ortega); y algunos tuvieron un minuto de gloria y fueron relegados al olvido (Ricky Maravilla, el Soldado Chamamé y Zulma Faiad, entre muchos otros).
Pero también hubo una variante inversa de este fenómeno que se denominó “farandulización de la política”. Y nos referimos a prestigiosos intelectuales como Moisés Iconicoff que terminó payaseando en teatros de revista y programas televisivos clase “C”; o la Ingeniera María Julia Alsogaray engalanando la portada de la revista “Noticias” con una foto que insinuaba sus desnudeces, apenas cubierta por unas lujosas pieles.
La otra vertiente del operativo “farandulización” consistió en la concurrencia de los políticos a los programas de televisión, pero ya no solo a los de corte periodístico, sino a talk shows groseros, skeches cómicos, y cuanto espacio permitiera mostrarse.
Fue notable ver a personas que, se coincidiera o no con sus posiciones, aquilataban militancias serias y comprometidas, hacer de bufones con Moria Casán en el sainete “A la cama con Moria”, donde se esforzaban en resultar graciosos al narrar las alternativas de “su primera vez”.
Para ocupar las candidaturas el cursus honorum partidario reseñado al comienzo de esta nota fue sustituído por el concepto de “MEDICION DE POPULARIDAD”. Los encuestólogos tomaron inusitada preponderancia desplazando a las “internas” partidarias. La figura política fue cosificada, sometiéndola a los códigos del marketing -“MIDE O NO MIDE”- como si se tratara de vender jabón en polvo, autos, o desodorantes.
Desde luego el cualunquismo vino para quedarse.
Hoy, a escasos días de las “elecciones” parlamentarias del 28 de junio, el Rey del Ranking, Marcelo Tinelli, exhumó su reality show designado como “GRAN CUÑADO”.
Esta burla televisiva tuvo su momento culminante a comienzos de este milenio, cuando el Presidente De la Rúa concurrió, sumiso, al escenario del Monarca mediático siendo objeto de una befa humillante al confundir nombres y lugares para retirarse. Su “doble” tinelliano replicó hasta el hartazgo el blooper del mandatario, lo cual contribuyó a su ya creciente desprestigio y debilitamiento.
Por eso que, ante el revival pre-electoral de la sátira, los candidatos hayan llamado presurosos a solicitar clemencia al Emperador de los Medios para que sus versiones sean módicamente ridiculizadas, evitando chanzas que pudieran provocar fugas de votantes.
Es decir, queridos lectores, que -además de los factores subjetivos (condiciones del candidato) y objetivos (coyuntura económico-social del país)- en el resultado de esta “elección” también debe computarse la mayor o menor dosis de misericordia del Señor Tinelli para con cada uno de los concursantes ( palabra que, a esta altura del partido, me permito emplear en lugar de la expresión “candidatos”).
Hemos procurado describir una realidad: la absoluta degradación de la actividad política en la Argentina.
Desde luego que la pavorosa crisis institucional no se agota en el cualunquismo y existe un vasto repertorio de irregularidades (listas sábanas, candidaturas testimoniales, renuncias de funcionarios en actividad con mandato pendiente para candidatearse al solo efecto de traccionar electores, cambios de domicilio sobre el filo del comicio, etc, etc).
Nuestra opinión puede molestar a las buenas almas políticamente correctas que cultivan cierta hipocresía encubierta.
A quiénes perturbe el contenido y tono de esta nota, con todo afecto, nos permitimos recordarles que votar periódicamente es una condición necesaria pero no suficiente para que podamos enorgullecernos de vivir en DEMOCRACIA.
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