Por Eduardo Zamorano
Abogado
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa de Fernando Mauri en FM Radio Cultura
La sociedad argentina está próxima a celebrar elecciones de medio tiempo.
La circunstancia en cuestión alienta análisis, especulaciones, y
pronósticos diversos máxime cuando, en apariencia, la imágen del
gobierno -y, por consiguiente, su expresión electoral, EL FRENTE
PARA LA VICTORIA en adelante FPV- experimenta una inocultable
erosión.
Otro aspecto, lejano en el tiempo pero tan o más importante que el
anterior, propulsa también el interés por esta contienda cívica. Es el
eventual impacto y proyección de la misma con vistas a las elecciones
presidenciales de 2015.
Con ánimo de esquivar rodeos o eufemismos, voy al punto nodal: la
performance que el FPV exhiba en octubre venidero definirá la
CONTINUIDAD, MODIFICACIÓN, o FINAL del ciclo político kirchnerista.
Previo a sustentar esta afirmación, anoto una paradoja que confirma la
excentricidad de los argentinos en materia política. Las encuestas
recientes (oficialistas o no) concuerdan en que el FPV se alzará con
el triunfo “nominal” en la compulsa de octubre; en otras palabras, es
prácticamente seguro que sea la primera minoría computando al país en
su totalidad; ello, por la simple razón, que es la única alianza
representada en todos los distritos electorales.
Empero, los encuestólogos también coinciden respecto a que esa
primacía en la suma de sufragios puede ser una victoria pírrica según
sea la magnitud del guarismo en cuestión.
Una hipótesis -advierto al lector: en extremo simplificada y
esquemática- que relacione el número de votos logrados por el FPV
con el futuro del kirchnerismo, ofrecería estas variantes.
(i) Un cincuenta por ciento o más le permite acariciar la CONTINUIDAD
de liderazgo, estilo, y modelo.
(ii) Un cuarenta por ciento obligaría a un CAMBIO considerable en la
modalidad de gobernar el país hasta el 2015.
(iii) Un treinta por ciento o menos preanunciaría un FINAL con visos de debacle.
Veamos con mayor detalle estas alternativas.
Arañar la mitad de los votos -además del consiguiente aumento en la
representación parlamentaria- insuflaría una impronta triunfalista
avasallante para encarar una reforma constitucional que habilite la
reelección indefinida del presidente/a de la República; en este
supuesto la mayor o menor prolijidad del mecanismo para implementarla
sería un factor secundario.
Un apreciable cuarenta por ciento comportaría sin embargo la
emergencia de escollos importantes para el proyecto kirchnerista, a
saber: sería un impedimento contundente para la meta reeleccionista;
pondría al desnudo la carencia de un sucesor de Cristina potable para
todos los variopintos nucleamientos que constituyen el oficialismo; y
dispararía el proverbial “nomadismo político” del peronismo histórico,
con la inevitable diáspora de sus hoy fervorosas huestes hacia
horizontes mas promisorios. Esta mutabilidad siempre dentro de la
“lealtad movimientista” preocupa al entorno presidencial; más aún, el
Diputado Héctor Recalde, hombre astuto y previsor si los hay, está
presentando un proyecto de ley para imponer severas sanciones a
aquéllos parlamentarios que abandonen sus bloques de orígen. En un
reportaje radial, el célebre laboralista refirió, con energía, que hay
países que incluso penan con la cárcel a los desertores que cambian de
bancada traicionando la voluntad de sus electores….aunque aclaró que
su proyecto contendrá castigos más módicos.
Ahora bien, en este eventual segundo escenario, va de suyo que los
rudimentos de la ciencia política aconsejan que el gobierno se abra al
diálogo con sus pares de otras tendencias así como con los actores
sociales, declinando cualquier conducta unilateral o soberbia.
Sin embargo, hay quiénes dudan sobre la voluntad de la conducción
kirchnerista para asumir sin vacilaciones ni remilgos este cambio de
táctica, condición ineludible para afrontar la coyuntura y un tránsito
relativamente calmo hasta el 2015.
Finalmente, un tercer escenario donde el FPV coseche un guarismo
cercano al treinta por ciento de los votos implicaría una catástrofe
electoral con impredecibles -aunque presumiblemente dramáticas-
proyecciones de orden institucional.
Como dije al comienzo, propuse un ejercicio simplificado cuya
consumación futura es improbable en los rígidos términos en que se
planteó; seguramente existirán resultados matizados con la
consiguiente incidencia en sus derivas políticas.
Existe otro ángulo para analizar: la importancia real (tamaño del
padrón electoral) y simbólica (significante en el imaginario del
argentino medio) de la contienda en la Provincia de Buenos Aires. Para
dilucidar este punto, juzgo importantes las PRIMARIAS ABIERTAS
SIMULTÁNEAS Y OBLIGATORIAS-PASO a realizarse en agosto en dicho
distrito.
La novedad en este turno electoral es SERGIO MASSA, a quién el
sociólogo Eduardo Fidanza bautizó, con su habitual precisión
terminológica, como “un típico liderazgo de popularidad” (en reportaje
del periodista Fernando Mauri, en “Construcción Plural” propalado por
FM Cultura).
En efecto, aún considerando sus experiencias previas en funciones
públicas relevantes, el Intendente de Tigre saltó al estrellato
político de manera vertiginosa. Hay expectativas que derrote al FPV
(Insaurralde) en su bastión tradicional.
¿Estas predicciones epopéyicas son fundadas o acaso responden a
construcciones mediáticas o no pasan de meras expresiones de deseos?
¿El resultado de las PASO gravitará en algún sentido en el desempeño
de Massa en las elecciones de octubre?
A mi humilde entender, las posibilidades de Massa aumentan o
disminuyen en función de la mayor o menor polarización de votos (entre
el nombrado e Insaurralde) que, respectivamente, se registre en las
PASO bonaerenses.
Así, resulta fácil deducir que si las PASO muestran un escenario
polarizado, una porción no desdeñable de los votos de Stolbizer y De
Narvaéz (los otros dos candidatos con algún peso electoral)
privilegiarán su condición antioficialista engrosando el caudal
massista en la puja de octubre. Ello, amén de la poderosa tracción
que usualmente genera el candidato victorioso.
Por el contrario, ese flujo de votos hacia el massismo sería
considerablemente menor en la hipótesis de un escenario de dispersión,
en el cual De Narváez y Stolbizer obtuvieran muy buenos resultados de
modo tal que se achicaran las diferencias entre los cuatro
contendientes.
Estas razones autorizan a sostener que las PASO son decisivas para las
chances de Massa en octubre.
Ahora bien, retomo la primera parte de la nota para permitirme un acto
de sinceridad con los lectores.
Más allá de mis preferencias políticas, creo que el desenlace de estas
elecciones más favorable para el país en su conjunto sería la variante
intermedia en la cual el oficialismo consiga un resultado honorable
(cuarenta por ciento de los votos en todo el territorio nacional).
Ello supondría un factor de estabilidad al tiempo que erradicaría
tanto delirios de perpetuidad como nuevos mesianismos refundacionales.
La sociedad argentina debe abandonar el maniqueísmo político, el
péndulo hacia los extremos, las cíclicas demonizaciones y
santificaciones.
En suma, extirpemos de una vez de nuestra visión de la política el
síndrome de tirar al bebé junto con el agua de la bañadera.
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