viernes, noviembre 11, 2011

El recambio generacional

Por Bernardo Poblet

En las organizaciones empresarias de envergadura donde el management inteligente y eficaz es un activo muy valorado -es un punto crítico en el desarrollo y crecimiento futuro- planificar su reemplazo potencial insume energía y pensamiento de quienes tienen la responsabilidad de conducir.

La experiencia propia y ajena enseña que gestionar eficazmente es una profesión, exige aptitudes y actitudes de quienes, a través de exponerse a situaciones de trabajo se desarrollan – adquieren habilidades para hacer mejor el trabajo de su nivel- y los mejores crecen para exponerse a exigencias de otro nivel.
 Las empresas –en el ámbito mundial- tuvieron un período de enamoramiento con los jóvenes profesionales, post-grados, master´s que, con conocimientos teóricos de última generación –como en la tecnología- fueron catapultados a posiciones de conducción.

¿Qué aportaron?

Ideas innovadoras –algunas buenas-, empuje, dedicación full-life y la filosofía de resultados instrumentada con presión sobre la gente, la poderosa ambición de crecer con poco aprecio por los modos y los procesos, y un principio clave que guía sus acciones, toda una ideología: lo que no se puede medir, no existe. Importan sólo los números.


Los resultados prácticos de muchísima experiencia parecen indicar que la teoría y los enamoramientos van por un carril y la implacable realidad por otro: climas laborales destruidos en el altar de balances de corto plazo, la inmediatez como religión y los números fríos como jueces pasando por arriba de lo que, con total hipocresía, algunos siguen declamando: “la gente es nuestro mejor activo”.


Como decía un viejo sabio cuatro mil años atrás “no se acelera el crecimiento de una planta tirando de ella”.


El país es una gran empresa. La República es su filosofía y la estructura de organización se basa en la Constitución –la norma cero- de una organización alrededor de la cual se definen las decisiones.

Muchos de los graves problemas que padecemos en la Argentina, como República y como Nación, tienen entre sus causas principales, críticos problemas de conducción. Nuestras recurrentes crisis son, esencialmente, crisis de conducción. La inflación de la palabra y la confusión de conceptos nos han llevado a legitimar, cíclicamente, a invasores del estado y a conducciones grupales sin efectividad.

Desde el gobierno, una persona, único e imprescindible líder de una confusa corriente, ha decidido acelerar el crecimiento de los jóvenes; propósito valido y en el que estaríamos de acuerdo si se estimulara el desarrollo pero no tirando del tiempo ¿tenemos conciencia lo que pueden hacer jóvenes inexpertos, ideologizados y con poder (en realidad con subordinación incondicional) en términos de estropicios?


La calidad de las personas que tengamos en la organización del Estado es clave y la elección, en los niveles de conducción, define el futuro. Nadie admitiría en su sano juicio ser intervenido quirúrgicamente por un carpintero, sin embargo, no dudamos en validar a personas que hacen de la conducción un ejercicio ilegítimo, con mucho más poder de daño que un bisturí.


Estamos en la antesala de otro escenario idéntico.


Faltan solo cuatro meses para Octubre, mes mágico que determinará nuestro futuro inmediato por los, al menos, cuatro años.

Estamos recorriendo un viejo camino cuyo final es predecible. Parece que estamos esperando ver el choque de trenes. Se producirá, inevitablemente, y muchos ciudadanos de a pie saldremos lastimados.

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