jueves, diciembre 22, 2022

A modo de balance estratégico internacional

 Por Alberto Hutschenreuter







          Aunque prácticamente nada significa el final de un año en las relaciones internacionales, pues, más allá de las siempre presentes expectativas que tiende a motivar el cierre de un ciclo, los hechos continúan su curso, el momento no deja de ser pertinente para realizar algunas consideraciones sobre la situación internacional.


          Existen al menos dos acontecimientos que no se encuentran balanceados, provocando por ello una marcada situación de inestabilidad, tensión e incertidumbre.

          Por un lado, el estado de discordia que existe entre los poderes preeminentes  aleja la posibilidad de algo que se aproxime a una configuración u orden internacional. Predomina un desorden internacional confrontativo que, en el caso de Rusia y Occidente, implica prácticamente un sensible estado de no guerra. En efecto, mientras el anillo táctico de la guerra entre Rusia y Ucrania no ofrece perspectivas de acuerdo, el anillo estratégico de ese conflicto, el que involucra a Rusia-Occidente, acusa un significativo deterioro, hecho que arroja dudas sobre una eventual e inquietante "pluralización" de la guerra, al tiempo que compromete la seguridad internacional para lo que resta de la década.

          Cabe aclarar que ese estado de desorden confrontativo entre potencias mayores obedece, en buena medida, a políticas que dejaron de lado el carácter indivisible de la seguridad, es decir, al principio internacional relativo con que la seguridad de una parte no puede obtenerse en detrimento de la otra parte. Precisamente, es lo que ha venido sucediendo desde hace tiempo en la placa geopolítica de Europa del este, donde la OTAN desplegó una geopolítica de cuño revolucionario frente a Rusia, es decir, nunca se autolimitó en términos territoriales. La invasión del 24 de febrero de 2022 fue, en gran medida, la contestación de Rusia a tal desequilibrio, a esa “marcha hacia el este” de la Alianza.

     

Pero hay otras zonas atravesadas por la discordia. La región del Indo-Pacífico supone una dinámica geocomercial cada vez más intensa, pero también allí se concentran lógicas más cercanas al desorden que al orden. Es decir, en paralelo a las asociaciones militares que se renuevan o se impulsan con el propósito de contener a China, también se pretende una suerte de "cordón sanitario económico" que límite el acceso a Pekín a los mercados regionales, con el fin de que la gran potencia exportadora abra sus mercado a los productos (centralmente) estadounidenses. Una suerte de "doble contención" por parte de Washington al actor considerado el principal rival, más allá de algunas muy tenues señales de distensión que hubo entre Xi Jimping y Joe Biden en la cumbre del G-20 realizada en Indonesia en noviembre pasado.

 

   En este marco, la situación es más crítica para China, no solo por los crecientes problemas socioeconoómicos que afronta y que podrían aumentar, sino por el reto que le significa la cuestión particular de los semiconductores. Como sostiene Victoria Herczegh del think tank Geopolitical Futures, según la Asociación de la Industria de Semiconductores de China, si no se logra un salto en la producción, el país podría retroceder casi una década, privando así a China de uno de los segmentos más importantes en la construcción de lo que allí denominan “poder agregado”.


          El otro hecho que provoca un impacto es la economía internacional, pues la pandemia hizo que los desequilibrios económicos y la desglobalización fueran más rápidos. Luego, la guerra terminó por deteriorar más todavía la situación: quedó claro que las “capas” de sanciones a Rusia y la prolongación de la confrontación crearon dificultades para este país, pero también para Occidente, particularmente para la Unión Europea, uno de los claros “no ganadores” de esta innecesaria guerra. Claramente, los países de la UE tendrán que recrear y construir toda su dimensión energética para suplir la energía proveniente de Rusia.

 

          Este segundo hecho, una economía mundial descendente, implica que se podría dejar de contar con el único sucedáneo de un orden internacional, pues, si bien no llega a implicar un orden, el comercio internacional ascendente tiende a inhibir las lógicas de confrontación. Aquí China vuelve a ser el caso: la guerra en Ucrania le ha significado una incomodidad para régimen de Pekín, pues para un actor exportador como lo es China, más allá que de que el régimen se encuentre abocado a modificar el modelo que por décadas le significó ascenso internacional, la globalización y la estabilidad económica son vitales para su curso.

 

          Por tanto, si queremos disponer de alguna respuesta sobre la compleja condición internacional, los desequilibrios que sufren la geopolítica y la geoeconomía son factores centrales.

 

          En relación con la geopolítica, la guerra, el vórtice de los múltiples desfasajes que impactan en aquella, no parece que se encuentre cerca de algún acuerdo. El carácter inconquistable de la confrontación, esto es, ninguna de las dos partes estaría dispuesta a realizar renunciamientos, extendería la pugna. Además, como quedó corroborado en la visita que hizo Zelensky a Estados Unidos estos días, Ucrania continuará recibiendo apoyo financiero y material (entre estos últimos lo que tanto quería Kiev de la potencia: sistemas que le permitan atacar a Rusia con mayor profundidad).

 

          Por su parte, la UE no solo ha congelado su principal activo como “potencia civil normativa”, la diplomacia, sino que también contribuye a extender la confrontación con asistencia financiera y equipos. Es decir, aunque la guerra la ha dañado y aumenta la inquietud en los países, la UE opta por continuar siguiendo el libreto estratégico extracontinental. No ha elaborado ni una sola propuesta para cesar la guerra y conversar.

 

          En relación con la geoeconomía, al menos hay expectativas. Según el experto Ian Bremmer, la globalización no está terminada. Puede que haya una mayor introspección por parte de los actores, pero la globalización no se agotó: simplemente, se halla a la deriva. Para este reputado autor, además de la pandemia y la guerra, hay que tener en cuenta el hecho relativo con China: disminuyó su relación comercio/PBI en casi treinta puntos desde 2006, contribuyendo, por tanto, a la desaceleración de la relación comercio/PBI mundial. En otros términos, China tiene menos espacio para globalizarse más. Pero también hay otras realidades que refrenaron la actividad económica mundial: los avances tecnológicos, el comercio electrónico, la inteligencia artificial, etc.  

 

          En otros términos, hay problemas también con la geoeconomía. Pero tal vez se trata de una situación de transición. Por supuesto, la forma como se gestione la posguerra, el curso que tomará la relación China-Estados Unidos y, finalmente, la relación o el margen que exista entre el multipolarismo y el (hoy lateralizado) multilateralismo, serán determinantes para el curso del mundo.

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