Por Israel LotersztaIn
Master en Historia de la Universidad Di Tella
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
Pocos historiadores se habrán sentido asombrados por el singular entusiasmo con que los gobernadores provinciales, prácticamente sin distinción de banderías políticas, apoyaron en el Senado el acuerdo con los holdouts. Y casi todos esos gobernadores fueron absolutamente sinceros: explicaron que la resolución del conflicto les permitiría endeudarse en los mercados internacionales, presuntamente para la realización de imprescindibles obras públicas. Varios se encargaron de subrayar que se trataría, eso sí, de obras absolutamente productivas que posibilitarían en el futuro a las provincias el repago sin dificultades de las obligaciones contraídas. No hay nada de que preocuparse, entonces.
Master en Historia de la Universidad Di Tella
Columnista de CONSTRUCCION PLURAL
Pocos historiadores se habrán sentido asombrados por el singular entusiasmo con que los gobernadores provinciales, prácticamente sin distinción de banderías políticas, apoyaron en el Senado el acuerdo con los holdouts. Y casi todos esos gobernadores fueron absolutamente sinceros: explicaron que la resolución del conflicto les permitiría endeudarse en los mercados internacionales, presuntamente para la realización de imprescindibles obras públicas. Varios se encargaron de subrayar que se trataría, eso sí, de obras absolutamente productivas que posibilitarían en el futuro a las provincias el repago sin dificultades de las obligaciones contraídas. No hay nada de que preocuparse, entonces.
Pero los historiadores tenemos casi doscientos años de innumerables ejemplos que nos obligan a ser un tanto pesimistas al respecto. O mas vale muy pesimistas. Pocas veces fueron precisamente obras las que se hicieron con esas deudas, menos aún estas fueron realmente productivas, y sobre todo el pagador en casi todos los casos terminó siendo el Tesoro Nacional. En adelante queremos relatar al respecto uno de los episodios mas pintorescos y divertidos de esa historia de ya casi dos siglos, y quizá uno de los mas ilustrativos.
El 29 de Marzo de 1890, tan solo un día antes de dejar el poder, el gobernador de Santa Fe José Gálvez firmó un empréstito por diez millones de pesos oro (indexados y ajustados por la población de la Provincia equivalen por lo menos a mil millones de dólares de hoy). Con la totalidad del empréstito le compró a la firma Malbrán, Casares y Portalis (quienes, casualmente desde ya, fueron quienes gestionaron el empréstito) tierras para un proyecto de colonización, a razón de veinte pesos oro la hectárea. Todo eso, empréstito y compra, lo hizo el día antes de abandonar el poder.
El diario La Prensa, el de mayor circulación por entonces, era habitualmente muy cauto con los actos del oficialismo, al que por lo general apoyaba. Pero frente a este hecho podemos afirmar que La Prensa bramaba. Preguntaba la razón por la que se pagaba 20 pesos oro la hectárea si tierras mucho mejores y mejor ubicadas el gobierno las estaba vendiendo a colonos a cuatro pesos papel la hectárea (por entonces ya un peso oro equivalía tres pesos papel). Que los títulos que presentaban Malbrán, Casares y Portalis eran dudosos ya que eran tierras en litigio con Santiago del Estero que se las atribuía a otro propietario. Que además eran muy inadecuadas para colonización, ya que eran bajíos, bañados y cañaverales. Y sobre todo señalaba que los vendedores habían adquirido esas tierras un año antes a 0,19 pesos papel la hectárea, o sea que las revendían trescientas veces mas caras... (Sí, leyó bien, trescientas veces mas caras. Y nos quejamos ahora de los buitres...)
Pero no sirvió de nada, el entusiasmo colonizador de Gálvez era imparable y la operación se concretó. Y aún en una época en que escándalos mayúsculos eran casi cotidianos el presente se consideró que pasaba cualquier límite ("too much", como hasta hace poco se decía), y provocó una reacción. El 30 de Abril de 1890 el Presidente Juarez Celman envió al Congreso un proyecto de reforma constitucional reducido a un único punto: que las provincias, para contraer deudas, debían solicitar previamente autorización al gobierno nacional.
Los fundamentos eran muy simples. Se afirmaba que si las provincias no llegaran a pagar finalmente terminaría haciéndolo el Gobierno Nacional, por lo que era bastante lógico y sensato que este autorizase previamente tal endeudamiento, cualquiera fuera el deudor. Pero el escándalo que generaron diputados y senadores provinciales fue mayúsculo, un gobierno por entonces tan debilitado como el de Juarez Celman ya nada podía imponer, y el proyecto ni siquiera se trató. Las provincias lograron preservar sus sacrosantos derechos constitucionales a endeudarse y, desde ya, a reclamar el apoyo del gobierno federal en caso de no poder afrontar esas deudas.
Dos acotaciones para terminar. a) Desde luego, esta deuda de Santa Fe la pagó el Tesoro Nacional en la renegociación de 1904, quince años después. b) Efectivamente y tal como el lector sin duda lo sospecha Villa Gobernador Gálvez ha sido bautizada con ese nombre en homenaje al pujante gobernador alguna de cuyas hazañas aquí hemos relatado. No fueron la únicas, desde ya, ni mucho menos.
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