Por Alberto Hutschenreuter
En 1922, mientras en la ciudad de Génova los países europeos intentaban (en vano) configurar un sistema de reconstrucción económica de posguerra, Alemania y Rusia, el derrotado y el "derrotado por el derrotado" en la Gran Guerra, se reunieron en la cercana localidad de Rapallo y muy rápidamente (al punto que se denominó la "conferencia del pijama") firmaron un acuerdo. Así, los países parias de la Conferencia de Versalles (a la que Rusia no fue invitada y Alemania fue tratada como un súbdito vencido) "regresaban" juntos al mundo.
Como muy bien juzga el historiador alemán Sebastian Haffner en su magnífica obra "El pacto con el diablo", "Rapallo fue simple y llanamente un matrimonio de conveniencia, cualquier cosa menos una relación de amor, fundó un auténtico matrimonio político (como debía ser)". Así, "los planes de reconstruir Europa a costa de los países vencidos y la Rusia soviética fueron condenadas al fracaso".
Desde entonces y hasta junio de 1941, cuando Alemania invadió a su hasta entonces socio, ambos países mantuvieron un eje de cooperación que comprendió desde cuestiones comerciales hasta militares. La relación retomó así la línea de proximidad bilateral que mantenían desde el siglo XVIII Rusia con el reino de Prusia, la que comenzó a ser erosionada cuando el canciller Bismarck fue desplazado del poder por un nuevo emperador alemán reluctante con mantener una relación cercana con Moscú.
Después, la creciente rivalidad entre los Estados en Europa arrastró a los países casi como como "sonámbulos", utilizando el título de la excelente obra de Christopher Clark, a la gran catástrofe militar de 1914. En ella, Alemania y Rusia fueron enemigos, hasta que el poder bolchevique, necesitado de tiempo estratégico para consolidarse, firmó en Brest Litovsk una paz cartaginesa ante Alemania.
Tras la Segunda Guerra Mundial y, dentro de esta, la singular guerra de exterminio entre Alemania y la Unión Soviética (1941-1945), la Alemania derrotada fue ocupada y dividida hasta su reunificación en 1990. Durante las décadas de bipolarismo soviético-estadounidense, la relación de la República Federal de Alemania con la URSS pasó del atlantismo cerrado bajo los gobiernos de Adenauer a una distensión en tiempos de los gobiernos socialdemócratas de Willy Brandt y Helmut Schmidt, aunque nunca hubo algo parecido al clima y acuerdo de Rapallo. Pero fue durante aquellos años cuando ambos países impulsaron importantes acuerdos energéticos.
Acaso, lo más cercano se dio cuando otro socialdemócrata, Gerhard Schröder, ocupó la cancillería germana entre 1998 y 2005. La llegada de Angela Merkel en 2006 no profundizó la cercana relación ruso-alemana, pero la canciller, la dirigente europea con mejores vínculos con el presidente Putin, siempre favoreció la posibilidad de una complementación creciente entre Rusia y la Unión Europea, relación que tras los la anexión de Crimea al territorio de la Federación Rusa (2014) y el envenenamiento de Alexei Navalny (2020) sufrió un fuerte deterioro, al punto que desde algunos centros de análisis se consideró que ya no sería posible continuar con la complementación ruso-europea.
Sin embargo, a pesar de la firmeza mostrada por Merkel ante Putin como consecuencia del envenenamiento de Navalny, el apoyo ruso al poder en Bielorrusia y la dureza en relación con Ucrania, Alemania continuó trabajando con Rusia en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, iniciado en 2015 y finalizado recientemente (comenzará a operar a finales de 2021). Y lo hizo en contra de la posición del Parlamento Europeo y de varios países de la UE, incluso de su socio más cercano, Francia, y de los actores más anti-Rusia: Polonia y los Estados Bálticos.
En buena medida, la postura de Alemania recordó la de aquella Alemania de Helmut Kohl, que sola, prácticamente sin consultar a sus socios europeos a los que después convenció de hacerlo, reconoció la independencia de Croacia y Eslovenia a principios de los años noventa.
Pero, sin duda, la principal oposición al gasoducto provino de Estados Unidos, pues el interés de la potencia mayor en este cuadro estratégico era no solo extender la coacción a Rusia en un segmento en el que este país es robusto y donde puede ejercer una suerte de disuasión energética ante terceros, sino ser el propio Estados Unidos el principal proveedor de energía a los países de Europa.
De modo que aquí hubo una limitación en el despliegue atlantista por parte de Alemania, que ya en 2019, luego de que el Congreso estadounidense anunciara sanciones a las compañías participantes en la construcción del gasoducto, advirtió que “las decisiones sobre política energética europea se toman en Europa”.
Hubo otras posiciones de Berlín que llevan a pensar que su atlantismo está siendo considerado cada vez más en función de sus intereses y los de sus socios, por caso, en relación con el retiro de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, cuando Alemania anunció medidas que podrían aliviar el regreso de las sanciones unilaterales.
Pero es en el segmento de la energía donde más se corrobora una orientación de política exterior alemana más centrada en sus necesidades y en un mayor espacio a una visión de configuración internacional en clave euroasiática, es decir, atendiendo a los propósitos de China y la nueva realidad geopolítica que supone (en concepción y en hechos) su iniciativa del “cinturón geoeconómico”.
¿Implica ello una ruptura del tradicional atlantismo? No. Alemania, por ejemplo, no cuestiona a la OTAN como sí lo ha hecho Francia; pero la lectura que hay que hacer es, como bien señala Dominic Wullers, que el país ha comenzado a alejar su política exterior del patrón “wilsoniano”, esto es, paz global, instituciones y normas deben guiar dicha política, en dirección de un patrón más realista. Y ello se puede corroborar en un discurso en el que las cuestiones relativas con la competencia internacional y la geopolítica se van haciendo cada vez más habituales por parte de las autoridades alemanas.
El acuerdo de 1922 entre Alemania y la Rusia bolchevique ha quedado lejos. No hay un “nuevo Rapallo” entre ambos actores. Pero, como entonces, sí hay un contexto cambiante que exige definiciones en clave de intereses nacionales y no con base en preferencias estrategias de terceros. El Nord Stream 2 es un claro ejemplo de ello: un emprendimiento energético de escala “de territorio ruso a territorio alemán”, evitando así otros territorios que pudieran implicar dificultades y marcando al “primus inter pares” occidental que ya no todo en Alemania se basará en la “guía de política exterior atlántica”.
Excelente análisis.
ResponderBorrarExcelente conexiones entre Alemania y Rusia. Me gusto las analogias literarias del inicio y la nueva propuesta de contienda en torno a estos dos países.
ResponderBorrarMuy atinado, amigo.
ResponderBorrarImpecable análisis.
ResponderBorrarDr. Roman Eduardo Delgado Urrea en la ULAC.
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