viernes, enero 09, 2015

Reflexiones ante el horror

Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia estratégica por la UNLP
Columnista de 
CONSTRUCCION PLURAL, 
el programa radial de Fernando Mauri. 



Tres jóvenes de nacionalidad francesa y religión musulmana atacaron la redacción de la revista humorística “CHARLIE HEBDO”, matando a doce personas.
La masacre habría tenido por finalidad represaliar a los responsables y autores de la publicación quienes, con relativa frecuencia, exhibían caricaturas, libelos, chistes, e ironías ofensivas hacia el credo islámico y su Profeta.

El propósito de estas líneas, además de analizar el hecho, persigue reflexionar sobre algunas interpretaciones, a mi entender: equívocas e inmediatistas, que se efectuaron sobre el mismo en medios locales.


1.-
Hay quiénes reducen el episodio a un coletazo del proceso democratizador trunco, el cual en su momento se denominara “Primavera Arabe” y a la “Guerra por el petróleo” (Marcelo Cantelmi, Clarín); Atilio Boron en Pagina 12 aduce que los orígenes del terrorismo islámico deben rastrearse en la estrategia de la CIA, durante la Guerra Fría, consistente en propiciar el integrismo religioso en los países árabes y musulmanes como anticuerpo contra el comunismo que procuraba expandir la entonces Unión Soviética; en el diario La Nación, Luisa Corradini pontifica que no existe vínculo alguno entre la religión musulmana y el jihadismo ultraviolento; y en el talk show televisivo “Intratables”, el experto en terrorismo, Horacio Calderón, explica el luctuoso suceso a partir del error de “Occidente” al voltear a Khadafi e intentar hacer lo propio con Basher El Assad, personajes que combatían el fundamentalismo religioso aunque fueran dictadores sangrientos y opresores de sus pueblos.


2.-
Los enfoques precedentes omiten o minimizan un aspecto crucial para comprender el fenómeno terrorista islámico: la naturaleza integrista de las sociedades donde es mayoría ese culto, circunstancia derivada de la estricta observancia de las normas contenidas en su texto cúlmine “El Corán”, y que genera una fusión inescindible entre religión, cultura, y poder.

El Islam, aún en sus variantes moderadas y pacíficas, implica una postura de superioridad por sobre otras religiones. En la fe islámica, Mahoma es el último profeta divino; él perfeccionó las enseñanzas de Moisés y Jesús para lograr una síntesis perfecta de las dos religiones monoteístas precedentes.  Esta nueva religión, a diferencia judaísmo y cristianismo   -que tienden, en mayor o menor medida, a limitarse a lo espiritual-,  supone un auténtico programa de vida para sus fieles.  En los pueblos musulmanes todo está impregnado de religiosidad: desde la organización política hasta las costumbres familiares y privadas.

Sin ánimo efectista: dentro del cristianismo o judaísmo actuales, una adúltera es una pecadora que puede arder en el infierno excepto que confiese su falta y se arrepienta.
En las sociedades islámicas puede morir lapidada (ver el caso de la iraní Sakineh Ashtiani en Pagina 12 del 18/8/2010).


3.-
Luego de diez siglos de esplendor, la civilización islámica ingresó en una penosa decadencia. El Imperio Otomano fue parcelado deshonrosamente y las potencias occidentales plantaron un estado judío en Palestina.
Los países islámicos-árabes reaccionaron de manera diversa a la penetración occidental; durante buena parte del siglo XX, en algunos de ellos se intentó  incorporar la modernidad de cuño capitalista: Turquía (kemalismo); el Irán de Reza Pahlevi; Jordania; etc. Otras optaron por nacionalismos seculares prosoviéticos: Egipto (nasserismo); Siria e Irak (baasismo); Argelia (Ben Bella); y la propia OLP de Yaser Arafat.

Empero estos pujos laicistas estallaron con el fin de la Guerra Fría, el colapso soviético, y la arrogancia de los Estados Unidos devenida en la única superpotencia y gendarme mundial. En un mundo dominado por la globalización occidental, la religión brindaba una alternativa para preservar la identidad.
De esta forma, el panislamismo rebrotó con fuerza incontenible, desbordando los límites de Estados nacionales endebles ante la mundialización.

Y el panislamismo, el regreso a las fuentes, el apego a la raíz primigenia no se agota en la geografía musulmana sino que, como vimos en los grandes atentados acontecidos en países occidentales a comienzos de este siglo, cautiva a los fieles residentes y hasta incluso nacidos y criados en ellos.


4.-
La expansión y rebrote religioso se dio al unísono con las grandes inmigraciones desde los pueblos islámicos hacia Europa e incluso los Estados Unidos.
A diferencia de otros fenómenos migratorios del pasado, en este caso no se produjo la asimilación cultural de los nuevos pobladores a las formas de vida del país receptor.
Ese aislamiento obedeció, en gran medida, a la fuerte internalización religiosa que traían consigo pero también a teorías forjadas en las propias usinas intelectuales de occidente.

El multiculturalismo  -que a esta ideología me refiero-  significa adjudicar igual valor y relevancia a las culturas que practican diferentes pueblos del planeta. Para sus propiciadores no hay culturas buenas o malas, avanzadas o arcaicas, humanistas o crueles.
Cada grupo nacional, étnico, o religioso posee un derecho inalienable a sus pautas tradicionales de comportamiento.

Más allá de las objeciones que podrían formularse a esta posición, bajo la vigencia del esquema del Estado-Nación las posibilidades de conflicto disminuyen.  Dentro del territorio soberano de un país, la comunidad internacional debe respetar su estilo de vida e incluso sus opciones políticas.

Ahora bien, cuando el mundo se globaliza y se potencia la centrifugación de poblaciones según lo expresado al comienzo de este punto, el tema se complejiza en extremo.


5.- Yendo al suceso que motiva esta nota, en Francia hay un siete por ciento de la población de orígen islámico que no está integrada y que pretende vivir según las pautas culturales de sus países de orígen.  Sucede que, como es evidente en la valoración que se adjudica a la “libertad de expresión” versus la “blasfemia”, hay una confrontación inevitable entre la gran mayoría de los habitantes de Francia y su minoría musulmana.
Y este conflicto axiológico se replica en España, Italia, y hasta Alemania con los migrantes de la zona del Magreb.

Desde la Argentina, los cenáculos supuestamente intelectuales se deshacen en justificativos y racionalizaciones para explicar este crímen aberrante e intolerable. Acuden a datos que, ciertamente, tienen gravitación: miseria, desempleo, discriminación. Pero soslayan la cuestión religiosa y cultural, incomparablemente más decisiva que lo anterior.

También existen almas bellas, en general con una vida holgada y hasta opulenta, que pregonan el multiculturalismo a ultranza. Empero, suelen ser menos comprensivas con los inmigrantes de nuestros países vecinos aunque, en general, no representen ningún peligro y compartan nuestro modo de vida.


De allí que para aprehender, en sus dramáticas implicancias, lo sucedido en París más que leer a los opinadores criollos (incluyendo, obvio, a este escriba) me permito recomendar a los lectores tres películas especialmente aleccionadoras: “Syriana” (Stephen Gaghan); “El Sospechoso” (Gavin Hood), y sobre todo “Entre los muros” de Laurent Cantet que, con una honestidad intelectual admirable, describe el problema francés.-

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