Otra mirada sobre los llamados "Linchamientos"
Por Bernardo Poblet
Escritor
Estos episodios ocupan los espacios de comunicación y renuevan la
angustia de muchos ciudadanos. Hay buenos análisis desde varios puntos de vista, seguramente todos tienen parte de la razón.
En estos temas delicados hay que hacer un esfuerzo para separar la
comprensión de las probables causas del hecho de la justificación del
hecho. Lo primero está en la terreno emocional, lo segundo en el racional.
Cuando se mixturan, contaminan el análisis. Buenos razonamientos
basados en premisas débiles, suelen ser erróneos y pueden generar
conductas equívocas.
En nuestra sociedad argentina venimos armando, sin mirar ni ver, una cantidad apreciable de cartuchos de dinamita que se depositan en distintos niveles sociales: la ausencia del Estado en la protección de vidas y bienes, la victimización del delincuente, la corrupción galopante sin penalidad ni legal, ni social, la realidad de la mexicanización del avance de la droga en todo el territorio nacional, el accionar público de las barras bravas, los escraches y los cortes de todo tipo que ya son parte del paisaje urbano, y un largo listado. Nunca hay una sola causa, suelen ser la convergencia de varias probables causas.
Pero para que exploten se necesita un detonador, un pequeño y aparente inofensivo cilindro del tamaño de un cigarrillo.
El detonador tampoco surge de una causa lineal. Hartazgo, intereses
personales dañados, frustración de las expectativas, hijos, padres, esposos, abuelos asesinados, las imágenes repetidas hasta el cansancio por los medios y la sistemática negación de la realidad mirando para otro lado de los que deben cambiarla. Todas situaciones de la vida real que alimentan la indignación y potencian la sensación de impotencia.
En ese entorno solo falta una chispa para accionar el detonador, la
última gota de agua en el vaso que se derrama y entonces la dinamita
explota, se libera la energía acumulada. La onda expansiva sin control destruye indiscriminadamente.
La explosión es la consecuencia de un proceso sistémico.
Nos enseñan que la sociedad adquiere las características de sus individuos.
Seguramente es así y ese razonamiento nos lleva a mirar que hay
demasiadas personas que practican la violencia como una conducta
aceptada y no pocas veces legalizada; hay demasiadas personas que
imitan conductas, entre los delincuentes y entre los que nos consideramos normales. Y un fenómeno recurrente, el efecto moda:
Oleadas de acciones parecidas que se concentran un tiempo, se
diluyen y emergen luego frecuentemente bajo otra modalidad, hasta
la próxima situación: ataques a jubilados; secuestros express; asaltos
con mutilación de dedos, salideras, asaltos a supermercados desde
los fines de año hasta cuando la policía no está….y un montón de
casos que, tal vez para sobrevivir, el ciudadano común parece tratar
de olvidar. El problema es que la virulencia de los hechos se
espiraliza, pero en esencia son los mismos.
Estos lamentables casos de justicia a lo lejano oeste, que pueden explicarse pero no justificarse -aunque escucho a demasiados ciudadanos de a pie que lo hacen- también pasarán….por un tiempo.
Si los que tienen la responsabilidad de conducir no la asumen la tendencia puede ser a empeorar. Miremos, por ejemplo, como se están organizando los grupos de defensa contra los narcos en algunas poblaciones mexicanas.
¿Cómo evolucionan? mutando en grupos de asalto. Siempre en nuestro país solemos decir que nosotros estamos lejos de esto. ¿Lejos?
Todo es explicable. Siempre hay argumentos para comprender porque pasa lo que pasa, pero demasiadas veces nos quedamos en describirlo sin profundizar el proceso que conduce al hecho que analizamos.
El Estado no está, por ejemplo. Así planteado puede confundir, no es así, el Estado está pero con una monumental ineficiencia. La enorme masa de dinero que recauda de una fuertísima presión impositiva se derrocha en gastos improductivos. Lo que falta es honestidad y profesionalidad para priorizar los recursos en lo que la Constitución establece para los que son elegidos como administradores temporarios del Estado: educación, salud, seguridad y vivienda, para empezar.
Una sociedad en decadencia es, además, un terreno fértil para que los teóricos que, en la comodidad de sus bibliotecas, desarrollen teorías como el abolicionismo, los derechos humanos sesgados de minorías que exigen privilegios o ideas varias bajo el manto aterciopelado del falso progresismo que los entretiene en el plano intelectual, mientras la gente sobrevive en la realidad.
Todos los ciudadanos tenemos cuotas de responsabilidad y no
solamente los que nos conducen. Tallan fuerte entre las causas
convergentes, la impunidad que los ciudadanos no solo toleramos sino que premiamos con nuestro voto. En todos los niveles, si nos dan para el plato de lentejas o las condiciones para cambiar el coche, aceptamos el pacto implícito de admitir a cambio, desde robar dineros del estado de sus funcionarios y amigos, asfixiar a las instituciones que deberíamos proteger para que nos defiendan, hasta tolerar que no cumplan la ley los que deben asegurar que todos la respeten.
Hace tiempo que “algo huele mal en la Argentina”. La descomposición de nuestra sociedad es gradual, viene de lejos pero hoy, comenzamos a sentir alguno de los efectos de la perdida del respeto por la ley como eje de la organización para convivir.
El hedor comienza a molestar, tal vez sea una buena noticia. Podría ser el comienzo para salir de la resignación.
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