Por Bernardo Poblet
Pensador - Especialista en RRHH
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.
Pensador - Especialista en RRHH
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.
En el planeta tierra tenemos algo así como ciento noventa y cuatro países reconocidos; con cierta solidez en la en la estructura económica más o menos una treintena y son muy pocos – menos de la mitad- los que se han aproximado a un equilibrio razonable: una organización democrática, instituciones sólidas, capacidad económica para lograr estabilidad y poder salir rápidamente de crisis globales, equidad social y desarrollo humano y convivencia política para manejar con madurez conflictos de interés. Nuestra Argentina bicentenaria no ha logrado –no hemos logrado- ni acercarnos a esos proyectos concretos de país. Vivimos aquí y ahora con nuestros recurrentes problemas cotidianos. Sería bueno, de vez en cuando, salir de la aldea, mirar al mundo y comparar que hacen otros que no sabemos o no queremos hacer nosotros. Y aprender.
Necesitamos
tener una utopía, un objetivo ideal, un resultado esperado que, sabemos, no será
posible lograr en los tiempos deseados, pero marca un norte. Las metas de corto y mediano plazo deberían ir
en esa dirección. Si, por el contrario,
es difuso, la velocidad de los hechos que nos imponen puede hacernos creer que
estamos en el rumbo correcto. Altamente
probable que no sea así, hay demasiados y poderosos intereses que trabajan para
construir, con perfeccionados medios y recursos, una realidad imaginada. Si el
norte está claro, al menos, podremos apreciar los desvíos y no sorprendernos por
resultados inesperados como nos ha sucedido tantas
veces.
Solemos
ignorar lo que suponemos es obvio. Es el caso. ¿Cuántos habitantes queremos
vivir en un país mejor? Si, ya sé ¿Qué es mejor? Las visiones distintas –eso es
la diversidad- dependen de los intereses de cada uno; no es posible
–ni deseable- que todos pensemos igual pero sí, podríamos intentar compartir conceptualmente
una utopía:
Vivir
en una nación organizada con las reglas
de una república, donde todos, ciudadanos de a pie y funcionarios de cualquier
nivel, estemos subordinados a la constitución nacional –que debemos conocer
desde la primaria-, las instituciones funcionen como garantía de
la igualdad de todos ante la ley y la
alternancia constitucional en el poder, como un principio inamovible de la
democracia.
Donde
la educación pública sea plural, se centre en valores personales de respeto al
otro, que consolide la convicción de ser
y ejercitar el rol de ciudadano para que las creencias políticas, religiosas y
de cualquier tipo sean una elección
personal y nunca la consecuencia del adoctrinamiento.
Donde
la corrupción –desde la obra pública
hasta el narcotráfico- sea valorada por el ciudadano como un delito mayor, la
impunidad rechazada y aún cuando los actores puedan eludir a la justicia, sean
condenados por la
sociedad.
Con
un estado fuerte que pueda instrumentar con eficacia y eficiencia su misión
esencial: infraestructura para crecer, vivienda, salud, educación, seguridad
–recuperemos el Manual del alumno- que
genere políticas para estimular el esfuerzo productivo de los individuos, con
reglas claras y estables, sin agobios burocráticos, con respeto a la libertad de
iniciativas.
Donde
el empleo público no tenga privilegios, la carrera sea profesional y se
estructure con exámenes independientes. Se elimine a la administración del
estado como playa de estacionamiento para simular ocupación. Se estimule la inversión productiva como el más efectivo
camino para producir empleos genuinos.
Donde
las obligaciones tributarias, pensadas con racionalidad equitativa se apliquen a todos; el estado informe a la
ciudadanía, ineludiblemente, además de
la recaudación, el destino del gasto y la inversión, esté o no en el
presupuesto. Se considere delito utilizar fondos públicos para propaganda
partidaria.
Se
priorice el ahorro para el consumo de lo que cada uno necesita o desea y se
desestimule el consumismo como salida para salvarse del deterioro de recurrentes
procesos inflacionarios. Se asegure la competencia sana como la mejor
herramienta para proteger al consumidor en calidad y
precios.
Donde
se cumpla que cada necesidad genera un derecho y el ejercicio de un derecho, una
obligación. El estado debe asistir a quienes no puedan resolver su subsistencia
por sus propios medios, pero generar trabajo genuino debe ser una meta pasa/no pasa para que cada
ciudadano pueda recuperar su derecho a proveer dignamente su sustento, sin
dependencias ni favores de nadie.
Dónde
se mantenga nuestra individualidad como nación y la defensa de nuestra soberanía
como país, integrándonos con el mundo con una política inteligente sin
arrogancias y orgullos vacíos de
contenidos. Que nos respeten como sociedad organizada de la misma manera que se
reconocen a los argentinos que, desde la ciencia, el arte, el deporte y muchas
otras áreas, nos hacen sentir orgullosos.
Una
republica se construye. No hay crecimiento sin desarrollo y la prioridad son las
personas y la calidad de los que nos conducen. Los que se postulan para hacerlo
deberían explicar si comparten estos conceptos y si no es así, que nos propongan
otros. El voto decidirá el rumbo. Declamamos siempre y jamás hemos sido capaces
de demostrar que una utopía no puede construirse en el lapso de un gobierno,
sino con la continuidad en el tiempo de las políticas de estado que deben
consensuarse y respetarse por parte de los administradores temporales cualquiera
fuere su color político.
Los señores candidatos deben explicar las
decisiones que quieren tomar expresadas como metas de corto y mediano plazo y los ciudadanos no aceptar expresiones
genéricas de buenas intenciones. No pedimos un plan detallado -no sería
razonable exigirlo en esta etapa- pero
sí, queremos saber qué van a hacer, cómo, con qué recursos, en qué tiempo, con
qué prioridades, con qué equipo; para
que podamos evaluar su credibilidad.
Y,
por favor, un programa integral, no a pedacitos, el país funciona como un
sistema, importa como son las relaciones
entre las partes, queremos ver el bosque no sólo un árbol por vez.
Hay
que revalorizar la utilidad de una utopía.
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