martes, junio 08, 2010

Oliver Stone: "El viejo niño terrible"

Por Eduardo Zamorano

Abogado / master en inteligencia estratégica por la Univ. Nac. de La Plata.

Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri

La primera escena muestra un debate televisivo sobre los dictadores latinoamericanos. Uno de los panelistas sostiene que Hugo Chavez desayuna drogas….si, inmutable, afirma que se trata de “hojas de cacao”. Se produce un diálogo confuso; la conductora (casualmente o no, el arquetipo de la “rubia tonta” hollywoodense), duda, se escuchan risas ahogadas. Por fin, alguien aclara que el cacao no es el precursor de la cocaína sino…..del chocolate (¡!).

OLIVER STONE se burla de la ignorancia y prejuicios de sus con-ciudadanos sobre todo lo ajeno a su país; en particular respecto de aquéllo vinculado a su patio trasero.  Pertenece a cierta elite intelectual estadounidense caracterizada por su inconformismo con el sistema aunque sin declararse abiertamente socialista (y, menos aún, intentar practicarlo); este pequeño pero influyente conglomerado ofrece, claro está, matices; desde las cimas intelectuales de Noam Chomsky hasta el simplismo burlón de Michael Moore hay para todos los gustos.

Stone, guionista y director, ha logrado películas memorables, tales como “PELOTON”; “WALL STREET”; o “NIXON”.
Su último film: “AL SUR DE LA FRONTERA” es una suerte de documental sobre los actuales procesos políticos que se desarrollan en varios países de Sudamérica y sus referentes máximos.
En particular se enfoca hacia aquéllas personalidades exuberantes y pintorescas, ubicadas en un populismo izquierdizante, y con una impronta antinorteamericana más o menos marcada.
El propio Stone realiza las entrevistas y así desfilan: Chavez, Morales, el matrimonio Kirchner, Fernando Lugo, Lula, Rafael Correa y, sustituyendo a su hermano en el simbólico padrinazgo del grupo, Raúl Castro.

Sin embargo, Stone no practicó el igualitarismo a la hora de asignar méritos y énfasis a sus reporteados.  En este sentido este escriba sospecha que la visión de la película puede haber generado cierto escozor en más de un personaje.
Es que tanto el guión como la asignación de tiempo muestran un indisimulable favoritismo por Hugo Chavez, quién es presentado como el mentor y guía de todos los demás, exceptuando, desde luego, a Castro (por su antigüedad) y a Lula (en atención a la condición de potencia subregional de su país, cualquiera sea el gobernante de turno).

Por el contrario, los restantes conductores quedan empequeñecidos ante las loas y alabanzas brindadas al venezolano. Más aún, en la percepción de Stone, los otros presidentes no pasan de émulos aventajados del locuaz comandante al punto que la película, en reiteradas oportunidades, los menciona como “líderes bolivarianos”, extendiendo hacia otras comarcas el apelativo que Chavez asignó a su modelo.

Empero, a nuestro entender, Stone acierta cuando describe las causas inmediatas de los nuevos populismos que, para mal o bien, despuntaron en nuestro sub-continente.
El controvertido cineasta sitúa como punto de partida el derrumbe del comunismo en la Unión Soviética y Europa del Este.
Este suceso excepcional e impredecible provocó, durante los años posteriores, una convicción generalizada sobre un credo unico; en todo el mundo debía imponerse, sin alternativa posible, el capitalismo neoliberal.

Así las cosas, el grueso de los países sudamericanos siguió, con obediencia y docilidad, los lineamientos del Consenso de Washington, nueva biblia de políticos y economistas. Asimismo, las recetas del Fondo Monetario Internacional fueron adoptadas como verdad revelada.

Los resultados no pudieron ser peores:

  • Fuerte endeudamiento externo.

  • Reducción del gasto social

  • Contracción del consumo y achicamiento del mercado interno.

  • Privatizaciones de empresas públicas en condiciones reñidas con la eficiencia y la probidad.

  • Desempleo e informalidad laboral.

  • Aumento exponencial de la pobreza, la indigencia, y las desigualdades sociales.


Luego de una década de este riguroso catecismo, estalló el descontento popular bajo la forma de insurrecciones o puebladas imposibles de controlar sin recurrir a represiones extremas; todo en paralelo con la anomia y el descreimiento en las instituciones políticas tradicionales.

Este fue el escenario ideal para la emergencia de liderazgos mesiánicos, movimientistas, más o menos hostiles con la potencia hegemónica, y con arrestos socializantes de acentos dispares.

El eterno rebelde tampoco se priva de formular su propia utopía. Tal vez interpelado por las profecías apocalípticas póstumas de Samuel Huntington ( “la comunidad hispana, al no integrarse y a expensas de su mayor crecimiento demográfico, apuntalará la decadencia de la sociedad americana”) sueña que las líneas revolucionarias hoy basadas en Latinoamérica terminarán por converger con sus hermanos hispanos radicados en los EEUU para, amalgamados por una cultura común, promover un cambio revolucionario en la primera potencia mundial.

Algo así, mutatis mutandis, como la penetración, lenta e irreversible, de los pueblos bárbaros en la Roma Imperial (¿?).

Obviamente, la película induce una visión parcial y sesgada de este ciclo político y sus líderes de turno.  Aún aceptando la veracidad de ciertos hechos que describe así como datos que proporciona,  tanto el formato como el contenido del film están más próximos al panfleto bien elaborado que al documental con pretensión de equilibrio.


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