Por Bernardo Poblet
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
Un cuento es bueno cuando, siendo ficción, el autor logra convencer al lector que es posible. En este campo de la literatura ha comenzado en los medios la campaña para las PASO del nueve de agosto. Lo que asombra no es la mala calidad de los textos sino que algunos escuchadores, y no parece que fueran pocos, los crean.
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
Un cuento es bueno cuando, siendo ficción, el autor logra convencer al lector que es posible. En este campo de la literatura ha comenzado en los medios la campaña para las PASO del nueve de agosto. Lo que asombra no es la mala calidad de los textos sino que algunos escuchadores, y no parece que fueran pocos, los crean.
¿Cómo se logra? Para algunos, la seguridad de que lo repetitivo “entra”, la maravilla del marketing , esa técnica que decide cual es la necesidad del consumidor y lo convence de que si no la satisface, es un desubicado, un desgraciado al que nadie va querer nunca más. Lo fantástico es que todos tienen esencialmente un mismo producto, casi siempre abstracto que venden a un universo de individuos que son, paradójicamente, distintos y que los compran. Escuchen, si se animan, a las propagandas políticas: te tutean, te dicen que “con vos construimos, vamos todos juntos, la victoria es tuya, voten con el corazón, animémonos a soñar…” y ambigüedades de ese estilo nada creativas. Pero es evidente, por los resultados, que tocan lo que está latente en la sociedad, pareciera que muchos ciudadanos sintonizan con esos mensajes, se reconocen en lo que les proponen, les llega al ego. Crease o no.
Otros sostienen que, en realidad, no lo creen, les resulta indiferente, desarrollamos una suerte de defensa instintiva ante la agresión de sonidos invasivos, una capa de teflón auditivo ¿En qué grado influirán esos spots realmente, en las decisiones del voto? No lo sabemos, los pronósticos de lo que se espera que suceda se entrecruzan anulándose entre si.
En esa inflación de palabras vacías que se devalúan más que el peso, donde todo pasa, en ese rio que fluye, sin embargo, hay algo que permanece inalterable: la absoluta impunidad que da vía libre para contradecirse sistemáticamente sin que afecte al decidor. Dirán que se los mide con imagen negativa; algo absolutamente inocuo, no sirve; o que pagan un alto costo político, otro verso ¿Qué costo? En este campo nadie paga, salvo el ciudadano con las consecuencias. Sólo tenemos las palabras mientras otros hacen. Sólo expresamos aisladas ideas de república mientras otros ejecutan conductas claramente opuestas a la democracia con república. Y todo pasa.
¿Hay esperanza? -ese irracional deseo de que nuestra creencia se concretará alguna vez- hay que insistir que si. Aunque parezca una utopía, las utopías, dicen los filósofos tienen derecho a competir con objetivos más pedestres. Algún día algo hará un click! Y las palabras asumirán su fuerza. Tal vez, esos chicos que hoy están en el jardín o cursando los primeros grados aprenderán observando y reflexionando solos, pese a los malos programas, pese a los métodos de enseñanza, pese a los pésimos ejemplos de los adultos. Alguna vez expresarán su bronca a la mentira, a la intolerancia al afano, se rebelarán contra las promesas vanas, expresaran la potencia de la sanción social, su adhesión a la palabra sana, a la convicción de que tenemos que funcionar con instituciones y sistemas. Tal vez.
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