Por Alberto Hutschenreuter
En el balance de la relación entre América Latina y la geopolítica, los intereses, la suspicacia y el soberanismo han predominado sobre la afirmación de un patrón de complementación o de pro-fusión regional.
Aunque la geopolítica no era una concepción y práctica latinoamericana, los países (no todos) "importaron" y abrazaron enfoques surgidos en la Europa del centro hace más de un siglo con tanto vigor que sus principales "anclajes" o "fundamentals" se mantuvieron latentes, aun cuando los regímenes autoritarios se retiraron dando lugar a regímenes dispuestos a desterrar el patrón político-territorial que no sólo mantuvo separados a los países de la región por décadas, sino que en algunos casos en una delicada situación de "no guerra", por ejemplo, entre Chile y Argentina a fines de los años setenta.
Dicho estado de latencia de la geopolítica se puede corroborar en los últimos lustros, cuando esa triste animosidad inter-vecinal ha vuelto a reaparecer en diferentes sitios de la región.
Por tanto. Una conclusión adelantada que podemos manifestar es que los emprendimientos geoeconómicos zonales o subregionales como el Mercosur, Pacto Andino, etc., y las entidades mayores como UNASUR, no sólo fracasaron y en algunos casos desaparecieron, sino que las percepciones y suspicacias geopolíticas no parecían finalmente ser una cuestión únicamente de gobiernos militares y de sus "capillas" de "pensadores de territorios" en firme clave nacional.
En otros términos, si antes predominó un patrón geopolítico de fisión interestatal en la región basado en concepciones ajenas de poder, la adopción de un patrón de fusión no terminó llevando a la región a otra realidad o anclaje político-territorial demasiado diferente.
Es verdad que no se ha retomado el mismo camino de disrupción y rivalidad del pasado, pues hoy no predominan pensadores (o al menos pensadores-ejecutivos, es decir, de aquellos que convertían en acción la concepción) como Everardo Beckheuser, por citar uno de los geopolíticos más ofensivos que hubo y que padeció la región como consecuencia de ideas (y prácticas) como lo fueron las "fronteras vivas" en Brasil, y sí hubo y hay muchos geopolíticos menos radicales y más integracionistas hacia dentro y hacia fuera, es decir, de la nación y de la región, por citar algunos, Nicolás Boscovich y Alberto Methol Ferré (el primero un notable propulsor de ideas para el desarrollo del sector norte y noreste argentino, el segundo un propulsor del "continentalismo").
Si bien es cierto que bastante antes de la pandemia la complementación (término preferente al de integración) regional había perdido fuerza, la COVID-19 sumió a la región en un estado de precariedad socio-económica sin precedente, hecho que, más allá del voluntarismo y la fuerte retórica de la que siempre seremos testigos, postergará por mucho tiempo el empuje de lógicas colectivas regionales.
Pero este tiempo introspectivo de los países latinoamericanos podría ir acompañado de una renovada afirmación nacional-soberanista no basada solamente en cuestiones relativas con "primero lo propio", sino en algo muy peligroso que es la deriva o "passing" de problemas internos hacia el exterior cercano como causa de ellos; una estrategia relativamente habitual por parte de regímenes agobiados por dificultades; esto es, colocar en otros la causa de dificultades propias, fomentando así el nacionalismo. Algo de ello se puede constatar en la región siguiendo situaciones en las zonas fronterizas de Colombia y Venezuela, Chile y Perú, Venezuela y Guyana, etc.
Por otra parte, el clivaje ideológico que existe en la región no solo aleja a los países del diseño de políticas interestatales relativas con la construcción de "órdenes territoriales" sustentados en percepciones diferentes, en todo caso, pero no antagónicas-competitivas. La reciente reunión de la CELAC en México ha sido una exhibición categórica de ello. Allí quedó claro lo inconducente que resulta desplegar agendas nacional-ideológicas. Como bien ha dicho Carlos Malamud: "Oyendo las diversas interpretaciones presidenciales y leyendo la Declaración Final, la sensación recurrente es la de un melancólico déjà vu, donde reaparecen conceptos reiterados como soberanía, injerencia y autodeterminación".
Otra realidad que obra en clave disruptiva interestatal es la crisis socioeconómica, pues hay países cuya situación es tan crítica que se producen los descontrolados movimientos humanos en derredor, fenómeno que lleva a los Estados afectados a robustecer el control en sus fronteras, e incluso a deteriorarse y tensionarse las relaciones con el actor cuasi colapsado. Esta situación se ha vuelto habitual entre Colombia y Venezuela o entre este último y Brasil.
Asimismo, la crisis funge como oportunidad para el crimen organizado, que logra "ganancias de poder" a partir de mayores ingresos, incrementando asimismo capacidades para debilitar al Estado. Pero la actividad ampliada de los poderes fácticos termina también por endurecer las fronteras, e incluso puede precipitar serias crisis interestatales, por ejemplo, recordemos la que tuvo lugar en su momento entre Colombia, Ecuador y Venezuela por el accionar intra-fronterizo de la insurgencia.
Por otro lado, la "fragilidad" institucional en varios países de la región puede deteriorar más rápido y fácilmente relaciones (hecho que desfavorece la confianza), que cuando las instituciones son sólidas, pues aumentan las posibilidades de diálogos más sostenibles y conductas menos imprevisibles entre partes en conflicto.
Asimismo, la "fragilidad" geoeconómica en la región es otra realidad que nunca afirma un patrón que debilite las actitudes soberanistas y las posibles fugas hacia delante ante situaciones de crisis interestatales. En otros términos, el intercambio comercial intra-regional es insuficiente como para alejar eventuales disrupciones considerando los costos que ello supondría. El grueso del comercio internacional de los países latinoamericanos es hacia fuera, no hacia dentro. El dato es importante, porque el comercio profuso regional tiende a inhibir (aunque no eliminar) conflictos entre los socios.
El hecho que cada país mantenga preferencias en su política exterior con poderes preeminentes no siempre implica problemas, sobre todo si existe entre dichos poderes un acuerdo o régimen que "rebaje" la competencia entre los mismos,. Pero no es lo que sucede hoy. Estados Unidos, Rusia y China mantienen una rivalidad en ascenso, y ello puede tener consecuencias en las relaciones regionales, más todavía cuando hay actores de la región que son parte asociada de alianzas político militares no regionales, como es el caso de Colombia. La puja entre los poderes mayores podría determinar "alineamientos" en la región y, por tanto, fracturas de nuevo cuño.
La vigencia en algunos países de "reflejos" y "recuerdos geopolíticos duros" nos dice que la geopolítica en su versión más deletérea, es decir, la de capturar territorios ajenos, podría estar más cerca de lo que imaginamos. Recientemente, un decreto del presidente de Chile extendió sensiblemente la plataforma continental marítima de ese país al sur del Mar de Drake y el Cabo de Hornos, pero una parte de esa extensión avanzó sobre la plataforma argentina, hecho que provocó una nueva situación de conflicto entre países que en 1984 han firmado un tratado que determinó una solución definitiva de límites en la zona en cuestión.
Más allá de la justificación chilena y de los documentos que avalan categóricamente a la Argentina, el hecho más bien respondería a los "códigos geopolíticos" de un país cuyo sentido de proyección territorial trasciende regímenes políticos. No es una casualidad que tal decisión por parte de Chile implica un empuje activo en una de las dos áreas estratégicas del territorio chileno (la del norte y la del sur) en las que continúan existiendo (de manera abierta o larvada) hipótesis de conflicto.
En suma, el ciclo de la complementación geo-comercial (y en algunos casos de "geo-business") regional se encuentra en crisis. La pandemia apresuró la misma dejando a la mayoría de los países en un estado socioeconómico sin precedentes, y prácticamente desacoplando a Latinoamérica de otras geografías del mundo en materia de nuevas tecnologías (según autorizadas fuentes, más del 90 por ciento de la producción intensiva en tecnología ha sufrido un impacto de escala por la crisis).
En gran medida, ello explica la causa por la que Latinoamérica es la región que perdió relevancia estratégica en el mundo, no en un sentido de recursos sino en relación con la posibilidad de construir "masa crítica" interestatal para afrontar retos actuales y por venir, por ejemplo, una posible nueva era de "imperialismo por suministros".
En buena medida, la complementación regional en clave predominantemente comercial acaso sea la razón al momento de intentar comprender la falta de una vacuna propia o regional que evitara que cada país, "a su modo", adquiriera de terceros ese bien sanitario tan necesario.
Lo preocupante, también, es que el vuelco introspectivo no termine por reafirmar una nueva lógica de competencias y desconfianzas de orden político-territorial en la región, que no sólo implicará otra década perdida, sino posibles ganancias de poder para de terceros poderosos y codiciosos.
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