viernes, julio 03, 2015

Ecos del periodismo

Por Eduardo Zamorano


Colonna es un hombre de letras; a veces redactor, otras corrector, autor de algún libro ignoto,  frecuentador de varias redacciones y editoriales, todo bajo un extenso y sufrido nomadismo profesional.
Su matrimonio duró dos años; su mujer lo despidió motejándolo de “perdedor”; el estigma marcó su vida amorosa, donde luego del traumático episodio, sólo hubo lugar para los “amores de una noche” o para las tranquilizantes relaciones rentadas.

La existencia de Colonna, monótona y opaca, se altera con una inesperada propuesta: debe escribir un libro sobre un periódico en ciernes; para mejor decir se trata del relato sobre el año de trabajo previo al lanzamiento de un diario que se llamará “DOMANI”; el dato extravagante es que, desde un primer momento, Simei  -a la sazón director de la publicación-  le revela a Colonna que el diario nunca saldrá.

¿Cómo comprender este sinsentido?
¿Cuál es el trasfondo de esta iniciativa contranatura?

Pues el proyecto es financiado por el “Commendatore Vimercante” (obvia simulación semántica que alude a “Il Cavaliere Silvio Berlusconi”), con el objetivo de amedrentar al establishment italiano. En efecto, Domani amenaza superar todos los límites del sensacionalismo amarillista y exponer los trapitos al sol de cualquier poderoso que se cruce en el camino del Commendatore, desde el Parlamento hasta el Vaticano.

Naturalmente el proyecto Domani así como el veneno que acumularán sus páginas, se conocerá primero en círculos iniciáticos pero, dada su peculiar naturaleza, pronto será vox pópuli; así, los potenciales aludidos experimentarán un pánico anticipado, y caerán rendidos a los pies de Vimercante implorándole que desista de lanzar el diabólico engendro.

Con este esquema narrativo, el semiólogo y escritor Umberto Eco construye, con su torrencial erudición, una alegoría sobre el poder de los medios; utiliza el formato novelístico bajo el título de “NUMERO CERO” (Editorial Lumen, 2015).

Junto a Colonna quién será el Jefe de Redacción, Simei contrata a un grupito de periodistas que amalgama: jóvenes bisoños y veteranos decadentes.  Esta troupe desangelada, a diferencia de Colonna, ignora que colabora para un proyecto nonato desde el arranque.  La acción transcurre en Milán entre abril y julio de 1992 (sugestivamente, el año de la llamada “tangentópolis”).

El cínico Simei va marcando lo que podría denominarse “línea editorial” del futuro (no) diario: lenguaje llano sin llegar a la ramplonería; prioridad de notas y artículos enderezados hacia un target de cincuentones resentidos; insinuar los escándalos y venalidades en lugar de plantar denuncias afirmativas, técnica que permite eludir los juicios por injurias al tiempo que facilita las eventuales desmentidas; y regodeo libre en el chisme siempre bajo la forma del trascendido.
En pocas palabras, el manual de estilo de la cloaca periodística.

Uno de los redactores, Romano Bragadoccio, inveterado cultor de la historia conspirativa, hace años viene amasando una teoría, en apariencia delirante, la cual propone como el “notición” de tapa para el número cero de Domani.  Es tentador exponer las alucinantes especulaciones históricas atesoradas por Bragadoccio pero alargarían exageradamente esta nota debido a que omitir sus detalles, tan lunáticos como desopilantes, sería injusto para el apabullante ingenio y fino sarcasmo que son la marca registrada de Eco.

Empero, es imprescindible subrayar que el secreto de Bragadoccio termina por filtrarse, circunstancia que deriva en su asesinato, lo que, a su vez, precipita la cancelación abrupta del proyecto Domani.

La ironía final es antológica: luego del cierre de la redacción, Colonna disfruta de un forzado exilio con una jóven periodista que lo compensa con creces de sinsabores pasados, cuando ve por televisión un programa de la BBC que, palabra más o menos, propala   -bajo el marco cauteloso de la “versión”-   buena parte de los hechos, cuyo develamiento “ante tempu”, costó la vida de Bragadoccio.

La novela puede interpretarse como una versión “aggionarda”, y con sello itálico, del “Ciudadano Kane” de Orson Welles. De todas formas, no debe olvidarse que aquella película superlativa denunciaba los condicionamientos del capitalismo mediático sobre  anónimos receptores y también los gobiernos de turno; por el contrario, actualmente, ese predominio disminuyó, en tanto una porción mayoritaria de los medios está en manos del Estado y ello torna doblemente peligroso el poder de la mentira.

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