Reflexiones ante el horror
Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia estratégica por la UNLPColumnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa radial de Fernando Mauri.
Tres jóvenes de nacionalidad
francesa y religión musulmana atacaron la redacción de la revista humorística
“CHARLIE HEBDO”, matando a doce personas.
La masacre habría tenido por finalidad
represaliar a los responsables y autores de la publicación quienes, con
relativa frecuencia, exhibían caricaturas, libelos, chistes, e ironías
ofensivas hacia el credo islámico y su Profeta.
El propósito de estas líneas,
además de analizar el hecho, persigue reflexionar sobre algunas
interpretaciones, a mi entender: equívocas e inmediatistas, que se efectuaron
sobre el mismo en medios locales.
1.-
Hay quiénes reducen el episodio a
un coletazo del proceso democratizador trunco, el cual en su momento se
denominara “Primavera Arabe” y a la “Guerra por el petróleo” (Marcelo
Cantelmi, Clarín); Atilio Boron en Pagina 12 aduce que los orígenes del
terrorismo islámico deben rastrearse en la estrategia de la CIA, durante la
Guerra Fría, consistente en propiciar el integrismo religioso en los países
árabes y musulmanes como anticuerpo contra el comunismo que procuraba expandir
la entonces Unión Soviética; en el diario La Nación, Luisa Corradini pontifica
que no existe vínculo alguno entre la religión musulmana y el jihadismo
ultraviolento; y en el talk show televisivo
“Intratables”, el experto en
terrorismo, Horacio Calderón, explica el luctuoso suceso a partir del error de “Occidente” al voltear a Khadafi e
intentar hacer lo propio con Basher El Assad, personajes que combatían el
fundamentalismo religioso aunque fueran dictadores sangrientos y opresores de
sus pueblos.
2.-
Los enfoques precedentes omiten o
minimizan un aspecto crucial para comprender el fenómeno terrorista islámico:
la naturaleza integrista de las sociedades donde es mayoría ese culto, circunstancia
derivada de la estricta observancia de las normas contenidas en su texto
cúlmine “El Corán”, y que genera una fusión inescindible entre religión,
cultura, y poder.
El Islam, aún en sus variantes moderadas
y pacíficas, implica una postura de superioridad por sobre otras religiones. En
la fe islámica, Mahoma es el último profeta divino; él perfeccionó las
enseñanzas de Moisés y Jesús para lograr una síntesis perfecta de las dos
religiones monoteístas precedentes. Esta
nueva religión, a diferencia judaísmo y cristianismo -que tienden, en mayor o menor medida, a
limitarse a lo espiritual-, supone un
auténtico programa de vida para sus fieles.
En los pueblos musulmanes todo está impregnado de religiosidad: desde la
organización política hasta las costumbres familiares y privadas.
Sin ánimo efectista: dentro del
cristianismo o judaísmo actuales, una adúltera es una pecadora que puede arder
en el infierno excepto que confiese su falta y se arrepienta.
En las sociedades islámicas puede
morir lapidada (ver el caso de la iraní Sakineh Ashtiani en Pagina 12 del
18/8/2010).
3.-
Luego de diez siglos de
esplendor, la civilización islámica ingresó en una penosa decadencia. El
Imperio Otomano fue parcelado deshonrosamente y las potencias occidentales
plantaron un estado judío en Palestina.
Los países islámicos-árabes
reaccionaron de manera diversa a la penetración occidental; durante buena parte
del siglo XX, en algunos de ellos se intentó
incorporar la modernidad de cuño capitalista: Turquía (kemalismo); el
Irán de Reza Pahlevi; Jordania; etc. Otras optaron por nacionalismos seculares
prosoviéticos: Egipto (nasserismo); Siria e Irak (baasismo); Argelia (Ben
Bella); y la propia OLP de Yaser Arafat.
Empero estos pujos laicistas
estallaron con el fin de la Guerra Fría, el colapso soviético, y la arrogancia
de los Estados Unidos devenida en la única superpotencia y gendarme mundial. En
un mundo dominado por la globalización occidental, la religión brindaba una alternativa
para preservar la identidad.
De esta forma, el panislamismo
rebrotó con fuerza incontenible, desbordando los límites de Estados nacionales
endebles ante la mundialización.
Y el panislamismo, el regreso a
las fuentes, el apego a la raíz primigenia no se agota en la geografía
musulmana sino que, como vimos en los grandes atentados acontecidos en países
occidentales a comienzos de este siglo, cautiva a los fieles residentes y hasta
incluso nacidos y criados en ellos.
4.-
La expansión y rebrote religioso
se dio al unísono con las grandes inmigraciones desde los pueblos islámicos
hacia Europa e incluso los Estados Unidos.
A diferencia de otros fenómenos
migratorios del pasado, en este caso no se produjo la asimilación cultural de
los nuevos pobladores a las formas de vida del país receptor.
Ese aislamiento obedeció, en gran
medida, a la fuerte internalización religiosa que traían consigo pero también a
teorías forjadas en las propias usinas intelectuales de occidente.
El multiculturalismo -que a esta ideología me refiero- significa adjudicar igual valor y relevancia
a las culturas que practican diferentes pueblos del planeta. Para sus
propiciadores no hay culturas buenas o malas, avanzadas o arcaicas, humanistas
o crueles.
Cada grupo nacional, étnico, o
religioso posee un derecho inalienable a sus pautas tradicionales de
comportamiento.
Más allá de las objeciones que
podrían formularse a esta posición, bajo la vigencia del esquema del
Estado-Nación las posibilidades de conflicto disminuyen. Dentro del territorio soberano de un país, la
comunidad internacional debe respetar su estilo de vida e incluso sus opciones
políticas.
Ahora bien, cuando el mundo se
globaliza y se potencia la centrifugación de poblaciones según lo expresado al
comienzo de este punto, el tema se complejiza en extremo.
5.- Yendo al suceso que motiva
esta nota, en Francia hay un siete por ciento de la población de orígen
islámico que no está integrada y que pretende vivir según las pautas culturales
de sus países de orígen. Sucede que,
como es evidente en la valoración que se adjudica a la “libertad de expresión”
versus la “blasfemia”, hay una confrontación inevitable entre la gran
mayoría de los habitantes de Francia y su minoría musulmana.
Y este conflicto axiológico se
replica en España, Italia, y hasta Alemania con los migrantes de la zona del
Magreb.
Desde la Argentina, los cenáculos
supuestamente intelectuales se deshacen en justificativos y racionalizaciones
para explicar este crímen aberrante e intolerable. Acuden a datos que,
ciertamente, tienen gravitación: miseria, desempleo, discriminación. Pero
soslayan la cuestión religiosa y cultural, incomparablemente más decisiva que
lo anterior.
También existen almas bellas, en
general con una vida holgada y hasta opulenta, que pregonan el
multiculturalismo a ultranza. Empero, suelen ser menos comprensivas con los
inmigrantes de nuestros países vecinos aunque, en general, no representen
ningún peligro y compartan nuestro modo de vida.
De allí que para aprehender, en
sus dramáticas implicancias, lo sucedido en París más que leer a los opinadores
criollos (incluyendo, obvio, a este escriba) me permito recomendar a los
lectores tres películas especialmente aleccionadoras: “Syriana” (Stephen Gaghan); “El
Sospechoso” (Gavin Hood), y sobre todo “Entre los muros” de Laurent Cantet
que, con una honestidad intelectual admirable, describe el problema francés.-
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