sábado, octubre 23, 2021

La gran disrupción del siglo XXI: globalistas contra patriotas

 Por Alberto Hutschenreuter





El globalismo y el patriotismo son dos ideas y prácticas de nuestro tiempo. Si bien el primero es más novedoso, sobre todo por las diferentes temáticas que se afianzaron en este siglo, hace tiempo que existen. Asimismo, la falta de una configuración internacional ha dado lugar y protagonismo a las dos.

Cuando hablamos de globalismo (no de globalización) nos estamos refiriendo a una ideología cuyo propósito es volver evanescente las fronteras nacionales, impulsando un sistema de tópicos que se extienden desde el desarme hasta las políticas de género, pasando por la ecología, las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones sociales, el cosmopolitismo, los "comunes globales", etc. Se trata de una lógica que ampara y promueve un orden internacional basado en el  deseo del hombre libre, sin responsabilidades ni compromisos. En buena medida, dicha lógica conlleva claves del mundo del Dovstoievski de "Los hermanos Karamázov": si Dios no existe, todo está permitido.

Cuando hablamos de patriotismo nos estamos refiriendo a cuestiones "como de costumbre", para usar términos de Stanley Hoffmann, esto es, Estados, soberanía, valores patrióticos, capacidades, tradición, etc. Una lógica que defiende un orden basado en patrones clásicos, y reluctante de toda modernidad que implica relativizar todas las cosas.

Son dos lógicas encontradas o divergentes, y que se mantendrán así, aunque bajo mayor intensidad hasta un desenlace que no podemos hoy prever.

En mayor o en menor medida, los países adhieren a una de las dos lógicas, habiendo actores que trazan cierta diagonal. Por caso, la Unión Europea, el territorio de fusión geopolítica más avanzado del mundo, postula, conforme su condición de actor pos-estatal, un orden global donde predominen sus valores normativos e institucionales.

Claro que en su seno hay actores patrióticos. Estos defienden la integración, pero no a cualquier precio. Polonia y Hungría, por ejemplo, rechazan una integración que relativice cada vez más la tradición nacional y la condición espiritual-religiosa. En buena medida, son actores que siguen el "modelo de Gaulle", es decir, una Europa unida que no revoque las patrias.

Por otra parte, hay países firmemente patrióticos, por caso, Rusia. No es el único, claro, pero el estado de crisis con Occidente permite que dicho patrón se manifieste con fuerza en ese país que tal vez se encuentre en una crisis socioeconómica, pero no en una crisis espíritu-religiosa.

El factor local también se puede apreciar en los países árabes, donde el peso de la humillación por parte de los poderes externos,  la creciente demografía y el ascendente religioso, difícilmente permitan aceptar un orden basado en "el deseo primero".

En el inmenso arco que se extiende desde China al África, la postura es patriótica. En el caso de China, la introducción del capitalismo difícilmente tendrá correlato en el extendido sustrato del confucianismo y en la autopercepción protohistórica China de ser el "Imperio del Centro", una visión universal propia.

Como bien sucede con todos los procesos, ambas fuerzas, globalismo y patriotismo, no son fenómenos neutros. Todo lo contrario: comportan una lógica de poder e intereses, particularmente en relación con la causa globalista.

En Estados Unidos anidan ambas lógicas, aunque el regreso de los demócratas al poder implica una primacía del enfoque globalista. Pero el orden internacional que persigue no admite pluralismo alguno: debe estar anclado en los valores de la nación estadounidense. Es decir, impulsa el globalismo pero con base occidental-atlántica, desmarcándose del enfoque de Europa.

No se trata de algo nuevo, pues la potencia mayor casi siempre incluyó el globalismo en su política exterior. Pero es un globalismo que va acompañado (o impulsado) por otros componentes o anclajes nacionales: una visión mesiánica del mundo, en el sentido de ser Estados Unidos la tierra-residencia del "bien" en el mundo;  por el nacionalismo; por el mercado; y, finalmente, por el militarismo. No sería desacertado decir que se trata de un "wilsonismo con capacidades".

Claramente, este modo globalista choca con quienes más se oponen a su influencia: Rusia y China. Por tanto, nos encontramos ante una rivalidad entre tres civilizaciones o naciones excepcionales, cada una con un sentido de autopercepción de superioridad y misión.

Una compleja situación que prácticamente asegura otro siglo de pugna entre lógicas diferentes y universalistas.

Finalmente, para los países de Latinoamérica, cuya relevancia estratégica global sufrió un alarmante descenso durante la pandemia, se trata de un conflicto que exige (y lo hará más aún) calibradas reflexiones y análisis dentro de un contexto de poder, sobre todo en relación con los riesgos que para la región implica el capítulo de los recursos o activos estratégicos por parte de ambos enfoques.

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