miércoles, junio 21, 2017

Cristina. mito y estrategia.

Por Eduardo Zamorano 
exclusivo para Abordajes


Un mito es una creencia indiscutible, permeada por la emoción y asentada en tradiciones culturales arcaicas.
Ocasionalmente, hay seres humanos que, por una extraña combinación de factores, alcanzan la estatura de “mitos”: no se los cuestiona, todo les es perdonado.
Juan José Sebreli en su trabajo: “Comediantes y Mártires” analiza las características de cuatro personajes que fueron ungidos con esa condición: Gardel, Evita, El Che, y Maradona. Como puede verse, prima facie, constituyen arquetipos que, más allá de la popularidad e idolatría que despertaron, poco tienen en común: un extraordinario cantante de vida misteriosa,  una joven humilde del interior que se convierte en la abanderada de los humildes, un aristócrata venido a menos que se lanza a concretar la revolución proletaria mundial; y un genio futbolístico verborrágico y pedante.
Empero, escarbando en sus trayectorias, veremos, nítidas, dos notas en común: su anticonvencionalismo y la muerte joven (excepto en el caso de Maradona aunque su peripecia con las drogas lo tuvo cerca del silbazo final).
La otra circunstancia que construye su idolatría se conecta a que fueron espejaron los deseos, explícitos u ocultos, que campeaban en la época en la cual les tocó vivir.
Cristina Fernández sintoniza con la sensibilidad, y algún resentimiento, de buena parte del pueblo argentino, en particular su segmento más pobre: viene de una cuna humilde e incierta paternidad; es agraciada y carismática; queda viuda prematuramente; la tragedia lejos de marchitarla la fortalece; siempre está acosada por enemigos reales o inventados que conspiran para desestabilizarla; no asume su derrota y desprecia al legítimo vencedor; derrocha soberbia y desdén ante los graves procesos judiciales promovidos en su contra.
En suma -insisto-  para una parte importante del pueblo argentino, ávido de magia y fantasía, de superhéroes que los rescaten de una cotidianidad insoportable, Cristina encarna una figura salvacionista que revive entusiasmos aletargados en los viejos y despierta discutibles identidades en los jóvenes.
El acto en la cancha de Arsenal fue una prueba elocuente que, mal que nos pese a varios, Cristina está cercana a trasmutarse en mito, por lo menos para un tercio de la sociedad y con una notable expansión en la juventud.
Frente a la evidencia incontrastable de su centralidad como figura política, lo peor que pueden hacer sus oponentes es negar esa contingencia apelando a justificaciones, burdas y remanidas, tales como:  micros gratis, premios en efectivo ($500 por bocha propalaban los trols) y/o especie (el chori y la coca).
Si para reunir una muchedumbre bastara con esos recursos espúreos, los actos de masas serían más frecuentes en nuestro medio.  El clientelismo existe, máxime en el peronismo y sus afluentes, pero sin duda hay una fortísima propensión a la concurrencia.
Otra tontería que circuló sobre el acto cristinista discurrió sobre su nueva estética “duranbarbista”; es decir, que malgrado la falta de globos amarillos, remedaba un acto macrista.
Los que apuntalan esta caracterización olvidan que los diálogos entre Cristina y sus anónimos seguidores fueron el relleno de las maratónicas cadenas televisivas que soportamos durante su gestión; sólo que aquí lo hizo arriba de un palco, pero sería absurdo desconocer que Cristina jamás rehuyó el contacto personal con sus partidarios.
Por el contrario, el distingo objetivo del acto de Arsenal respecto de anteriores convocatorias similares, estuvo dado por la distancia (cuando menos física) que puso la oradora respecto a su entorno más cercano (hasta Máximo miraba desde la platea), así como la forzada supresión de pancartas y carteles de su variopinta cohorte de seguidores.
A mi ver, el mensaje es inequívoco: será candidata; exige cohesión y prudencia  a sus fieles evitando el internismo hasta las elecciones; e intenta recuperar a peronistas de la diáspora (no me refiero a la dirigencia, sino a las bases que se alejaron en 2015).
Hasta se permite un discreto guiño a la clase media patentizado en el nombre de su Frente Electoral: “Unidad Ciudadana”, apelativo que destila cierto tufillo republicano.
Parecería que políticos y comunicadores no han advertido que en octubre se realiza una elección legislativa, no hay balotage. Los votantes suelen no sentir la presión de una elección presidencial y, por ende, tienden a elegir más libremente.
En este sentido, Cristina le habló a sus incondicionales, tiro un lazo a antiguos partidarios, y hasta mandó una tímida señal a la clase media. Por lo demás, soslayó el pasado (para su núcleo duro la “corrupción” no existe o, en todo caso, está justificada) y arremetió con las inevitables consecuencias de un ajuste que ella sirvió en bandeja de plata a su sucesor.
Pero lo rescatable en términos de realismo político, es que delineó una estrategia, bajó un discurso perfectamente inteligible.  Deberían imitarla sus adversarios que juegan a la polarización o se pierden en una ancha avenida del medio.-

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