Por Bernardo Poblet - Escritor / Columnista de Construcción Plural
De Cristina Fernandez, Scioli, Macri, Massa y los otros.
Nuestra historia es un largo relato de caudillos. ¿Por qué nos atrae tanto esa figura? ¿Qué es un caudillo?
Los sociólogos y analistas tienen respuestas. Algunos ciudadanos comunes también. Con el lenguaje popular, sin formación política, medianamente informados, opinan con la espontaneidad de no sentirse condicionados por la influencia de los medios. Parecen vacunados contra la contaminación informativa. Hay que escucharlos.
Mi vecino reflexiona sobre la pregunta y lo define desde una especial capacidad personal: Un capo. Un tipo al que lo sigue la gilada. Es capaz de melonear a las multitudes movilizando sus pasos derecho pa`donde les marca el rumbo.
Desde el nivel pedestre del ciudadano común, uno sabe o intuye que el caudillo, una vez consolidado, no puede volver atrás. La obsesión lo toma, le da sentido a su vida, lo impulsa. El yo…aparece una y otra vez en su decir, la convicción de que es inadmisible, ilógico y hasta injusto que rebatan sus decisiones, refuerza su percepción de que, quienes lo hacen, son obtusos, lo injurian, lo atacan y su respuesta natural no puede ser otra que la embestida furiosa.
La señora Fernandez de Kirchner ejerce su liderazgo con evidente vocación de caudillo. Es innegable que ha impuesto su estilo. Su modo de conducir es el mando, la orden. Claro que la orden es lo más efectivo para que algo no se haga, pero no tanto, a juzgar por algunos resultados, para lograr que algo se concrete y sobre todo se mantenga en el tiempo. Acatar no es lo mismo que identificarse con el propósito de una decisión. Se la respeta, aunque probablemente sería más exacto decir que se la teme. Deja claro que siente satisfacción cuando ejerce el poder sin admitir límites.
Los caudillos tienen un problema inevitable: envejecen.
Mi vecino dice que se opacan de tanto repetirse, los seguidores lo perciben y esperan agazapados para que no se note, sobre todo los que se venden pero no se dejan comprar. Algunos ansían alguna vez ocupar el espacio o, al menos, repartirse partes del imperio remanente, como los generales de Alejandro Magno.
Algunos caudillos sueñan con permanecer, pero la realidad suele serles esquiva. La autoridad se esfuma cuando se pierde el mando. Basta una mirada a lo que pasó en nuestra reciente historia con personajes con y sin uniforme que ocuparon la primera magistratura.
La vejez biológica y política está esperando a la señora de Kirchner. Luchará contra ella, está en su naturaleza, pero el pronóstico es que, inevitablemente, perderá la batalla.
Mi vecino dice que …Volver habla que …veinte años nos nada…pero también un regreso…con la frente marchita…, el miedo....y el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida….Huele a tribunales…¡que querés que te diga!
Scioli es el último de los camporistas. Quienes conocimos al Odontólogo y sus recurrentes apreciaciones de lealtad sobre el “señor General…” y lo comparamos, sabemos que es el original. Los muchachos de la Cámpora son copias ¡Pero es el proyecto de desarrollo de los jóvenes para hacer eterno el modelo!, argumentan los defensores. No es verdad, es sólo el armado de un cuerpo de elite para rodear al caudillo. Ese perfil, jamás forma reemplazos; tal vez sea el concepto de que el fin del mundo vendrá cuando muera o la inseguridad que les da tener a un potencial Brutus y a sus amigos en su entorno.
Mi vecino dice que es puro verso. Los pibes que nunca laburaron están muy verdes. Tienen el balero influenciado por la educación formal hasta que en la yeca se van apiolando, manyando como funcionan realmente los fatos. Algunos se ocupan de cosas que aportan lo mismo que atorrar en horas de laburo, los títulos son polentas pero el contenido, la nada. Otros, ambiciosos y arrogantes, aprenden de los errores, que pagamos nosotros. Después, cuando se van, se convierten en asesores y amarrocan buenos mangos.
Massa quiere ser presidente. Es un derecho de ciudadano.
Pero pasar de capitán a Teniente General nos parece que es un despropósito. Es desconocer que no hay crecimiento genuino
sin desarrollo.
Mi vecino dice que administrar
exitosamente un autoservicio no lo hace apto para manejar una gran cadena.
Nadie es bueno en todo, tiene que transpirar en la yeca para demostrar que
reúne las competencias que exigen los
puestos más altos que, seguramente, son distintas de las que ha aplicado en los
laburos que hizo hasta hoy.
Es cierto, cada uno alcanza su nivel de incompetencia;
este principio de Peter, archiprobado,
se cumple casi siempre.
Su relanzamiento en Vélez –casi una confesión- reconfirma la increíble experiencia de un grupo político que se renueva a sí mismo. Se cumple el paradigma: un peronista reencarnado en un opositor que muta según las necesidades. Por el momento, estamos en el cambio justo.
Uno
podría sospechar
que el general tenía razón: somos todos peronistas o, tal vez,
incurables ingenuos enamorados del corto plazo y las promesas
incumplibles.
Macri se
entrenó en el futbol. Ambiente donde importan los resultados, barras bravas, duras
competencias de quienes les importa un ràbano el deporte pero saben que es un
escalón para ser conocido o bien para participar en jugosos negocios. Buena
escuela para la política. Nobleza obliga, él siempre fue futbolero y de Boca. Un
viejo boxeador decía que para evaluar a quien llegó a la cumbre hay que mirar desde
donde comenzó a escalar; Mauricio nació gerente, papá Franco lo ubicó en la empresa líder. Nunca se
llevó bien con él. Hay que ponerlo en su haber. Se alejó, perdió la primera
elección pero ganó las siguientes. Se desarrolló, está creciendo. Pero a veces
vuelca.
La cabra tira al monte –dice mi vecino- Anda embrocando a cualquiera que sea más o menos popular, jugadores de
futbol, referís, comediantes. Parece que le gusta la frivolidad: colores, fuegos artificiales,
globos, baile. La farandulización es tentadora. Todo suma.
Es
cierto que la
frontera entre el buen humor y lo poco serio es tenue y a veces el
amigo Mauricio parece que tiene recaídas. Hay un tiempo para
la alegría y hay un tiempo para ponerse serio porque las circunstancias
son
importantes, parafraseando –con todo respeto-
al Eclesiastés bíblico.
Cada día nos convence más que, por lo que promete, es el más peronista entre los postulantes. Todos afirman cosas parecidas pero como lo vienen haciendo hace muchas décadas tienen chamuscada la credibilidad. Mauricio es nuevo. Pide que le crean, el beneficio de la duda, una oportunidad por el amor de un voto.
El conglomerado de uno y medio por
ciento plus de los votos, sigue firme. Nos prometen ir a destinos difusos, desde
geografías de Trosky, Marxs, hasta populismos mixturados con socialismos,
anarquismos, progresismos e ismos
varios. Lo importante es estar.
La ciudadanía debe
optar. Una realidad positiva: hay alternativas, un ambiguo pero sistemático discurso oficial
que algunos evalúan como nefasto y otros como el único claro, y una
oposición que -los que tienen alguna
probabilidad de acceder al poder- curiosamente, coinciden más o menos en lo mismo aunque,
discretamente, algunos miembros de sus equipos técnicos los desmienten. Se les
escapa, es humano.
¡Dios salve a la Argentina!
¡Olvídense! -dice mi vecino- nuestros
balurdos son minucias de conventillo conparados con los despioles del planeta. ¡No
tiene tiempo!
Por eso debe ser que antes atendía en Buenos
Aires y ahora no se sabe.
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