domingo, abril 26, 2015

¿Captados o capturados?

Por Bernardo Poblet - Escritor


Es razonable que los individuos integrados en comunidades busquemos la mejor alternativa para vivir con menos sobresaltos.  En algunos lugares vivir, en otros, permanecer y en demasiados, sobrevivir.

Las sociedades evolucionan o involucionan con modos de organización cuya calidad no siempre es la deseada. Y aparecen los políticos para conducir los gobiernos y los asuntos del estado y con ellos las doctrinas, los modelos, las ideologías.

En algunos países, todavía, los ciudadanos podemos seleccionar dentro de que marco de ideas nos sentimos mejor,  en otros no tienen opción, se aferran, conscientes o instintivamente, a creencias y conductas de supervivencia.

Entre quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos -políticos que le dicen-  aparecen individuos con conocimientos, experiencias y notables habilidades para atraer gente, ganar su voluntad  y hasta su afecto.  En muchos casos parecen ser una particular raza de domadores, capaces de obtener  sumisión  a una idea o a su persona, aunque  lo más notable es que logran pegar firmemente  la voluntad de alguien a una situación más o menos cómoda y que no quiera salir de ella. Dependencia conservadora frecuentemente bajo consignas de tono revolucionario.

Una parte de la sociedad quiere estar en la inmediatez;  concentrado en su micro mundo, vive de sus sensaciones. No le interesa los datos, la información contrastable, las estadísticas y si son confiables o no. Si siente que le va bien y puede consumir con los medios a los que tiene acceso,  está todo muy bien. Lo que le pasa hoy, define su posición. No importan los otros. Mañana no existe.

Una parte de la población es mutante. Ha desarrollado la capacidad de adoptar como propios opiniones y comportamientos de otros. Se  acomodan imita,  si es necesario se mimetiza mientras la cosa anda y si hay peligro, reacciona, muta y se pega a otra cosa. Y pelea contra la memoria, adquiere una amnesia selectiva: “yo nunca apoyé a…”

Algunos se dejan domesticar, es decir aceptan la dependencia, son capturados o se entregan voluntariamente a sus captores, saben que es la garantía para seguir gozando de los beneficios. Se vuelven conversos.

Una parte de la sociedad sabe que es rehén de los subsidios de todo tipo que le permiten subsistir;  puede comprenderlo desde lo intelectual, puede entender que  cada vez gastamos más y cada vez tenemos menos, que un porcentaje pequeño que genera riqueza trabajando mantiene al resto. No quiere ni oír si alguien quiere demostrarle que la situación es insostenible, que irremediablemente  vendrá la factura. No cuestiona, capitula.  Nadie aboga en su propia contra.

Una parte de la sociedad asume como normal las pequeñas violaciones a las normas legales de convivencia, a las inocentes corrupciones  -las grandes son de otra dimensión- que permiten tomar ventajas personales o como necesidad “si no lo hago no puedo trabajar” .No pasa nada, todos roban, siempre lo hicieron.

Una parte de la sociedad, sin recursos genuinos,  con familias disgregadas o inexistentes, sin deseos ni oportunidades para salir de ese medio, optan por el delito. La droga es rentable, la vida es barata, matar  es fácil, la impunidad está  garantizada;  es una manera fácil de sobrevivir, no hay nada para perder. Los ciudadanos perdimos la seguridad pública.

Partes de la sociedad parecen organizarse y actuar como clanes, personas aparentemente unidas por un vínculo muy fuerte y tendencias exclusivistas. Defienden sus intereses por arriba de cualquier otro interés. Mafias bajo coberturas prolijas.

Una parte de la población asume que no le importa  las ideologías, las creencias o la falta de límites de quienes conducen. “El único límite soy yo y mis intereses”. Suelen ser siempre oficialistas.

Una parte de la sociedad vibra bajo la dirección que marcan los medios: modas, tendencias, sexo, exhibición;  se apresura a seguir los cambios en los valores y en las costumbres que influencian las redes sociales, de impresionante eficiencia para las comunicaciones pero, como toda herramienta, nunca mejor que las personas que la utilizan. Habrá que ver en el balance quién está ganando. Temo que la banalización de temas y el abandono de la intimidad, por ahora, está goleando.

Una parte de la sociedad asume principios morales y trata de encuadrar su conducta a ellos. Se esfuerza, trabaja, trata de ser mejor persona; pelea contra el escepticismo, se desarrolla pese a la influencia del medio, pese a los pésimos ejemplos de los que nos conducen, que deberían ser la conducta a seguir. Hay muchos, no están en los medios, pero están. Aunque demasiados solos.

Este incompleto muestreo, unos pocos ejemplos entre muchos,  no es reflejo exclusivo de nuestro país, aflora en cualquier lugar del mundo, donde pongamos la mirada. El tema es el peso específico de cada grupo. En la Argentina la involución hacia los menos deseados, el avance hacia la degradación y  la descomposición social, se está acelerando.  No nos preocupa con la suficiente fuerza y menos, nos ocupamos.

Tenemos, como país, un ganado prestigio por nuestra historia cultural, por la calidad de individuos que trabajan y estudian, por nuestra hospitalidad  social, por la maravilla de nuestra geografía  y por argentinos que en el mundo, por lo que piensan y por lo que hacen, son reconocidos y valorados.

Como sociedad, probado desprecio de sus habitantes por la ley como base de la convivencia.  Como estado, recurrente incumplidor de compromisos asumidos, desprecio por los contratos, por las leyes de juego estables, por la libertad individual  y por la propiedad privada.  Un verdadero  prontuario.

Hay una parte de la población que se entusiasma pensando en múltiples conspiraciones mundiales en nuestra contra como explicación por lo que nos pasa ¿Tendrán razón? ¿El estado está invadido? ¿Infiltrado en la telaraña de la burocracia que toma las decisiones? ¿Somos rehenes de un poder que no vemos pero existe? ¿Estamos prisioneros de un diseño de país dominado por oscuros intereses?¿Hemos sido colonizados por poderes externos y no nos dimos cuenta? ¿Estamos presos por cometer el delito de querer ser ciudadano y no miembro  de una corporación militante?¿Habremos capitulado  la república por cansancio o por la fuerza de los que quieren el timón único?

Hay respuestas. Por un lado, me atrevo a afirmar que la mayoría no hemos sido capturados porque no ofrecimos resistencia. Recuperamos el voto, de manera que algunos nos captaron,  nos atrajeron, nos entregamos voluntariamente. Por otro, escuchamos muchas voces que predican que hay que cambiar por lo nuevo, es decir reconquistar nuestra libertad.  Me sumo,  pero me parece que lo nuevo sería que votáramos a quien proponga  “sudor y lágrimas” en el marco de un proyecto concreto y creíble para asegurar futuro más allá de nuestra generación. No vemos  proyecto  y de haberlo, no estamos dispuestos a hacer semejante cosa, desde luego. No somos Finlandia ¡que embromar!

El lector puede pensar que este es un razonamiento pesimista. Si, tiene razón,  porque estamos frustrados, malogrados como sociedad y como reacción, tal vez, las reflexiones sean  fragosas, ásperas, intrincadas, pero si queremos recuperar la esperanza, una forma de ocuparse es tomando conciencia. Aunque duela.


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