Por Eduardo Zamorano
Abogado / Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
Durante varios días, el grueso de los análisis políticos estarán centrados en el resultado de las PASO y pergeñando especulaciones sobre la elección general del próximo 25 de octubre.
No quiero sumarme al pelotón, máxime que mi aporte desluciría ante una competencia tan calificada de politólogos y opinadores de fuste. De allí que me permitiré incursionar en el impacto que puedan irradiar posibles mutaciones en el ámbito regional sobre el gobierno que asuma el año venidero.
Previamente formulo una aclaración, quizás obvia para los lectores, pero que deviene insoslayable a la luz de mis reflexiones anteriores sobre el desarrollo político de nuestro país, algunas de las cuales aparecieron en Abordajes. Hago referencia a que, en la gran mayoría de los casos, las evaluaciones sobre el futuro acontecer político se efectúan según un criterio “pari passu”; es decir, proyectando hacia el porvenir las variables vigentes al tiempo de la escritura. Lo contrario sería ingresar en la “futurología”, territorio incierto, visto con severas prevenciones por la ciencia política, y campo fértil para la incursión de manipuladores de la opinión pública.
Intentaré transparentar el concepto anterior con un ejemplo concreto: en el mes de octubre de 2014 publiqué en Abordajes una nota titulada: “ Scioli al Gobierno, Cristina al poder”; en la ocasión, auguraba que una hipotética presidencia de Scioli estaría fuertemente condicionada por Cristina Fernández y su núcleo duro.
Desde aquellas afirmaciones transcurrieron once meses, y si bien las condiciones locales no experimentaron alteraciones relevantes, se verificó una espectacular modificación -en algún caso, ciertamente, impensada- en el contexto regional.
Paso a explicarme.
1.- Dilma Rouseff, el largamente gobernante Partido de los Trabajadores-PT, y hasta el mismísimo Lula están en la picota. A menos de un año de haber obtenido la reelección, los niveles de apoyo popular a Dilma se desplomaron con estrépito a un alarmante 8%.
Los escándalos de corrupción, la recesión, y el aumento del desempleo, entre otras causas, dispararon un descontento fenomenal que puede eclosionar con la renuncia de la Presidenta o sumirla en el escarnio de un juicio político (recuerdo que el “impeachment” tiene tradición en Brasil, y el leading case: Collor de Melo no está lejano en el tiempo).
2.- En Venezuela, el “pintoresco” presidente Nicolás Maduro tiene los días contados. Sobrevivió hasta el presente debido al fuerte predicamento del chavismo en las Fuerzas Armadas y a la notable capacidad de movilización de los “Movimientos Sociales” creados a instancias del régimen.
Sin embargo, hay dos factores que empujan hacia un fin de fiesta. Por una parte, la caída del precio internacional del petróleo, combustible (valga la ironía….) decisivo para sustentar el populismo chapista; por la otra, el deshielo con visos de permanencia y progreso, entre Cuba y los EEUU, circunstancia que, magüer declaraciones de compromiso de tono diplomático, condiciona a los cubanos a mermar en su férreo apoyo al régimen de Maduro en homenaje a un comprensible pragmatismo donde priman las urgencias de la Isla.
3.- Finalmente en Ecuador, aunque en un grado menor, el Presidente Correa soporta cuestionamientos crecientes y su futuro no es precisamente halagüeño.
En definitiva, los gobiernos más afines al kirchnerismo afrontan situaciones críticas con aptitud de evolucionar hacia cambios drásticos al interior de los respectivos países; de manera preponderante, un eventual cataclismo en Brasil -incuestionable potencia regional- representaría un punto de inflexión político con una potente e inevitable repercusión en los países de la zona.
Retorno, entonces, a lo doméstico. Un posible giro en las tendencias políticas de nuestros vecinos, esbozado en los párrafos precedentes a título de mera conjetura aunque con apoyo en síntomas inocultables, gravitaría en el accionar del sucesor de Cristina, inclusive si fuera Scioli.
Por iguales motivos, reduciría la influencia de aquélla sobre el nuevo gobernante y también sobre el devenir político del país.
Este enfoque no desdeña las peculiaridades de lo que se denomina “cultura política argentina” y sus diferencias en cotejo con las historias equivalentes que se dan en otros países sudamericanos. Empero, las reconocibles especificidades locales no pueden blindar al nuevo gobierno frente a la dimensión de una mutación en el curso político regional de las características de la hipotetizada en esta nota.
Tampoco implica, en principio, una rectificación del pronóstico que lancé en la nota de octubre del año pasado; supone, sí, dar cuenta de hechos nuevos que obligan a repensar la realidad.
Por último, como expreso a menudo aún a riesgo de redundar, en todas mis notas formulo descripciones de la realidad con pretensión objetiva. Intento -hasta dónde ello me resulta factible- purgarlas de mis deseos y preferencias en la materia abordada.
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