Por Eduardo Zamorano
A un mes de las elecciones del 25 de octubre, buena parte de politólogos y encuestadores, más allá de sus preferencias, conjeturan que Daniel Scioli se impondrá en primera vuelta, y será el nuevo presidente del país.
A un mes de las elecciones del 25 de octubre, buena parte de politólogos y encuestadores, más allá de sus preferencias, conjeturan que Daniel Scioli se impondrá en primera vuelta, y será el nuevo presidente del país.
La presunción se sustenta en estos elementos:
(i) Aunque justificadamente sospechadas de parcialidad y/o ineficacia, las mediciones de las encuestadoras marcan que el gobernador mantiene sus apoyos mientras que su rival tiende a descender.
(ii) Los notables errores de Macri -único opositor con chances verosímiles de forzar un balotage- se muestra paralizado en sus propuestas y huérfano de reflejos políticos frente a la ofensiva desacreditante del oficialismo.
(iii) La perseverancia de Massa -sin resignar su rol como “tercero en discordia” a pesar que sus posibilidades son ínfimas pero apostando a posicionarse como un referente hacia el futuro- que aparentemente retiene el caudal atesorado en las PASO, evitando el traslado a sus competidores mejor colocados.
(iv) Por último el sentido común muestra que Scioli con un módico porcentaje del 2% llega al 40%, lo cual no garantizaría la victoria, excepto que la brecha con Macri supere el 10%, situación que deviene probable a la luz de su insinuada declinación de las últimas semanas.
Si por vía de mera hipótesis damos por válida esta definición electoral, más que perorar sobre las alternativas del comicio, pinta más atractivo reflexionar sobre los escenarios políticos que se presentan con posterioridad.
Con base en esa premisa, lanzo algunas especulaciones.
1.- Tanto el eventual resultado de la compulsa (ganar con un 40% no es precisamente una hazaña, máxime cuando el conjunto del voto opositor supera esa cifra) como el sinuoso itinerario seguido para alcanzar la primera magistratura, en el cual se mezclan las habituales reverencias con algunos amagues de autonomía, presagian un presidente débil. Despojado de toda animosidad, me atrevo a sostener que será el más frágil desde 1983.
2.- No puede soslayarse que alcanzaría la presidencia aupado por un conglomerado político que no lo reconoce como su jefe político ya que el liderazgo de Cristina Fernández no torna a eclipsarse, y donde es blanco de la desconfianza de los grupos más activos, compactos e influyentes que lo conforman.
3.- Es cierto que Néstor Kirchner subió con el 23% de los votos y en breve lapso se convirtió en el hombre más poderoso del país. Empero, sin hacer hincapié en las respectivas capacidades políticas, el sancruceño tuvo la suerte a su favor: una economía rebotando después de la gran crisis del 2001 y un contexto económico internacional excepcionalmente favorable.
Los tres datos precedentes sugieren que una imaginaria presidencia de Scioli estará sometida a dificultades importantes.
Frente a este panorama, el ex motonauta puede seguir dos cursos de acción, a saber:
(i) Encarnarse en el fiel continuador de Cristina (salvando distancias, algo así como el “Cámpora” de Perón o el “Medvédev” de Putin), buscando soluciones cosméticas en lo económico y moderando tibiamente el estilo político. Ello le garantizaría, de momento, el apoyo de la Líder pero, como saben especialmente las damas, el maquillaje se cae y el rostro de la realidad termina por aparecer. Sin caer en metáforas catastrofistas tales como “bomba con mecha encendida”, “campo minado”, etc, el país está sujeto a una política económica de coyuntura enderezada a evitar descontentos en la franja social proclive al oficialismo hasta el desenlace electoral. Hasta el presente el edificio se sostiene pero hay síntomas inocultables que sus cimientos están próximos a ceder.
(ii) Sincerar el estado económico del país y adoptar las medidas necesarias para revertir sus aristas negativas; sin ánimo de agotarlas: frenar la sangría fiscal; reordenar la política cambiaria; cortar el drenaje de reservas del Banco Central y la fuga de fondos del ANSES; plantear una negociación global, firme y realista, con los fondos buitres con sentencia firme y los apodados “me too”; transparentar las estadísticas oficiales; imprimir selectividad a los subsidios a la energía; replantear la política impositiva, en particular la gravitación del impuesto a las ganancias sobre remuneraciones medias; encarar con el máximo énfasis la lacra del trabajo clandestino, desdichada asignatura pendiente de la actual cartera de trabajo. Asimismo, en el plano político correspondería dar señales equilibradas como por ejemplo: la anulación del desatinado “memorando” con Irán, y un paulatino reencauzamiento de la concepción de seguridad y orden interno desplegada por el kichnerismo. Obviamente, un programa de esta índole implicaría un pacto político diferente, en cuya edificación Scioli debería exhibir la determinación que corresponde a un primer mandatario y los opositores deponer mezquindades y especulaciones subalternas.
La opción a favor de continuar la ortodoxia kirchnerista significaría emprender un camino erizado de peligros. Habría un deterioro serio de las variables económicas sumado a una acelerada erosión política. Para colmo nada asegura que, desatada la tormenta, le tiren un salvavidas.
La segunda alternativa, aún preñada de riesgos si consideramos las miserias políticas habituales en la Argentina, supone naturalmente diferenciarse de su antecesora y sobre esa base construir un nuevo liderazgo. A la postre enderezar la lancha a favor de la corriente.
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