jueves, mayo 05, 2011

La aniquilación del enemigo, una constante en la historia política

A propósito de la caza de Bin Laden por los EE.UU.
La aniquilación del enemigo, una constante en la historia política



Por Israel Lotersztain

Master en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella / Empresario / Ex director de Investigaciones del INTI

Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri.


Las primeras horas posteriores a la virtual caza del líder de Al Queda por parte de los EE.UU. mucho se habló acerca de si el objetivo de la denominada Misión Gerónimo era capturar o directamente eliminar a Osama Bin Laden.

Las declaraciones, las marchas, contramarchas y desmentidos de funcionarios del gobierno de Barack Obama han estado lejos de clarificar la cuestión. Que Bin Laden estaba armado, que intentó defenderse, que usó de escudo humano a una de sus mujeres, etc etc.

Indudablemente y por distintos motivos que exceden este análisis, creemos que EE.UU. buscó abiertamente terminar con la vida del fundamentalista saudí. En este sentido, y más allá de preceptos éticos, a lo largo de la Historia, la política se impone y son reiterados los casos en que se buscó persiguir al "enemigo" hasta su aniquilación física.

Lo de Bin Laden no establece novedad alguna. Los romanos siguieron a un ya inofensivo Anibal Barca luego de la batalla de Zama hasta que decidió suicidarse mediante veneno en Bitinia antes que ser entregado al embajador romano. Los mongoles persiguieron por años al derrotado rey de Kiev hasta más allá de Hungría, lo alcanzaron y lo ejecutaron, Stalin mandó matar a Trotski en México cuando no ofrecía peligro alguno para su hegemonía en la URSS.

En nuestro país, los hermanos Aldao y sus montonera primero vencieron y luego persiguieron a Francisco de Laprida en Tucumán  hasta que le dieron alcance y lo mataron, dando lugar a que Borges escribiera su mejor poema: el "Poema Conjetural".


POEMA
 CONJETURAL


El Dr. Francisco Laprida, asesinado el día 22 de Septiembre de 1829 por los montoneros  de Aldao, piensa antes de morir:



Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.

Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.

Como aquel capitán del Purgatorio
que huyendo a pié y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte,
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable,
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.

A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

Jorge Luis Borges
Junio de 1943.

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