El geopolítico estadounidense Saul Cohen tenía mucha razón cuando advertía que la región de Europa oriental era un "cinturón de fragmentación", es decir, una zona geográfica medular sobre la que se volcaban múltiples intereses, chocaban influencias y los poderes mayores buscaban amparo a través de lo que se conoce como "buffer zone".
Con el fin de constatar esta condición geopolítica disruptiva de Europa del este, recordemos y reflexionemos tres momentos relativos con esta región del mundo en los últimos cien años.
En 1919, los "ganadores" de La Gran Guerra, particularmente el presidente norteamericano, creyeron que la clave de bóveda en el este de Europa pasaba por el principio de autodeterminación territorial. Consideraron que, junto con una "Alemania militarmente reducida", la aplicación de este principio mayor del derecho internacional implicaría la paz.
Pero para que ello funcionara debería haber existido un compromiso de amparo regional efectivo por parte de los creadores del orden, particularmente de Estados Unidos, Alemania tendría que permanecer desarmada por siempre y los nuevos países deberían avanzar hacia una complementación-integración que reemplazara a los desaparecidos imperios, particularmente el Austro-Húngaro.
Sabemos que nada de esto sucedió, pues el principal garante se retiró, los "ganadores europeos" de la guerra querían la paz casi a cualquier precio (como lo demostraron en Locarno con "la renuncia a la guerra" y en los años treinta con la política de apaciguamiento), la experiencia, como sostiene Kissinger, no respaldaba que actores poderosos permanecieran eternamente desarmados, y los personalismos y suspicacias impidieron cualquier configuración fuerte entre los nuevos países.
Este vacío geopolítico fungió favorable para que Hitler aplicará sobre la región su concepción territorial revisionista. Posteriormente, en 1941, se lanzó tras "la ambición geopolítica del siglo", esto es, "colonizar" Rusia para, con sus recursos, hacer viable su imperio.
Europa central y del este, desde el Báltico hasta el Mar Negro, fue el escenario de guerra total y de exterminio en la Segunda Guerra Mundial. El historiador Timothy Snyder retrató muy bien la magnitud de la confrontación militar soviético-germana en su obra "Tierras de sangre".
Con la presencia del Ejército Rojo en países de Europa del este la suerte de esta parte del continente quedó echada antes del fin de la guerra. Después de 1945, las esferas de influencia determinaron una condición geopolítica estática en el este. Como sostuvo Z. Brzezinski, ese territorio, dominado por el Kremlin por 45 años, fue el "Imperio Soviético, para diferenciarlo del "Gran Imperio Ruso" (URSS) y el "Imperio Comunista de Moscú" (Vietnam, Angola, Cuba, etc.).
Fue el tiempo de la “geopolítica de dos” o “geopolítica de Yalta”. Tras su final en 1989-1991, Europa del este recuperó su condición geopolítica independiente. En cuanto a las ex repúblicas soviéticas, la independencia fue percibida como un ascenso geopolítico, percepción que los hechos posteriores demostrarían fue sobrestimada.
Occidente extendió la OTAN a los países de Europa central, medida que, si bien fue criticada por Moscú porque habría incumplido el "pacto de caballeros" entre Bush y Gorbachov, era esperable. Pero luego se extendió al noreste y sureste, implicando ello la clausura abierta al Mar Báltico a Rusia. En buena medida, se podría decir que tal seísmo geopolítico fue el equivalente de la derrota del reino de Suecia ante Rusia en Poltava en 1709, es decir, la OTAN era en el siglo XXI la Suecia que pasaba a dominar la zona del Báltico y los estrechos de salida (que ya controlaba) de este mar: Skagerrak y Kattegat.
En 2008 la OTAN se acercó a una zona geopolítica roja de Rusia: Georgia, uno de los tres "bajos vientres" de Rusia (los otros lo forman las repúblicas de Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, el escenario donde presuntamente Estados Unidos sopesó crear inestabilidad cuando la guerra de la URSS en Afganistán, y la frontera con China, donde hace tiempo se dio término a las discordias interfronterizas, aunque persisten situaciones relativas con migraciones).
La posibilidad de que Georgia se orientara hacia el umbral de membresía de la OTAN determinó que Rusia fuera a la guerra, o como sostienen en Moscú, decidiera una "acción contraofensiva de defensa".
La reacción de Rusia en Georgia llevó a que la OTAN suspendiera (no eliminara) proseguir con la expansión política-estratégica-militar para sellar totalmente la victoria en la Guerra Fría ocurrida hace tres décadas. Una "segunda victoria" de cuño íntegramente geopolítico, pues la eventual inclusión de Ucrania (y en un futuro tal vez Bielorrusia) implicaría no solo el desplome territorial de Rusia, pues dejaría de contar con la "buffer zone", sino también el de las propias referencias geohistóricas.
Es decir, aparte del impacto geopolítico, el sentido histórico de una Rusia, donde el pasado es un activo de poder y del fortalecimiento del espíritu nacional, se desvanecería (más allá de Kiev como patrón de génesis del Estado ruso, en Ucrania tuvieron lugar gestas como la de Poltava, entre otras). Pero, también, si Ucrania llegara a ser parte de la OTAN, entonces Rusia pasaría a ser asiática. Como decía Brzezinski: con Ucrania, Rusia es un país euroasiático; sin ella, Rusia deja de ser europea. Y no debemos olvidar que, por su ubicación, Rusia posee tres condiciones en materia de enfoque exterior: hacia Europa, hacia Asia y como puente entre Asia y Europa.
La importancia que tiene Ucrania para el actor geopolítico eminentemente terrestre que es Rusia es fundamental. A Ucrania (y, por las omisiones geopolíticas, a Occidente) le ha significado perder una parte del territorio, Crimea. La actual actividad militar Rusa al otro lado de la frontera, y hasta su disposición de romper el statu quo, obedece a la necesidad geopolítica de Rusia relativa con que Ucrania no forme parte de la Alianza Atlántica (para Moscú, el presidente ucraniano abandonó cualquier otra posibilidad y solo considera el ingreso como destino de su seguridad).
Hasta aquí, es casi abrumadora la geopolítica como factor predominante. Podemos continuar sumando "datos político-territoriales, por caso, en relación con el Mar Negro, los corredores en Bielorrusia, las maniobras militares, etc. Pero ello sería una redundancia en materia de cuestiones sustancialmente geopolíticas.
Se habla mucho de nueva Guerra Fría. Es un desacierto y un exceso: la pugna entre Estados Unidos y la Unión Soviética, iniciada para algunos en 1917, implicó no sólo una pugna multidimensional mayor, sino un régimen internacional y una determinada "cultura estratégica". Stephen Walt sostuvo hace un tiempo que hablar hoy de nueva Guerra Fría era rebajar y subestimar lo que verdaderamente ha sido la Guerra Fría.
Lo que tenemos hoy en Europa del este es "geopolítica sobre geopolítica", es decir, cuestiones en las que intereses, territorios y poder han creado una peligrosa situación entre Estados que, dado el desprecio por la experiencia y por el conocimiento del valor territorial, podría acelerarse y quedar fuera de control.
Brillante.
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