Por Bernardo Poblet - escritor/columnista de Construcción Plural
Las noticias se multiplican implacablemente mostrando una Argentina vacilante, crispada, inestable.
Las noticias se multiplican implacablemente mostrando una Argentina vacilante, crispada, inestable.
Conspiraciones,
traiciones, desidia, escándalos políticos, acusaciones cruzadas, amoralidad,
drogadicción creciente, desinformación, delincuentes con derechos, victimas
cuestionadas, inusitada violencia verbal. Palabras fuertes que se están
convirtiendo en términos habituales. El acostumbramiento es una eficaz
herramienta: tiene el efecto de una poderosa anestesia.
Lo
sórdido se mixtura con la incredulidad. En algunas instituciones pareciera que
la misión esencial de sus dirigentes es probar determinada hipótesis pre
decidida. La verdad no es protagonista. Que parezca un
accidente.
Nos
desconciertan hechos inesperados. En un país que se está resignando a enterarse
de asesinatos cotidianos, una muerte dudosa nos impacta, nos inspira temor. Un
tiro de gracia a la credibilidad agonizante en las
instituciones.
También
nos sorprenden situaciones que pudimos prever simplemente recordando, sin
embargo, frecuentemente, la memoria se niega a traer al presente hechos que
permitirían aprender. No tenemos archivos sólidos de la experiencia realmente
vivida. Solo registramos lo que confirma nuestras creencias, barremos bajo la
alfombra lo que colisiona con ellas.
Por
eso, tal vez, nuestra historia se convierte en una novela de verano.
Hay
levedad, mañana otra noticia tapará la que hoy nos conmueve. La noticia es un
producto perecedero ¿Para qué hacerse mala sangre? Vivimos al día, la inmediatez
nos está colonizando. El desaliento está ahí, esperando.
Gente
con carencias pelea para estar en el ring. Cortes, manifestaciones, “las bandera
de la lucha por un estado benefactor no será arriada”. Dominar la calle, el
conflicto permanente.
Ciudadanos
comunes se enojan, proponen, insultan, algunos salen a expresar su bronca con
actitud civilizada. La resistencia a estas imágenes marketineras que nos empujan
a creer una realidad imaginada también está presente.
Muchos
queremos cambiar esta realidad, pero nos paraliza no saber cómo hacerla
operativa, transformarla en un instrumento para construir. Cómo lograr que esa
pretensión no termine una vez más en una “esperanza por la cual vivimos”, una
intención con irremediable destino de esfuerzo estéril.
Los
que pretenden dirigir el gobierno del estado, votos mediante, proponen
continuidad o continuidad con cambios; no faltan quienes insisten repetir las
películas que ya vimos, antiguas recetas fracasadas, ideologías usadas nunca
taxis o viejas recicladas con nombres nuevos.
Algunos
candidatos se posicionan en las encuestas. Hoy, mañana veremos. Cada uno vale
por lo que pase en los últimos metros de la carrera. Están los que pelean para
que se hablen de ellos. Y los que desesperan porque no “despegan”.
Otros
declaman cambios. Se proponen como personas, muestran su perfil, lo avalan con
colores, afiches con slogans y actos festivos.
Cuando
buscamos el contenido en esas cuidadas frases de venta –en todos los
protagonistas- no encontramos nada. No se entiende
señores.
Nada, significa que sobreabundan los
buenos propósitos, pero no hay planes de qué hacer,
como, con qué recursos, con qué medios, con qué equipo, en qué tiempo. Es decir,
bajando a tierra, tocando la realidad. Pero no, nos piden fe. La fe no necesita
fundamentos.
Los
ciudadanos comunes que intentamos tener un espíritu crítico como filtro mental
para interpretar lo que percibimos, miramos a unos y a otros. No pocas veces
confundidos. Los fanatizados no tienen ese problema, tienen decidido desde
siempre el club al que apoyaron y apoyarán siempre. No hay espacio para revisar
nada.
¿Qué
hacer?
Ciudadanos
comunes apelan a Darwin. La adaptación al medio. Flexibilidad mimética.
Sobrevivir.
Otros
se rebelan. Se esfuerzan por consolidar sus convicciones. Están solos. Algunos
esperan.
Mientras
tanto, talentosos analistas nos mantienen alertas fundamentando opiniones,
detallando teorías que justifican lo que ocurre. Intentando explicar una
formidable confusión que nos envuelve como una ameba.
¿Cómo
salir?
Estamos
con anteojos oscuros, de noche. Dan ganas de pedir
socorro.
¿Alguien
se animará a aportar ideas sensatas aunque no sean populares?
Audaces
pero realistas; posibles de encontrar equipos con las competencias necesarias
para instrumentarlas, con contenidos que logren adhesiones activas de la
población responsable, que nos movilicen para actuar. Diagnósticos no nos
faltan. Acciones sí.
Quienes
lo hagan probablemente no serán votados –seguramente la cruda verdad no
coincidirá con lo que se espera escuchar- pero puede ser la semilla para ir
armando un futuro posible.
Y,
si el milagro de que aparezcan líderes que tengan la convicción de que no hay
nada más importante que la obra trascienda al autor, y tengan proyectos
auténticamente renovadores, sería bueno que los medios los difundan
sistemáticamente como lo hacen con las insulsas noticias que nos abruman. Y nos
distraen.
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