lunes, octubre 26, 2015

Sorpresas te da la vida

Por Eduardo Zamorano


La primera vuelta de la elección presidencial deparó un resultado imprevisto.
Las encuestan asignaban un triunfo directo del oficialismo o, en su defecto, un balotage con ocho puntos de diferencia mínima a favor de Scioli. Obviamente, también consideraban favorito a Aníbal Fernández para gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

Nada de esto aconteció, y no me detendré en los guarismos que suscitan el asombro porque los lectores los conocen de sobra.

Simplemente busco alguna explicación al insólito fenómeno y esbozo una provisoria especulación sobre la continuidad del proceso electoral en curso.

Luego de la gran crisis 2001/2 explotó el sistema de partidos en la Argentina. A partir de ese momento, a expensas de sus prácticas clientelares y su fuerte presencia territorial, el peronismo   -ahora en una versión “populista de izquierda”-  se consolidó como fuerza electoralmente prevaleciente.  Ese dominio del sistema político se facilitó por una oposición diezmada y sin un líder aglutinante.  Durante los doce años de gobierno kirchnerista, los espacios políticos antioficialistas experimentaron: diásporas, reacomodamientos, mudanzas al bando contrario, ocasionales coaliciones, fugaces acercamientos, etc.
Empero, pese a su tendencia mayoritaria y a la inopia opositora, el “perokirchnerismo” pagó el precio irreversible que frena a todos los populismos con líder providencialista: la dificultad para encontrar un sucesor.  Así, luego de incontables volteretas, la Presidenta optó por un personaje colateral al núcleo duro gobernante, nunca aceptado de buen grado pero con indiscutible popularidad.
Valga este introito para expresar que, más allá de una opinable calidad técnica de las encuestadoras y sus presumibles parcialidades a título oneroso, no es fácil hacer pronósticos serios en el escenario electoral de nuestro país, precisamente por la ausencia de partidos políticos orgánicos y con propuestas sustentables.  Esta carencia genera un voto personalizado, volátil, efímero, y esencialmente coyuntural, cuya medición puede transformarse en una entelequia.

Desde luego el concepto anterior es útil para plantear una dificultad genérica pero notoriamente insuficiente para avanzar en la comprensión de la gran sorpresa del domingo 25 de octubre.

A mi ver, el “extra-ordinario” desenlace de la elección del domingo 25 obedeció, centralmente, a una “oleada relámpago de votos” a favor de Macri y Vidal, la cual se aceleró con énfasis alrededor de las 72 horas previas al comicio, fenómeno que naturalmente no pudo detectarse en las encuestas.

La procedencia de estos votantes es incierta. Obviamente, la mayoría engrosaban el elevado porcentual de indecisos que cantaban las encuestas, pero es posible que hayan fluído de la alianza “Progresistas”, cordobeses delasotistas, y hasta algunos sciolistas renegados.

Quizás resulte más sencillo hipotetizar sobre sus motivaciones. Habría dos causas predominantes:

-              Esa oleada postrera interpretó las ambigüedades de Scioli más como continuidad plena del kichnerismo que como una diferenciación moderada y con algún arresto de autonomía.

-              La segunda cuestión, ya localizada en la Provincia de Buenos Aires pero con proyección nacional, se conecta a los temores en torno a la gobernación en manos de Aníbal Fernández. El nombrado exhibe, objetivamente, condiciones adversas en cualquier candidato: prepotencia; discurso sobrador; argumentaciones forzadas y hasta inverosímiles (recordar su histórica: “sensación” de inseguridad) para justificar los errores oficiales, etc. A esta imagen contraproducente, se suma una serie de imputaciones sobre presuntos vínculos con el narcotráfico, lanzadas por los medios opositores pero con el influyente respaldo de la más alta jerarquía católica.


Sin duda se ha producido un cambio significativo en la política argentina; ello, con prescindencia del final de la historia que tendrá lugar el 22/11.

Dos datos altamente positivos son: el balotage que dotará de mayor legitimidad al nuevo presidente y le permitirá afrontar en mejor posición las previsibles presiones; y el debate público entre ambos contendientes, deuda largamente postergada con la ciudadanía por seguir la línea de la “viveza criolla”, al cual no podrán rehusarse a riesgo de perder la chance.

Por último, si incluso antes del sorprendente resultado del domingo se conjeturaba con la necesidad de pactos entre las fuerzas políticas para garantizar la futura gobernabilidad, cualquiera sea el epílogo de la elección vamos inexorablemente a una suerte de gobierno de coalición. 

Ya quedó plasmado un cierto equilibrio político entre las fuerzas principales (vrcia: el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Ciudad Autónoma, así como eventuales aliados en Córdoba y Mendoza que estarán bajo dominio de los hoy opositores harán de contrapeso al control del Senado y a la primera minoría en Diputados bajo la batuta de quiénes hasta hoy fungen como oficialistas); a esta paridad en el plano político debe añadirse la necesidad de acuerdos amplios para afrontar las varias incongruencias macroeconómicas que deja el kirchnerismo así como un panorama internacional que no luce favorable para el país

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