El nuevo clasismo sindical
Por Eduardo Zamorano
Abogado - Master en Inteligencia Estratégica por
Abogado - Master en Inteligencia Estratégica por
la UNLP.
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL, el programa
radial de Fernando Mauri.
El movimiento obrero argentino posterior a 1945 muestra escasa adhesión de gremios y trabajadores a líneas sindicales de orientación clasista.
Para evitar ambigüedades, y a riesgo de simplificar, defino “clasismo” como un ejercicio gremial impugnador del capitalismo como sistema económico; en otras palabras, una postura que, desde lo estratégico, cuestiona que la meta final del sindicalismo sea una ampliación progresiva y sustentable en la distribución de la renta generada por la empresa privada; más aún, como propósito de largo plazo, dobla la apuesta al proponer su eliminación, sea mediante la estatización o sustitución por entidades igualitaristas como cooperativas o mutuales de trabajadores.
El corolario de este pensamiento es la existencia de una contradicción insuperable entre el capital y el trabajo, la cual se expresa en la lucha de clases.
Es sabido, y obviaré datos sobradamente conocidos, que el sindicalismo peronista discurrió por un camino diferente. No impugnó la empresa capitalista pero puso el acento en una fuerte distribución de la renta, metaforizada por el General en su célebre: “fifty-fifty”. Con lógicos matices y disidencias parciales, fue (y es) la ideología del peronismo gremial desde el 45 hasta el presente.
Las escasas expresiones clasistas de alguna relevancia, durante este prolongado lapso, se verificaron en la turbulenta década de los setenta. Fueron:
(i) El sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, cercano al Partido Comunista Argentino prosoviético, y liderado por Agustín Tosco.
(ii) También en el combativo cordón industrial cordobés, los sindicatos de empresa de la FIAT: Sitrac y Sitram, cuyo referente era René Salamanca, próximo al maoísta Partido Comunista Revolucionario.
(iii) Algunos desgajamientos de sindicatos peronistas nucleados en la denominada “Juventud Trabajadora Peronista-JTP”, la cual era una colateral de Montoneros. Los peronistas radicalizados, si bien no eran estrictamente clasistas, propalaban un discurso cuestionador del sindicalismo ortodoxo y de las grandes empresas, al tiempo que reivindicaban la mutación del peronismo en una suerte de socialismo nacional.
Estos sectores no prosperaron. En primer lugar fueron blanco principal de la represión desatada por la Dictadura que usurpó el gobierno en 1976, pero años después también experimentaron el formidable impacto del fracaso del “socialismo real”, circunstancia que puso en jaque sus doctrinas y convicciones.
Podría decirse que los marxistas de cuño soviético y maoístas que se insinuaron en los setenta, hoy carecen de inserción sindical. Hay sí sectores gremiales emparentados con el peronismo de izquierda de la mítica “JTP”, aunque con moderación discursiva y depurados de cualquier práctica violenta, dentro de los dos “CTA” tanto la oficialista (Yasky) como la opositora (Miceli); empero, estas centrales alternativas, ciñéndome a la ideología de sus respectivas direcciones, con alguna contada excepción, no han logrado coptar a los trabajadores del segmento privado, y menos en el ámbito industrial. Su sostén fundamental son los empleados públicos de todos los niveles.
Por contraposición a la dilución del “protoclasismo” que emergió en los setenta, el trotskismo -antes envuelto en prácticas insurreccionales o confinado a la política estudiantil o vegetando en debates cafeteriles- viene expandiendo su presencia en comisiones internas y cuerpos de delegados de establecimientos de gran porte, e incluso incide en actividades claves (subterráneos; hospitales; líneas ferroviarias; etc).
Hay quiénes pronostican que el nuevo clasismo trotskista cobrará mayor impulso en un futuro relativamente cercano.
Fundan esta aserción en estos datos:
1.- Estos nucleamientos sindicales tienen un anclaje directo en los partidos políticos de esa ideología. Padecieron una debilidad histórica que parece superada: su pertinaz fraccionalismo. Desde la propia izquierda, se les reprochaba el sectarismo dogmático que conspiraba contra un accionar unitario, tanto en lo político como gremial.
Actualmente, esta característica se atemperó. Así parece evidenciarlo el denominado Frente de Izquierda los Trabajadores-FIT (creado en 2011) que aglutina, en una acción político-electoral común, al Partido Obrero-PO; el Partido de los Trabajadores por el Socialismo-PTS; e Izquierda Socialista-IS. En el ámbito estudiantil, el FIT controla cuatro centros de estudiantes de la UBA (Sociales, Filosofía, Psicología, y Arquitectura). Ya en la esfera gremial registra un activismo creciente en el corredor industrial del norte del conurbano (Kraft; Lear; Donnelly; PepsiCo Snacks) manejando numerosos cuerpos de delegados y protagonizando medidas de acción directa de trascendencia mediática.
2.- Si bien la ley de Asociaciones Sindicales no fue modificada, la Corte Suprema descalificó por inconstitucional varias de sus disposiciones que aseguraban el unicato sindical; es decir, el predominio de las cúpulas enroladas en el peronismo ortodoxo en detrimento de las agrupaciones de izquierda que les disputaban el poder. Esta jurisprudencia es receptada con beneplácito (y ostensibles esfuerzos superadores) por los jueces inferiores permitiendo que los activistas del FIT tengan garantías jurídicas de estabilidad por mandato judicial análogas a las que poseen los sindicatos con personería gremial y sus delegados conforme a legislación no derogada, lo cual facilita el despliegue de aquéllos y los prestigia ante los trabajadores cada vez que la Justicia convalida sus iniciativas -insisto: en base a tachar de inconstitucionales las leyes vigentes.
3.- Los grupos sindicales trotskistas han abandonado cierta tozudez metodológica -el sueño del sindicato propio- y optaron por el pragmatismo: si se puede crean el gremio ad hoc como en Metrovías; caso contrario se insertan con listas propias en gremios con conducciones ortodoxas (alimentación) o alternativas (neumáticos).
3.- La economía mundial experimenta un giro: los precios internacionales de las materias primas, motor del crecimiento de los países emergentes como Argentina, registran bajas importantes y sostenidas. China y Brasil, claves en comercio exterior, en el primer caso presenta una disminución en su crecimiento, y nuestros vecinos ingresaron en una etapa recesiva con devaluación de su moneda.
A pesar de los esfuerzos gubernamentales para mantener la demanda agregada en base a estímulos al consumo y subsidios, por estos lares también asoma la recesión acompañada por alta inflación y alarmante déficit fiscal. Un combo que, más temprano que tarde, habrá que solucionar.
En este marco, aún cuando el próximo gobierno sea de igual signo político que el actual, es previsible que esté obligado a realizar un “ajuste” de las variables macroeconómicas, máxime si consideramos que la irresuelta situación de endeudamiento externo bloquea el acceso al crédito internacional y desalienta la inversión.
Va de suyo que las políticas de ajuste golpean sobre el bolsillo de los sectores asalariados. Esta circunstancia, a su vez, propicia el conflicto. Dentro de ese contexto, aún cuando una porción importante del sindicalismo peronista se vea compelida a confrontar con un gobierno “del palo”, las agrupaciones trotskistas se mueven como pez en el agua, potencian su natural dinámica y sobre todo están libres de cualquier compromiso con las autoridades de turno.
He trazado un cuadro de situación procurando no estigmatizar a estos grupos ya que, aún en franca discrepancia con sus objetivos y metodologías, les reconozco fidelidad a sus valores, perseverancia ante coyunturas desfavorables y, en no pocas oportunidades, honestidad personal.
Empero, a la postre su acción sindical queda supeditada a sus objetivos políticos. Es allí cuando aparece, de modo objetivo e inequívoco, que la defensa del interés real de los trabajadores que proclaman a voz en cuello, no pasa de ser una cuestión instrumental, finalmente táctica y eslabón de una cadena más ambiciosa.-
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