Por Eduardo Zamorano
Abogado - master en Inteligencia estratégica por la UNLP
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
Una de las últimas emisiones de la exitosa serie "PABLO ESCOBAR- El Patrón del Mal" que emite diariamente Canal 9, mostró dos escenas de notable valor simbólico.
En la primera de ellas, un Pablo casi adolescente lanza ante sus
amigos un autodesafío: ".si no hago el primer millón de dólares antes
de los 25 años, me suicido". Tras cartón, aparece nuevamente,
cuarentón y con una barriga prominente, formalmente "preso" en la
cárcel mansión "La Catedral", sitio donde accedió a "entregarse" como contrapartida de una reforma constitucional prohibitiva de la
extradición de colombianos a los Estados Unidos; allí, escuchado con unción por sus secuaces, desliza una confesión: "Todo, pero todo lo que tengo se lo debo a la cocaína.y que curioso jamás la probé".
Las dos vistas son emblemáticas de la llamada "parábola de Pablo"; es decir, el perfil biográfico de un "narco tipo". Familia humilde, buen nivel intelectual, personalidad vigorosa que no requiere refuerzos artificiales, y una absoluta falta de escrúpulos.
Desgraciadamente, en particular a partir de 2001, la Argentina se
convirtió en un terreno fértil para el nacimiento y evolución de
muchos "pablos".
Los llamados "carteles" de la droga son la versión latinoamericana de
organizaciones más antiguas surgidas en diferentes países, tales como: la "mafia" italiana; la "yacuza" japonesa; o la "bratva" rusa.
A la manera de sus tristemente célebres antecesores, estos grupos que en su momento tuvieron su apogeo en Colombia, ahora han crecido exponencialmente en México y Brasil alrededor del negocio de estupefacientes.
En la mayoría de los casos se sostienen en una estructura tipo clan o tribu.
En este esquema organizativo y de funcionamiento, adquieren
importancia decisiva los lazos familiares o amistosos. En efecto, la
célula primitiva suele estar conformada por dos o tres familias en el
sentido arcaico del término. No la familia nuclear o moderna, sino la
familia extendida, típica de finales del Siglo XIX y principios del XX
frecuente en zonas rurales, inclusiva de parientes remotos, allegados,
y hasta "clientes o protegidos" en el sentido del viejo derecho
romano.
Como condición necesaria aunque no suficiente para la supervivencia y desarrollo del grupo, deben emerger líderes para ocupar la cúpula directriz. Ellos planean las actividades, arman un entramado de protección, e interactúan con los facilitadores externos (policías, reducidores o lavadores, proveedores de documentación apócrifa, etc.).
Inmediatamente después de los líderes viene la "tropa". Son quiénes
transportan el producto base, lo refinan, y actúan como agentes de de distribución. También, por mandato de los líderes, se encargan delas actividades violentas o de choque (el sicariato, hoy atrozmente
cotidiano en Rosario y adyacencias).
Sin ánimo estigmatizante pero evitando las fáciles demagogias, las
periferias, villas, y asentamientos ubicados en las grandes ciudades
de nuestro país funcionan como base territorial; eventualmente como
aguantadero de integrantes que estén en riesgo de captura policial o
represalias de bandas rivales; también como canal de reclutamiento de nuevos componentes y centro de distribución doméstico.
En estos lugares, existen organizaciones de este tipo con diferentes
niveles de desarrollo; actualmente, en una proporción no desdeñable
varias ya han traspasado la etapa "embrionaria" adquriendo una
estructura más densa que las ubica cerca de sus pares brasileñas o
mejicanas. No hace demasiado, el doloroso y conmocionante asesinato de la niña Candela Sol Rodríguez puso al descubierto un fenómeno estremecedor: la "naturalización" del comercio de drogas, su incorporación como medio de vida (principal o complementario) en sectores de clase media baja.
Ahora bien, la descripción que antecede corresponde a los grupos que bauticé como "argenarcos"; son los que practican el "narcomenudeo" de paco, cocaína y marihuana con destino a los consumidores locales. Los crímenes ligados a las disputas por el territorio, con sus respectivos
los canales de venta, se incrementaron exponencialmente en el último año, y esta circunstancia tiene una resonancia mediática espectacular.
Pero junto a estos núcleos en franco crecimiento, coexisten dos o tres organizaciones foráneas de alto profesionalismo y logística,
comandadas por ex miembros de los carteles colombianos, con radicación o residencia temporaria en la Argentina, en busca de ámbitos más propicios para sus actividades. Acá la droga, incomparablemente más refinada que aquélla que se vende localmente, va en tránsito a los mercados europeos y estadounidenses. Pero la sofisticación de sus miembros no excluye el sicariato como lo prueban los "ajusticiamientos" de capos colombianos y mejicanos en nuestro país.
¿La "legalización" a la uruguaya puede ser una solución para eliminar el narco?
Lo dudo por estas razones:
1.- Se permite el cultivo y comercialización sólo de la marihuana.
Quedan en pie las restantes para que los narcos prosigan sus negocios.
2.- Liberar el consumo de marihuana no producirá un efecto
"sustitución" como ingenuamente proclaman los abolicionistas a
ultranza. Aunque parezca una perogrullada va de suyo que cada droga proporciona un efecto diferente a sus respectivos consumidores. Los usuarios de cocaína no pueden reemplazarla por la marihuana (supuesta droga "light") porque sus búsquedas psicofísicas son opuestas.
3.- Por último, aunque diste de la intención de los propiciadores de
la ley, legalizar una sustancia, desde un plano simbólico, roza
convalidar su consumo. Podrán lanzarse campañas en los medios
blandiendo los daños que produce, pero la permisión se acerca a la
"legitimación" de una conducta, y eso representa un peligro potencial.
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