La oposición política se está planteando una unión electoral para enfrentar al kirchnerismo, por lo que es interesante analizar qué nos enseña la historia de nuestro país al respecto. Y cuando la recorremos, vemos en principio que hay poca experiencia de alianzas. Un sistema presidencialista, como el que plantea la ley argentina, tiende a lo contrario.
La primera experiencia de alianza posible se da cuando comienza la democracia (o sea, ya aprobada la Ley Sáenz Peña) en 1916. Yrigoyen tuvo una magnífica oportunidad de encarar esa alternativa política, puesto que no tenía la cantidad de electores necesarios para ser ungido. Pero no quiso ni oír hablar de lo que denominaba “contubernios”, se negó incluso a recibir, así fuera meramente para escucharlos, a los otros partidos… Los santafesinos tuvieron que entregarle los electores incondicionalmente, y luego gobernó sin consultar jamás con nadie (al margen de los méritos que su gobierno pudo haber tenido, su actitud dejó sentada una línea de conducta al respecto…).
En las elecciones siguientes, Alvear en 1922 e Yrigoyen en 1928 tuvieron amplias mayorías, por lo que cualquier alianza se pensaba innecesaria, aunque probablemente hubiera sido muy útiles en el Congreso, en especial en el Senado. Vino luego el golpe de 1930, el interregno corporativista de Uriburu y ante su fracaso llegamos a la primera alianza efectiva, la electa en 1932 que encabezó Agustín P. Justo y conformada por radicales antiyrigoyenistas (antipersonalistas), conservadores y socialistas independientes.
Desde el punto de vista político institucional, fue una experiencia lamentable. Llegaron al poder debido a la proscripción del radicalismo yrigoyenista, y aplicaron sistemática y descaradamente el fraude en todas las elecciones. También la dura represión a sectores obreros fue un hecho corriente, si bien, en un mundo donde imperaban los Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, etc. podemos afirmar que respetaron razonablemente las libertades básicas de palabra y de prensa.
Sin embargo, en el plano económico lograron éxitos que hasta asombran. En un mundo signado por la peor debacle del capitalismo en toda su historia, donde los productos de exportación argentinos habían caído por momentos a menos de un tercio de su valor y no tenían demanda, a la Argentina no le fue nada mal, salió bastante rápido de la crisis. Hizo de la necesidad virtud, y al no poder importar por falta de divisas lanzó una interesante y subsidiada política industrial de sustitución de importaciones que comenzó a cambiar la fisonomía de la economía nacional y con ello a la sociedad toda. Se introdujeron además exitosos instrumentos fiscales y financieros, como el Impuesto a las Ganancias y la creación del Banco Central, se renegoció íntegramente y sin default la deuda pública y se saneó el quebrado sistema financiero, se lanzó un ambicioso plan de Obras Públicas con rutas que cruzaban el país, etc.
Esta coalición no tuvo futuro, claramente por sus vicios políticos de origen. Cuando esa alianza se renovó en 1938 con la fórmula Ortiz - Castillo aparecieron los problemas. Ortiz, radical antipersonalista, quería reimplantar la limpieza del sufragio, y para ello comenzó a acordar con Alvear y Justo. Pero, como dice un historiador, Dios votó en contra. Ortiz se enfermó y luego murió, y en el mismo año también lo hicieron Alvear y Justo. La otra pata de la alianza, representada por el ultraconservador Castillo, sólo quería mantenerse en el poder y acentuar las prácticas corruptas, y la Revolución del 4 de Junio se hizo prácticamente inevitable. Como se observa, al final fue una alianza fracasada.
Ya en otro plano de análisis, en el de otras alianzas posibles pero nunca concretadas, lo primero que, como es obvio, nos viene a la mente es la famosa Unión Democrática, que perdió por bastante poco contra Perón en 1946. Abarcaba desde ultraconservadores en un extremo hasta el Partido Comunista en el otro, pasando por todas las gamas intermedias. Básicamente sólo unía el odio a Perón, pero uno se pregunta cómo hubieran podido gobernar de haber triunfado…
Asimismo, hubo otras alianzas que nunca se cristalizaron y que quizá hubieran cambiado dramáticamente el devenir de nuestra historia. Por ejemplo, en 1963 Illia es elegido con tan sólo un 25% de los votos. ¿No era lógico que le ofreciera una alianza a Oscar Alende y su Partido Intransigente, que le dio los electores? Nada serio los separaba ideológicamente. Si bien no podemos saber si Alende hubiera aceptado, ni si eso hubiera alcanzado para contraponerse al accionar golpista de militares, sindicalistas y comunicadores como Jacobo Timerman y Mariano Grondona, sin duda el haber actuado ampliando su base de sustentación le hubiera dado mucha mayor legitimidad. Pero la herencia yrigoyenista pesó demasiado sobre el admirablemente honesto y democrático Arturo Illia. Una verdadera oportunidad perdida.
Otra alianza fallida: en 1973 durante una semana, luego de la renuncia de Cámpora, el rumor generalizado que circulaba era que la fórmula que lo reemplazaría sería Perón – Balbín. Este estuvo esperando el llamado desde Vicente López que nunca llegó, lamentablemente. Quizá, desde luego es mera especulación, nos hubiéramos ahorrado o acotado el terrible baño de sangre que vivió el país a partir de 1976.
Ahora, acercándonos más al presente, un recuerdo que sin duda le caerá mal a los amigos radicales lo constituye el intento de Tercer Movimiento Histórico que intentó implementar Alfonsín, incorporando peronistas como el sindicalista Alderete a su gabinete. Más de un economista del gobierno en esa época me ha asegurado confidencialmente que esas ambiciones políticas destruyeron con sus exigencias de “emisiones monetarias motivadas políticamente” al razonable Plan Austral y dieron comienzo a la carrera inflacionaria que terminó con la híper…
Naturalmente cronológicamente el almanaque nos lleva inevitablemente a hablar del la ALIANZA que ganó las elecciones en 1999 y solo duró hasta el 2001 y que aún todos recordamos. Si bien es demasiado próximo dicho gobierno temporalmente para hablar como historiador, aún así, pienso que un historiador del futuro probablemente señale que recibieron una bomba de tiempo armada y haciendo tic tac: una deuda externa fenomenal, una rígida convertibilidad, todo unido a una Argentina cuyos habitantes suelen desconfiar profundamente de su propia moneda y huyen de ella ante la menor señal de peligro. Lo que también señalará es que al margen de la validez que en lo personal pudo haber tenido la actitud del Chacho Alvarez de renunciar frente a los sobornos en el Senado, tal renuncia fue la señal a los mercados de que la Alianza que le daba el soporte político del gobierno se había destruido. Y fue allí donde la salida de capitales se transformó en una verdadera estampida.
Llegar a una conclusión resulta muy difícil, pero diría que la historia nos enseña claramente que las alianzas no deben ser meramente tácticas y circunstanciales, sino en serio. Caso contrario es dudoso que funcionen y su destino es sumamente incierto.
Otra característica que tiende a anticipar el fracaso de estos frentes es que las coaliciones con sello anti x (antiyrigoyenistas, antiperonistas, antimenemistas, antikirchneristas) en la historia argentina han servido a veces electoralmente, pero no para gobernar. De allí la necesidad de que estos acuerdos no deben quedar en meros artilugios de estrategia electoral sino que deben formarse programáticamente pensando en cómo gobernar.
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