miércoles, agosto 19, 2015

¿Cambiemos?

Por Bernardo Poblet


Nos parece un slogan políticamente ineficaz porque se lo maneja como un termino solitario, aislado, indefinido, difuso –nadie se anima con precisiones- y eso es alejarse de la comprensión  del impacto que tiene en muchas personas, ¡muchas! Esa palabra es muy fuerte, puede entenderse y aceptarse en el plano intelectual pero  pone en guardia a quién la escucha.

La conducta normal de un humano es buscar el espacio más confortable posible y ese viejo concepto: mejor malo conocido que bueno por conocer, confirma que el cambio provoca inquietud, incertidumbre, desasosiego. El pensar que todo se mantiene tranquiliza, lo cotidiano hace predecible el por venir. Que la gente se resiste al cambio en sus costumbres es un concepto muy conocido cuando se intenta modificar una cultura en un universo de personas. Salvo que haya una crisis profunda, realmente grave, que se viva como tal, que trastoque lo esperado;  en ese caso se busca salir, salvarse, pero, frecuentemente, aunque no siempre se exprese, con la aspiración de retornar a la seguridad de lo conocido.

No estamos en esa situación. No hay percepción de crisis terminal. Lo que un grupo importante de personas  desea –se habla de un sesenta por ciento- es que quienes nos vienen gobernando con ese estilo arrogante que irrita ¡se vayan! Instintivamente, busca la alternancia, clave de una democracia con república.

Hechos puntuales como las inundaciones que nos conmovieron, no parecen modificar sustancialmente las actitudes de la gente. Pronto quedarán como una foto en el álbum familiar. Hay bronca, pero pasará. Los que votan emocionalmente, parecen impermeables a que se hable mal o bien de algo o de alguien,  suelen consolidarse en sus creencias; el caso Aníbal Fernández, un impresentable, es un ejemplo de que, a veces, la crítica los favorece. Efecto Boomerang lo definía Eco,  un semiólogo respetado.

Un notable historiador argentino, José Luis Romero, escribía hace algunos  años un concepto con total vigencia hoy: “los argentinos queremos un cambio sin cambio, un sistema en el que no haya privilegiados sino en el que todos seamos privilegiados, y agregaba: no se aclara a costa de quién, se supone que tiene que ser a costa de los demás.  Quiénes son los demás es un interrogante que nunca tiene respuestas precisas porque el enemigo es un caminante, está siempre en movimiento.”

Ante la avalancha de palabras, algunos  ciudadanos parecemos  unidos por el desconcierto, otros por la indiferencia, mientras los políticos -más allá de las versiones 007 con permiso para mentir y asaltarnos a la luz del día-  insisten con frases dictadas por los intelectuales del marketing. Los que se postulan a dirigirnos y, se supone, tienen ideas innovadoras y estrategias  para mejorar la sociedad, no logran trasmitirlas.  Falta calle, falta hablar con el lenguaje popular que llegue a los que, en el cuarto oscuro, definen  lo que puede pasar mañana. Cambiemos, no une, peor, divide o, por lo menos, genera un reflejo defensivo en una parte clave de la sociedad que vota.




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