Por Miguel Schiariti
Titular de CICCRA, Cámara de la Industria y el Comercio de la Carne de la República Argentina / Dirigente político justicialista
Columnista de Construcción Plural, el programa de Fernando Mauri.
Los límites, tímidamente van empezando a aparecer, justo cuando ya estábamos todos convencidos de que aquel implacable 54% y su oposición lejana en porcentajes y diezmada en dirigentes clausuraba todo debate, daba derecho a todo, volvieron los límites. Es una buena noticia.
Ese numerito que parecía daba derecho a decirnos cualquier cosa, que somos unos dejados por no sacar la SUBE, unos irresponsables por apelotonarnos en el primer vagón del tren, que nos morimos en un accidente en el que falló todo porque viajamos en lugares prohibidos donde sí se puede respirar.
Y sin embargo, desde el rey Juan Carlos interviniendo abiertamente en defensa de YPF, la necesidad de dejar de confrontar con el campo con lanzamiento de créditos para paliar los daños de una sequía que en principio fue minimizada, el conflicto con los subtes, los docentes exigiendo lo que les corresponde, Moyano pidiendo la universalidad real para los hijos de los trabajadores, la elevación del mínimo no imponible. Límites, empiezan a aparecer exigencias de límites.
Macri parece encontrar su lugar con esa frase que levantaron los diarios del fin de semana “mi obligación es poner un límite” dijo. Ha pecado de ingenuo al comienzo de estas negociaciones y habrá que ver qué hace ahora con este cambio de estrategia política que está demostrando. Lo que podemos decir hasta ahora es que más allá de los agravios verbales que son estrictamente para la gilada, esta pulseada
la ganó Macri, no desde lo discursivo, no desde el relato, sino desde los hechos concretos. La presidente dio marcha atrás con el retiro de la policía, mientras todo parece indicar que el conflicto por el traspaso irá a navegar a los tribunales.
“No gracias” dijeron los isleños al aumento de la frecuencia de los vuelos a Malvinas propuesta por el gobierno en una actitud que pareció más cerca de lo planteado por los intelectuales no-K que de las hostilidades discursivas oficiales de los últimos días “queremos que Argentina deje de mostrarse hostil y honre los compromisos de uso del
espacio aéreo (son vuelos de LAN) de 1999”. El método del discurso incendiario para contentar a la tribuna acompañado de propuestas componedoras hacia el sector atacado, que tan bien funcionó hasta ahora, parece estar mostrando sus limitaciones.
También las voces disidentes están empezando a aparecer entre viejos aliados. Incipientes y asustadizas, generalmente bajo la fórmula del “no le informan bien a la presidenta” viejos aliados como la CTERA y los demás gremios docentes empiezan a sentir que no hay amigos a la hora de los ataques directos sustentados en el famoso 54% sin intermediarios. Es difícil explicarse ese agravio gratuito y tan
irritante como aquel “que se vayan a lavar los platos” de Cavallo a unos investigadores del Conicet. No era necesario en una discusión gremial normal tratar a los docentes de vagos.
Todos sabemos que los docentes trabajan en condiciones lamentables, que muchos atienden chicos en riesgo familiar y social grave, que tienen poco reconocimiento social y que hasta los padres de los alumnos les pegan. Ahora también les podrán gritar vagos. No hacía falta desacreditar más a los maestros. Lo cierto es que el bienvenido aumento del presupuesto en educación no nos ha dado ni docentes con mejores condiciones laborales ni mejores alumnos. Es una pena.
Como es una pena cuando nos cuentan una y otra vez de los subsidios, largos números de inversiones en transporte “las mayores en la historia” nos dicen, pero no vemos los resultados de esas transferencias de dinero: o no son suficientes, o están mal aplicadas.
Hablemos o no de Cirigliano o de Schiavi ya que después de todo ellos no son más que personajes reemplazables en un esquema perverso, el sistema de subsidios al transporte ha encontrado su límite con la realidad por sobre todo relato, de la peor manera, porque cuando las instituciones, pauperizadas, se muestran impotentes para poner límites, lo mismo que la oposición política, los límites los pone la realidad.
Al traspasar el subte e intervenir el Sarmiento (y también con menos prensa, la línea Mitre también concesionada a TBA) el gobierno comienza a dar marcha atrás, en los hechos, con su política de transporte, aunque la defienda en los discursos.
Se percibe cierto hartazgo social en escuchar funcionarios de toda jerarquía asumiendo actitudes pueriles y pretendiendo descargar culpas afuera –incluso sobre las propias víctimas– y dando intrincadas explicaciones jurídicas en vez de asumir sus responsabilidades en la gestión de los asuntos públicos. Flota en el aire –una vez más –esa sensación de que se pelean entre ellos indiferentes a los problemas de las personas de todos los días. Y si no aparece un discurso, un esquema de hacer política superador, llegaremos al “que se vayan todos” de hace una década.
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