Creo que es particularmente necesario por estas horas
recordar este notable texto que en su momento difundimos del historiador Israel Lotersztain.
Fernando Mauri.
Thomas Jefferson y el sistema judicial
Por el Ingeniero Israel Lotersztain -
historiador
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL. el programa
de F. Mauri en Radio
Cultura.
Jefferson no solo fue el autor de la famosísima
Declaración de la Independencia, con palabras absolutamente revolucionarias para
aquellos años de fines del Siglo XVIII (“Es una verdad autoevidente que todos
los hombres son creados iguales, y como tal están dotados de ciertos derechos
inalienables, entre ellos el de la Vida, la Libertad y la búsqueda de la
Felicidad…” ). Fue además uno de los redactores de la Constitución americana y
el primer Secretario de Estado (Relaciones Exteriores) en el admirable gabinete
que nombró George Washington. Pero además culminó su carrera cuando fue elegido
como el tercer Presidente de los Estados Unidos, cargo que ejerció
brillantemente y para el que fue reelecto por una mayoría abrumadora de los
votantes.
Pero Jefferson tuvo durante sus dos períodos
enormes dificultades con el Poder Judicial que, hoy en la Argentina del 2010,
vale la pena recordar y analizar. Y para ello debemos retrotraernos al primer
gabinete de Washington y referirnos al enfrentamiento de Jefferson con otro
hombre brillante que lo integraba: Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro y
responsable de las finanzas de la nueva Nación.
Dos proyectos de país, dos partidos políticos.
En parte fue un choque de personalidades, pero
además y claramente ambos tenían una idea absolutamente opuesta sobre el futuro
deseable para los Estados Unidos. Jefferson, que provenía de la Virginia
campesina, soñaba un país igualitario, de pequeños y medianos granjeros,
básicamente rural, donde se le concediera o permitiera acceder a cada hombre a
una parcela razonable de tierras para trabajar y progresar en base a su esfuerzo
y dedicación. Imaginaba a los artesanos o pequeños industriales proveyendo a las
necesidades de manufacturas de esa casi idílica sociedad, unidas a aquellos
bienes que fuera necesario importar del extranjero. En ese proyecto de país el
Gobierno Federal debía ser lo mas reducido posible, ocuparse meramente de las
Relaciones Exteriores y la Defensa, y dejar a los Estados o mejor aún a los
municipios el gobierno de sus ciudadanos. Como esa era su idea de una República
y de una Democracia el partido político que se fue forjando en torno a tales
ideales se llamó Republicano Democrático.
Alexander Hamilton, con raíces políticas en la
entonces ya comercialmente pujante Nueva York, imaginaba un futuro totalmente
diferente para la nueva Nación. Aliado a los banqueros y los importantes
mercaderes de entonces postulaba un país de grandes ciudades acompañadas de un
importante desarrollo industrial y financiero. Para ello era necesario, en su
visión, el aporte de capitales extranjeros, y tales aportes solo serían
factibles en presencia y con la garantía de un gobierno central (Federal)
suficientemente fuerte como para inspirar confianza. Y para dotarlo de los tan
importantes recursos requeridos para ello, al estilo impositivo de la época,
debían establecerse altos aranceles aduaneros a los bienes importados, lo cual
tendría como ventaja adicional la de proteger a la naciente industria local.
(Jefferson señalaba con razón que con tales altos aranceles se encarecían los
bienes que consumían básicamente los menos pudientes). Y dada la convicción de
Hamilton de la necesidad de un poder federal fuerte el partido político que se
forjó en torno a sus ideas se denominó Partido Federalista.
El primer enfrentamiento entre partidos en Estados
Unidos tuvo lugar entonces en 1796 cuando Washington, contrariando las súplicas
unánimes, cumplió con su afirmación taxativa de que no se presentaría jamás a un
tercer mandato (nada en la Constitución le impedía la reelección indefinida,
solo se lo impedía su convicción de que en ese caso los EEUU dejarían de ser una
República). Los Republicanos Democráticos recién estaban en una etapa de
formación, por lo que tuvieron serias dificultades para presentarse en varios
Estados. Los federalistas estaban mucho mejor organizados, y no era un secreto
que Washington, si bien no se inmiscuyó para nada en la elección, simpatizaba
con la idea de un Poder Ejecutivo central fuerte. El candidato natural de los
Federalistas hubiera debido ser Hamilton, pero por muy diversas razones era
fuertemente cuestionado en lo personal, por lo que debió resignar su candidatura
en la de alguien claramente inferior en capacidad: la del vicepresidente de
Washington John Adams, quien por un margen bastante ajustado (dadas las
circunstancias adversas a la oposición) fue elegido Presidente.
No vale la pena detallar aquí las diversas razones
por las que el gobierno de John Adams fracasó rotundamente, no solo en su
política interna sino también en política exterior. Y cuando Adams se postuló
para la reelección, el Partido Demócrata Republicano, con la candidatura de
Jefferson y bajo su firme liderazgo, obtuvo una neta y decisiva victoria, tanto
para la Presidencia como en el Congreso. Y estaba claro para todos que con ella
vendrían cambios de fondo en la política de los Estados Unidos.
Pero los federalistas decidieron no retirarse
elegantemente. Durante los últimos días de su mandato aprobaron leyes creando
diversos tribunales y sobre todo nombrando jueces de neta ideología federalista.
Y sobre todo Adams, profundamente resentido, nombró a John Marshall Presidente
de la Corte Suprema, quien no solo era un convencido federalista sino además un
enconado enemigo personal de Jefferson.
El conflicto entre Jefferson y el Poder Judicial.
Los dos períodos de Jefferson fueron realmente
brillantes, en opinión unánime de los historiadores y del pueblo de los EEUU,
quien lo reeligió entonces para el segundo mandato con más del 90% del Colegio
Electoral. Bajó fuertemente los gastos, con ello pudo disminuir los impuestos,
se abstuvo de intervenir en conflictos exteriores y redujo al mínimo al Ejército
y la Armada. Posibilitó que los más humildes tuvieran acceso a las tierras
públicas (en lugar de venderlas para generar fondos a los grandes capitales
especuladores como proponía Hamilton) y con ello protagonizó lo que algunos
historiadores califican como “la Revolución Democrática de 1800”.
Y tuvo además un golpe increíble de suerte en su
política exterior, cuando por una cifra irrisoria Napoleón le vendió la
Luisiana, un muy vasto territorio francés que iba desde la frontera con Canadá
hasta Nueva Orleáns en el sur, con lo que bruscamente el territorio de los
Estados Unidos se duplicó, posibilitando aún más la política de reparto de
tierras que Jefferson estaba llevando a cabo. Por todo ello se lo considera,
incluso más que Washington, como el Presidente más popular de toda la historia
de los EEUU.
La oposición, encarnada en el partido Federalista,
prácticamente desapareció, en parte por sus graves conflictos internos pero
fundamentalmente por el desprestigio en que quedó sumida debido al éxito de las
políticas de Jefferson. Pero su herencia, un Poder Judicial inspirado en su
ideología, permanecía allí para enfrentar al Ejecutivo. El peor de todos, como
era de esperar, era John Marshall, el cual, a título de ejemplo, cuando el Poder
Ejecutivo intentó aplicar una ley para impedir que un juez asumiera en el
Distrito Federal, simplemente la vetó por inconstitucional. Es mas, con ello
sentó el precedente que rige desde entonces, que solo la Corte Suprema puede
decidir en última instancia si una ley es o no constitucional. Pero no se limitó
tan solo a eso: ante otra ley promulgada en el Estado de Georgia y cuando la
parte que se consideraba perjudicada por la misma apeló a la Corte Suprema,
John Marshall la declaró inconstitucional, sentando el precedente (terrible en
ojos de los Republicanos Democráticos) que un organismo del Gobierno Federal, la
Corte Suprema, tenía prelación y autoridad sobre los propios
Estados.
Jefferson intentó en un comienzo resistir esta
ofensiva, y procedió a aplicar las armas que tenía a su disposición: la
recusación mediante el juicio político en el Senado. Lo logró en primera
instancia deponiendo a un Juez de New Hampshire, extremadamente federalista,
pero cuyas sentencias y conducta eran tan arbitrarias que revelaban claramente
una posible falta de cordura. Pero cuando quiso proseguir con un blanco más
importante el Senado, que le era tan favorable, y en última instancia el mismo
Jefferson, comprendieron que no era factible recusar a un juez meramente porque
a uno no le gustaban sus sentencias. Se llegó entonces a una situación
paradójica: la popularidad y los éxitos de la política de Jefferson eran cada
vez mayores, y cada vez más se acentuaba la oposición a sus políticas por parte
del Poder Judicial. ¿Y que hizo entonces el tan poderoso y carismático
Jefferson para poder enfrentar a un Poder Judicial designado, como hemos visto,
de apuro por un partido en retirada y que para colmo prácticamente había dejado
de existir?
NADA. No hizo nada, se resignó a gobernar vigilado
por un Poder Judicial que le era claramente adverso y sumamente hostil en todas
sus sentencias. Y sus sucesores, también convencidos Republicanos Democráticos,
permitieron que John Marshall siguiera fijando una definida doctrina federalista
a través del Tribunal Supremo por casi un cuarto de siglo, y que dejaría una
impronta definitiva en la jurisprudencia del país. Es que si eran republicanos
como proclamaban tenían que aceptar la separación de poderes, no les quedaba mas
remedio.
Y es curioso. Alguna vez comentamos que muchísimos
historiadores americanos consideran que el mérito fundamental de George
Washington no fue el haber comandado y vencido en la Guerra de la Independencia,
o haber sido el primer Presidente y con ello conducido al país en tan delicados
momentos, sino el haberse ido a su casa voluntariamente luego del segundo
mandato. Así también en este caso los historiadores consideran que pese a los
enormes méritos de Jefferson que enumeramos más arriba, el más importante fue
precisamente el haberse resignado en su batalla contra el Poder Judicial.
Washington con su retirada y Jefferson con su resignación sentaron las bases de
un sistema republicano. Una República que por ello hasta pudo darse el lujo de
tener presidentes mediocres, estúpidos, corruptos o, como el reciente George W.
Bush, además sumamente peligrosos no solo para Estados Unidos sino para el resto
del mundo. Pero la base republicana de la nación permaneció inalterable, y con
ello el posible remedio.
Y un par de comentarios para terminar. Como vimos
Jefferson y sus ideas se impusieron clara y terminantemente sobre las de
Hamilton… en el corto y mediano plazo. A largo plazo y como es notorio el
Estados Unidos idílico que soñara Jefferson (que describe tan bien Sarmiento en
su libro de Viajes, y que el sanjuanino
entusiastamente admiraba) cedió frente
al pragmático país imaginado por Hamilton.
Por último ¿qué nos motiva a recordar todo esto, cuando
a fines del 2012 Argentina parecería enfrentar un conflicto similar de poderes?
Creo que son válidas más que nunca las ideas del historiador hebreo Flavio
Josefo expresadas en sus “Antigüedades judías” escritas alrededor del año
treinta del primer siglo DC.
Reflexionando sobre las motivaciones para escribir
Historia. Flavio Josefo afirma:
“Así mientras unos se lanzan a esta rama de la Cultura
para exhibir su habilidad narrativa y adquirir la consiguiente fama, otros
aportan, hasta más allá de sus fuerzas, el esfuerzo inherente a la obra para
halagar a algunos personajes de los que trata el texto. Y los hay que se ven
obligados por la propia fuerza de los acontecimientos en cuya realización ellos
mismos participaron, a recogerlos en un escrito que de cuenta de ellos. POR OTRO
LADO SON MUCHOS LOS IMPULSADOS POR IMPORTANTES Y UTILES HECHOS QUE PERMANECEN
QUIZA IGNORADOS, Y POR ELLO DECIDEN DIVULGAR LA CORRESPONDIENTE HISTORIA PARA
BIEN DE TODOS”
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