Nos
parece un slogan políticamente ineficaz porque se lo maneja como un
termino solitario,
aislado, indefinido, difuso –nadie se anima con precisiones- y eso es alejarse
de la comprensión del impacto que tiene en muchas personas, ¡muchas! Esa
palabra es muy fuerte, puede entenderse y aceptarse en el plano intelectual pero
pone en guardia a quién la escucha.
La conducta
normal de un humano es buscar el espacio más confortable posible y ese viejo
concepto: mejor malo conocido que bueno por conocer, confirma que el cambio
provoca inquietud, incertidumbre, desasosiego. El pensar que todo se mantiene
tranquiliza, lo cotidiano hace predecible el por venir. Que la gente se resiste
al cambio en sus costumbres es un concepto muy conocido cuando se intenta
modificar una cultura en un universo de personas. Salvo que haya una crisis
profunda, realmente grave, que se viva como tal, que trastoque lo esperado; en
ese caso se busca salir, salvarse, pero, frecuentemente, aunque no siempre se
exprese, con la aspiración de retornar a la seguridad de lo conocido.
No estamos
en esa situación. No hay percepción de crisis terminal. Lo que un grupo
importante de personas desea –se habla de un sesenta por ciento- es que quienes
nos vienen gobernando con ese estilo arrogante que irrita ¡se vayan!
Instintivamente, busca la alternancia, clave de una democracia con
república.
Hechos
puntuales como las inundaciones que nos conmovieron, no parecen modificar
sustancialmente las actitudes de la gente. Pronto quedarán como una foto en el
álbum familiar. Hay bronca, pero pasará. Los que votan emocionalmente, parecen
impermeables a que se hable mal o bien de algo o de alguien, suelen
consolidarse en sus creencias; el caso Aníbal Fernández, un impresentable, es un
ejemplo de que, a veces, la crítica los favorece. Efecto Boomerang lo definía
Eco, un semiólogo respetado.
Un notable
historiador argentino, José Luis Romero, escribía hace algunos años un concepto
con total vigencia hoy: “los argentinos queremos un cambio sin cambio, un
sistema en el que no haya privilegiados sino en el que todos seamos
privilegiados, y agregaba: no se aclara a costa de quién, se supone que tiene
que ser a costa de los demás. Quiénes son los demás es un interrogante que
nunca tiene respuestas precisas porque el enemigo es un caminante, está siempre
en movimiento.”
Ante la
avalancha de palabras, algunos ciudadanos parecemos unidos por el
desconcierto, otros por la indiferencia, mientras los políticos -más allá de las
versiones 007 con permiso para mentir y asaltarnos a la luz del día- insisten
con frases dictadas por los intelectuales del marketing. Los que se postulan a
dirigirnos y, se supone, tienen ideas innovadoras y estrategias para mejorar la
sociedad, no logran trasmitirlas. Falta calle, falta hablar con el lenguaje
popular que llegue a los que, en el cuarto oscuro, definen lo que puede pasar
mañana. Cambiemos, no une, peor, divide o, por lo menos, genera un reflejo
defensivo en una parte clave de la sociedad que vota.
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