miércoles, agosto 24, 2011
El oficialismo de las sombras y la oposición oficialista
Por LEON GUINSBURG
La realidad estructural de un país se modifica a través de “porrazos” a los condicionamientos psicológicos de la clase política, sujeta a esquemas de poder al que suele subordinarse. Cuando esos esquemas son fracturados por la intuición popular, la nueva realidad confunda hasta a los más avisados analistas.
No se trata únicamente de especular sobre los resultados de las elecciones primaras ni de sus cifras ni sobre los motivos del aluvión de votos que benefició al oficialismo, sino de cómo entender que el otro oficialismo, el de las sombras, el del poder real fundado en los resortes económicos y la prensa hegemónica, haya sido derrotado, por lo menos en este round.
Invirtiendo la ecuación, el gobierno de Cristina Fernández es el auténtico opositor al establishment perpetuo que casi siempre condujo los destinos de la Nación desde atrás del escenario. El “oficialismo de las bambalinas”, al reducir a la condición de comparsa a la oposición política , centrando en el eje medios-campo (no todo) la conducción de la virulencia hacia el gobierno, logro únicamente efectos reversales. El primero, minar su propia credibilidad por saturación de especies anatemáticas de dudosa veracidad; otro, acentuar en el espectro adverso al gobierno una imagen subalterna, dependiente, débil y medrosa en el votante, abonada por idas y venidas, alianzas no concretadas y marcos ideológicos confusos. Porque queriendo dimensionar a quienes actúan críticamente respecto a las políticas de Estado, la sobreabundante exposición mediática le dio cariz de subordinación. Y fue el plus de importancia que la dirigencia otorgó a centímetros de columna o a apariciones radiales y televisivas lo que coadyuvo lo que pareciera ser una especie de click intelectivo traducido en asertos poco felices.
El efecto de ese maridaje dependiente se tornó tétrico para los exponentes opositores, cuyas manos fueron ya soltadas por el “oficialismo económico-mediático” visceralmente proclive a las concentración de poder y bienes. Asi, quedó en terapia intensiva un proyecto que “llegó para quedarse”, se hundió otro que pasó del centro izquierda al centro derecha y de ahí a la nada y se rifó el destino de un partido centenario a partir de un pacto contra natura. Por su parte, la porción decimonónica del peronismo demostró influencia muy minoritaria, el aventurerismo empresarial incursionando en política esta vez no se benefició con el voto castigo y a una visión socialdemócrata emergente todavía le falta recorrido para obtener un segmento importante del favor ciudadano.
Quizás el resultado pasado –y el que vendrá también-, estimule para recuperar “la primacía de la política”, como reza el título de un ensayo de José Pablo Feinmann escrito en los 7O. Porque la primacía de lo mediático que no hace a las ideas sino a los intereses propios es pan para hoy y hambre para mañana, y la alianza que se sustancie con el poder económico, vernáculo o foráneo, lo mismo. Bien señalo Metternich, canciller austríaco artífice de la caída del imperio napoleónico que no hay alianzas permanentes sino intereses permanentes.
Que los medios no incidan en los resultados de las elecciones -como pretenden justificar ahora algunos editorialistas-, no es del todo cierto. Incidieron otrora para ambientar golpes de estado o para volcar elecciones en favor de determinados sectores políticos. Pero también inciden para volcar vostos en contra de su propia prédica cuando la realidad no coincide con la que quieren mostrar y no es. Pasó con Yrigoyen en 1916 y 1928, con Perón en 1946 y la experiencia se repitió con la actual presidente, en el este 2011.
La necesidad de una oposición coherente, aportante e ideologizada es propia e incontrastable de toda democracia, pero convengamos que depende en mayor parte de la calidad dirigencial. La historia así lo dice y es regla de todos los países del mundo con sistema de partidos. La visión política debem si se quiere científicamente, superar la virtualidad del espejismo egocentrista o el simple cálculo especulativo.
Aunque haya poderosos que entiendan que los votantes son gentes sin importancia, quienes importan son justamente esas personas, aunque a veces los hayan privado de decidir.. Al fin y al cabo ¿la Nación no somos todos?
Por algo, alguien dijo hace años que “la única verdad es la realidad”. Y así ha de ser. Aunque el oficialismo de las sombras no lo quiera.
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