Por Bernardo Poblet
El
miedo, esa sensación de que algo malo va
a pasar, esas imágenes que la mente crea y que se experimentan en lo físico o
en lo psicológico está ahí, rondándonos. Las circunstancias determinan para
cada individuo el miedo a que…o a quién.
También
como ciudadanos tenemos miedos. Al delito, a la inflación, al desempleo, a la pérdida
de beneficios, a la capacidad de daño de la presidenta y sus seguidores y un
largo listado. Pero en sectores importantes de la sociedad existe, probablemente
de manera inconsciente, un miedo mayor: el
temor a ejercer el rol de ciudadano porque implica no solamente tener
derechos, exige estar sometido a la ley, a cumplir obligaciones y el no apego a la ley es muy fuerte en nuestra
sociedad.
Frente
al miedo la reacción humana es escapar, a buscar amparo, a protegerse y muchos
tienen la convicción de que el medio probado es la presencia del estado. Pero ¿qué
estado? no hablamos del imprescindible estado fuerte en sus instituciones para
garantizar las libertades individuales, severo con el cumplimiento de la ley
para todos, sino del estado intervencionista, gestor de negocios con
improvisados sin experiencias, discrecional, dador de empleos y subsidios, hablamos de estatismo.
Ese
refugio en un estado opresor al que nos aferramos como reaseguro aunque implique
aceptar que se nos limite la libertad. Pero la libertad asusta, no es confortable. Nos
sentimos mejor con un estatismo paternalista. Que lo expliquen los
especialistas pero lo que uno observa desde la ignorancia es que pareciera que,
en el fondo, algo sospechosamente parecido a la culpa anda rondando. Es necesario
encontrar alguna justificación y tenernos un manual de argumentaciones
tranquilizadoras y un reflejo de no querer ver a quienes sabemos que se cansan
de decir lo contrario de lo que saben, o creen o piensan, que fingen ser lo que
no son. Esa mentira, generalmente basada en medias verdades, que es desinformación,
induce a leer lo que nos pasa y pasa en el país, como una realidad imaginada.
Esa
tolerancia a la mentira termina condicionando
nuestra vida ciudadana porque nos contamina, terminamos imitando a quienes nos
conducen, El ejemplo es el factor clave del aprendizaje. No es verdad que se
pueda ser deshonesto en la conducta personal y honesto en los aspectos de la
vida pública
La tolerancia a
la mentira es el modo de eludir la responsabilidad de aceptar el estatismo estéril para escaparnos del rol de ciudadano aunque,
finalmente, resulta un mero pasaje para la decadencia, porque es ineficaz. El
miedo sigue aquí.
¿Cómo salir de esto? no se nace ciudadano, se forma. ¿Cuando la calidad de la educación será una preocupación de todos?
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