martes, octubre 23, 2012

¿Odio a la presidenta? ¡No!

Por Bernardo Poblet



Se intenta generar la sensación de que quienes no están irrestrictamente alineados con la Presidenta y la cuestionan expresándose públicamente,  lo hacen movidos por un fuerte sentimiento de odio.

El odio es negativo, provoca aversión hacia determinada persona y el factor movilizante es la emoción. La razón tiene poco protagonismo.  Si se logra imponer esa calificación a quienes disienten, la descalificación de esas personas es la consecuencia natural: no piensan, no analizan, tienen prejuicios o responden a intereses inconfesables.

No, no es odio…la señora presidenta está perdiendo el crédito que la ciudadanía le ha dado al asumir. Conserva y conservará el poder constitucional  hasta la finalización de su mandato, pero está perdiendo la confianza y el respeto de muchos ciudadanos –que no la votaron y que si la votaron- que se sienten defraudados.

El puesto que ocupa la primera mandataria merece –como todos los demás de los otros poderes- un absoluto respeto. Pero estamos hablando del sillón vacío, quién lo ocupa debe ganarse el respeto. La señora presidenta está perdiendo el prestigio que es lo que sostiene el poder formal. La autoridad –es un viejo axioma- es lo que queda cuando se pierde el poder.

La ciudadanía, anestesiada por el consumismo, comienza a mirar y ver, comienza a separar autoridad de autoritarismo, observa y juzga conductas intolerantes, altivez, arrogancia, iracundia, mentiras, ambiciones de permanencia sin límites que destruyen la democracia, que se quiere imponer el militante sobre el ciudadano.

Algunos de los cuarenta millones de argentinos quieren vivir en una República y siguen creyendo, tozudamente, que eso es posible, hay que construirla, pero nos duele sentir, leyendo la realidad, que ha sido saqueada: le robaron la ética, desgastaron la confianza, se burlaron de sus principios, dilapidaron sus activos y demolieron sus instituciones. La Nación está atemorizada. Los ciudadanos están divididos: los que amasan fortunas “haciendo harina a los demás”  -sabia Mafalda- protegidos por la trama de la impunidad oficial, los que quieren ser serios y no entienden porque los acorralan, los que como Funes el memorioso,  quieren fijar el pasado y no dejan espacio para el futuro y los que practican, en el extremo opuesto, la filosofía de la inmediatez. La información fragmentada y sesgada que consumimos diariamente, los padres y los maestros –no los trabajadores de la educación- ante el bajón en la comprensión de Matemática, ciencia y lengua y el desbarranco de la calidad educativa en las escuela públicas, mientras los “intelectuales K”  las invaden para ideologizar a los  jóvenes a quienes habría que enseñarles que la ley para todos es lo que nos hace iguales.

Todas estas conductas –el listado es largo- engendran  una creciente indignación  y explican  las reacciones de  “que se vayan todos” pero no hay que confundirse, lo que se quiere decir es que debe ser una meta que se vayan los ambiciosos ineptos, revitalizar las instituciones, recuperar la cultura de la ley para todos, y que los honestos capaces  -que aporten ideas y no slogans y menos dogmas-  ocupen los lugares de conducción.

Si en nuestro ámbito cotidiano pensamos, decimos y actuamos con ese propósito, con la persistencia de la gotita de agua, consolidaremos la esperanza activa de que algún día podamos hacer esa verdadera revolución de honestidad y responsabilidad republicana con el poderoso recurso que disponemos: el cuarto oscuro.

¿Utopía? ¿Luchar contra los molinos de viento? ¡Muchísimo peor es la resignación!

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