Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia estratégica por la UNLPColumnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.
Un dilema puede definirse -de modo simplificado, por cierto- como aquel problema que tiene dos salidas; ambas pueden ser malas o buenas. Es decir, el sujeto está inmerso en una situación que dificulta una opción.
Hay dilemas malos y buenos. A modo de ejemplo:
“Estoy harto de mi empleo. Si lo abandono quedo sin sustento; si lo mantengo, sigo sufriendo”.
“Me regalaron un viaje. Londres o Barcelona. Ambas ciudades me gustan por igual. No puedo decidirme”.
Los diarios de hoy (16/12/2014) dan cuenta de una acción terrorista en Sydney (Australia), perpetrada por un fanático islámico.
Un
somero análisis de la información disponible sobre el asunto permite
advertir, sin mayor esfuerzo, que la tragedia era probable que
ocurriera.
Basta reparar en estos datos:
1.-
En 1996, el agresor llegó a Australia procedente de Irán, en calidad de
“refugiado”; es sabido que en esta época, al amparo de la Revolución de
los Ayatollahs, los servicios secretos de ese país enviaban agentes
encubiertos a Occidente con la misión de organizar “células durmientes”.
Estos núcleos permanecían en estado de latencia durante años a la
espera de ser activadas (la Argentina con los casos “Embajada de Israel”
y “Amia” es un trágico ejemplo de esta modalidad).
2.-
El sujeto se cambió el nombre y protagonizó una seguidilla de hechos
gravísimos e indicativos de un cierto desequilibrio psíquico (abuso
sexual; acción psicológica en perjuicio de familiares de soldados
australianos muertos en la guerra de Afganistán; activismo
fundamentalista con alteración del orden público). Por estos hechos
recibió una condena a dos años de prisión de cumplimiento condicional;
pero gozando este beneficio, su mujer y madre de sus dos hijos fué
asesinada y existían fuertes indicios de que el presunto clérigo
hubiera tenido complicidad o algún grado de participación en el crímen.
Las
autoridades policiales australianas tenían un problema: un individuo
altamente peligroso moviéndose a sus anchas dentro de la comunidad.
¿Cuál era el dilema?
La
primera variante era profundizar su vigilancia, colocarle una pulsera
de seguridad, intervenir sus teléfonos, plantar micrófonos en su
vivienda; quizás con mayor severidad: deportarlo a su país o remitirlo
al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados a efectos que
lo hospedara en otro sitio.
La
segunda alternativa: ser coherente con la tradición australiana de
respeto por los derechos humanos, abstenerse de seguimientos o
intrusiones que violaran la intimidad del iraní y lo discriminaran,
rehusar imponerle limitaciones a su libertad ambulatoria.
Australia, país pacífico y educado, honró sus mejores valores: eligió la segunda opción.
La
solución al dilema fue valiente y seguramente merecerá elogios y
plácemes de nuestros más egregios juristas. Pero…..¿y el resultado?.
Algunos,
pocos tal vez, consideramos que estos crueles dilemas obligan, como
mínimo, a una reflexión serena pero despojada preconceptos.
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