Por Eduardo Zamorano
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
La Unión Europea atraviesa una crisis compleja. Hay un notable deterioro en la economía de varios de los principales países que la integran, pero además se agregan dificultades políticas (debilitamiento de la confianza popular en los partidos tradicionales), social-demográficas (un flujo de inmigrantes y refugiados que desborda la posibilidades de contención de las sociedades receptoras), y culturales (un rebrote de localismos identitarios que, como el caso catalán, amenazan la unidad nacional).
Para profundizar este escenario adverso, los estados europeos sufren con inquietante frecuencia atentados gravísimos por parte del terrorismo islámico, fenómeno que llena de zozobra a sus poblaciones pero también suscita agrias controversias sobre la forma de neutralizarlo.
Bajo este contexto de temor e incertidumbre, MICHEL HOUELLEBECQ concibe su última novela titulada “SUMISIÓN” (Editorial Anagrama-2015). La trama se sitúa en Francia durante un futuro cercano (2022), y plantea una hipótesis que, en principio, no puede desdeñarse de plano, aun cuando al avanzar en su desarrollo y culminarla el autor bordee lo absurdo.
Hago un esfuerzo de síntesis: al realizarse las elecciones presidenciales de 2022, en primera vuelta triunfa la ultraderecha del Frente Nacional pero como primera minoría (34%), lo cual obliga a un balotage con la agrupación política que salga segunda. Este puesto debe dirimirse entre el Partido Socialista y un partido islámico (inspirado por el influyente grupo conocido como “Hermandad Musulmana”) los cuales aparecen en un empate técnico con el 22% de los sufragios. Bastante relegada queda la centro-derecha de Sarkozy (16%). Finalizado el escrutinio, con vistas a la segunda vuelta, el tinglado electoral luce polarizado entre el lepenismo y el novísimo partido islámico. Para estupor de los franceses y el mundo, el socialismo integrando una coalición y buena parte de los centroderechistas “por la libre” apoyan al candidato musulmán que resulta elegido nuevo presidente de la República Francesa.
Para que su novela no engrose la categoría de “política-ficción” y logre su objetivo atemorizante, el autor busca dotarla de cierta credibilidad. En este sentido, presenta al triunfante partido musulmán y, en particular a su líder, como: moderados en lo religioso, respetuosos de la libertad de culto, equilibrados en política exterior incluyendo el conflicto de medio oriente y, sobre todo, firmes críticos de toda forma de violencia. Así, para insuflar una pátina de realismo a su narración, el autor construye un partido musulmán depurado de fundamentalismo, identificado con el país, consubstanciado con los principios republicanos, y sin hostilidad hacia judíos e “infieles” en general. Con esta idílica pintura, pretende que el lector “comprenda” que la opción electoral de los franceses no fue necesariamente descabellada o autodestructiva.
Hasta aquí la formulación de Houellebecq puede, si bien que audaz, concebirse como posible. Sin embargo, a poco de ejercer el gobierno el partido musulmán, los nuevos hechos que se suceden pierden verosimilitud. En efecto, según la narración la sociedad francesa -incluída su elite intelectual, tradicionalmente laica- parece encandilarse con el islamismo propagado, sutil y pacíficamente, por su nuevo gobierno: comienzan las conversiones masivas al credo de Mahoma; las muchachas esconden sus insinuantes escotes y archivan sus perturbadoras minifaldas substituyéndolas, con convicción e indisimulable orgullo, por los velos, shadores y burkas; los hombres se lanzan, entusiastas, a la práctica de la poligamia, la cual es velozmente legalizada sin resistencias visibles de organizaciones feministas o defensoras de los derechos humanos; los economistas se alborozan porque el nuevo rol femenino consagrado al hogar aleja a las mujeres del mercado de trabajo, provoca un descenso inmediato del desempleo masculino y el consecuente incremento de los sueldos….en fin…estos hechos alucinados pueden molestar al lector o, tal mi experiencia, inducir la sonrisa o la franca carcajada, pero en ambos casos a expensas de la seriedad del relato.
En algún momento el autor, quizás advertido que su obra sucumbe ante un curso desopilante y temerario, procura alguna justificación argumental para sus postulaciones. Arguye, entonces, que la Europa depredada por la levedad moral del posmodernismo carece de antídotos para la contundencia de un islamismo lleno de certezas. Traza una forzada y anacrónica comparación con la conquista del Imperio Romano por los bárbaros. Pregona que el predominio laicista en Francia ofrece menores resistencias culturales a la penetración musulmana que las que pudieran levantar otros pueblos más religiosos. No comparto estas razones pero, aun concediendo su carácter controversial, en el mejor de los casos para Houellebecq, podrían explicar una transculturización regresiva en procesos extendidos en el tiempo y contextos civilizatorios en descomposición terminal; pero nunca producir la abrupta implosión de una tradición de siglos.
De todas formas, más allá de sus incoherencias argumentales y su escaso valor literario -omito referirme a este aspecto de la obra porque resulta tan aburrido como insustancial-, la novela podría concebirse como una provocación o desafío a cierta complacencia que algunos gobernantes e intelectuales occidentales muestran ante el Islam. En este sentido, cierro el comentario con la mención a dos acontecimientos sorprendentes que, seguramente, apuntalaron la reconocida soberbia del autor francés. Me refiero a que el Gobierno Italiano, en ocasión de la reciente visita oficial del Presidente iraní, dispuso cubrir pudorosamente todas aquellas estatuas del Palacio del Quirinale que representaban desnudos femeninos para no ofender al ilustre huésped. Tal vez alertado por la indignación que provocó la claudicación itálica, dos días después, el Presidente francés canceló un almuerzo con su par iraní dado que el protocolo persa exigía que no hubiera vino ni libaciones de ningún tipo durante la comida.
Más allá de lo anecdótico, los episodios relatados muestran los dos aspectos del problema cultural que Houellebecq intentó plasmar en su obra: por una parte que el Islam, aún en sus vertientes pacifistas, se asume como una creencia superior y, a la postre, pretende que el resto de los mortales acepte esta condición; y por la otra que Occidente, en homenaje al sacralizado multiculturalismo, suele impostar ante el islam una exagerada tolerancia con reminiscencias de “sumisión”.-
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