Los disturbios recientes y los datos sociales ilustran, cada uno a su modo, las enormes dificultades que se enfrentan para superar los problemas de pobreza, desigualdad y marginalidad.
La tasa de pobreza asciende a 12% de la población en los cómputos oficiales pero escala al 23% (9 millones de personas) si se computan los verdaderos precios de la canasta básica, que duplican a los del INDEC.
Según nuestras estimaciones, la tasa de pobreza del 23% a nivel nacional esconde, a su vez, grandes disparidades regionales. El norte es la zona más castigada, con tasas superiores al 40% en el noreste y cercanas al 34% en el noroeste. Esto marca que, tras ocho años de fuerte crecimiento, importantes zonas del país continúan relegadas.
Según nuestras estimaciones, la tasa de pobreza del 23% a nivel nacional esconde, a su vez, grandes disparidades regionales. El norte es la zona más castigada, con tasas superiores al 40% en el noreste y cercanas al 34% en el noroeste. Esto marca que, tras ocho años de fuerte crecimiento, importantes zonas del país continúan relegadas.
En el otro extremo, se encuentran la región patagónica (16%) y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (8,6%). En el Gran Buenos Aires la pobreza ronda el 24%, similar al promedio nacional.
El 40% de los pobres se concentra en el conurbano bonaerense. Otro 23% se encuentra en el norte del país (NOA y NEA) y un 22% en las grandes ciudades de la región pampeana. El 15% restante se distribuye entre Cuyo (6,9%), la Ciudad de Buenos Aires (4,4%) y la región patagónica (2,3%). 1 de cada 2 pobres es menor de 18 años. A pesar de la implementación de la Asignación Universal por Hijo (AUH), la pobreza entre los menores de edad trepa al 36% y no experimentó variaciones sensibles respecto a 2009.
La situación entre los jubilados es mejor. La pobreza en este grupo etario asciende a 9%. El cambio más importante se produjo con la moratoria previsional entre 2006 y 2007. Desde entonces, la recomposición de los haberes jubilatorios sólo ayudó a compensar las subas de precios.
La pobreza no tiene sus raíces en el desempleo sino en la informalidad laboral y la inflación. El 85% de los hogares pobres cuenta con (al menos) un miembro ocupado. A la suba de la canasta básica se suman las bajas remuneraciones y las menores prestaciones sociales del empleo informal, que representa al 47% de los ocupados.
La evolución de la pobreza puede dividirse en dos etapas bien marcadas. Tras superar el 50% en 2002, descendió a 27% en 2006.
Desde entonces, con la economía más cerca del pleno empleo y la inflación en ascenso, los avances fueron menores: el nivel de pobreza disminuyó apenas 3 puntos porcentuales y la indigencia cayó 1/2 punto porcentual, a pesar de un crecimiento acumulado de 20% en el período.
La dinámica social es decepcionante si se la compara con otros países de la región. A principios de los ‘90s, Argentina registraba niveles de pobreza e indigencia largamente inferiores a los estándares regionales. Desde entonces, mientras que los países vecinos mejoraron sistemáticamente sus indicadores sociales, en Argentina se observó un estancamiento. La pobreza es hoy igual a la de Brasil, pero este país la redujo a la mitad desde 1990, pasando del 50% al 25%, mientras en Chile bajó del 40% al 12%. Argentina, por el contrario, volvió al punto de partida.
La estabilización de la pobreza en los últimos 3 años es un dato que Argentina comparte con Latinoamérica. La baja del desempleo ya aportó todo lo que podía aportar y ahora las economías están chocando contra el núcleo duro de la pobreza estructural, cuya erradicación depende de políticas de largo aliento. Además de contener la inflación, se precisa una combinación de políticas sociales bien orientadas junto con esfuerzos en educación y salud, que incrementen el capital humano, la productividad y los ingresos de los trabajadores menos calificados. Aquí el camino por recorrer es todavía muy extenso.
La situación entre los jubilados es mejor. La pobreza en este grupo etario asciende a 9%. El cambio más importante se produjo con la moratoria previsional entre 2006 y 2007. Desde entonces, la recomposición de los haberes jubilatorios sólo ayudó a compensar las subas de precios.
La pobreza no tiene sus raíces en el desempleo sino en la informalidad laboral y la inflación. El 85% de los hogares pobres cuenta con (al menos) un miembro ocupado. A la suba de la canasta básica se suman las bajas remuneraciones y las menores prestaciones sociales del empleo informal, que representa al 47% de los ocupados.
La evolución de la pobreza puede dividirse en dos etapas bien marcadas. Tras superar el 50% en 2002, descendió a 27% en 2006.
Desde entonces, con la economía más cerca del pleno empleo y la inflación en ascenso, los avances fueron menores: el nivel de pobreza disminuyó apenas 3 puntos porcentuales y la indigencia cayó 1/2 punto porcentual, a pesar de un crecimiento acumulado de 20% en el período.
La dinámica social es decepcionante si se la compara con otros países de la región. A principios de los ‘90s, Argentina registraba niveles de pobreza e indigencia largamente inferiores a los estándares regionales. Desde entonces, mientras que los países vecinos mejoraron sistemáticamente sus indicadores sociales, en Argentina se observó un estancamiento. La pobreza es hoy igual a la de Brasil, pero este país la redujo a la mitad desde 1990, pasando del 50% al 25%, mientras en Chile bajó del 40% al 12%. Argentina, por el contrario, volvió al punto de partida.
La estabilización de la pobreza en los últimos 3 años es un dato que Argentina comparte con Latinoamérica. La baja del desempleo ya aportó todo lo que podía aportar y ahora las economías están chocando contra el núcleo duro de la pobreza estructural, cuya erradicación depende de políticas de largo aliento. Además de contener la inflación, se precisa una combinación de políticas sociales bien orientadas junto con esfuerzos en educación y salud, que incrementen el capital humano, la productividad y los ingresos de los trabajadores menos calificados. Aquí el camino por recorrer es todavía muy extenso.
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