Por Alberto Hutschenreuter
La guerra en Ucrania podría implicar una "nueva derrota" para Europa en poco más de cien años.
La Primera Guerra Mundial acabó con la derrota de Alemania, pero una de las consecuencias de la tremenda conflagración fue que el poder dejó de habitar en Europa para dirigirse hacia otros centros. Cuando Estados Unidos se retiró del orden internacional creado por el presidente Woodrow Wilson, la responsabilidad del orden y la seguridad europea recayeron en Francia y el Reino Unido, los dos actores victoriosos pero tan impactados por la guerra (sobre todo el segundo), que buscaron la seguridad por medio de pactos que prohibían la guerra y, más tarde, a través de políticas de apaciguamiento que terminaron favoreciendo el rearme y la fortaleza de una Alemania geopolíticamente revolucionaria.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Francia y Reino Unido estuvieron entre los ganadores, pero también, como lo supo ver Charles de Gaulle, entre los "derrotados", pues el poder quedó concentrado en dos polos, siendo Europa el territorio de pugna entre ambos.
A partir de entonces, los países de Europa, con la asistencia económica y de seguridad estadounidense, se abocaron a la construcción de una comunidad institucional de paz. La geopolítica, que había nacido en Europa, fue vista como una "disciplina maldita" y quedó, al menos como palabra, prácticamente proscripta.
De todos modos, al menos hasta los años noventa hubo dirigentes europeos que comprendían la importancia de la geopolítica. En este sentido, posiblemente Jacques Chirac y (en menor medida) Angela Merkel hayan sido los últimos líderes europeos con memoria geopolítica y de la condición de anarquía internacional y rivalidad interestatal. A partir de entonces, Europa fue cada vez más dominada, tanto en las ideas como en la práctica, por su condición institucional, normativa y antigeopolítica.
Fue tan así que, terminada la Guerra Fría, Europa se mantuvo en su "zona de confort estratégico", esto es, bajo la cobertura de seguridad estadounidense. Ni siquiera la guerra que por entonces tenía lugar en "su territorio sur", los Balcanes, produjo reacción, pues las capacidades (poder aéreo, inteligencia electrónica, municiones, etc.) que se utilizaron cuando Occidente intervino fueron masivamente norteamericanas.
La condición europea fungió como un hecho funcional para los intereses de Estados Unidos. Ello facilitó que nadie en Europa planteara, por caso, qué hacer con la OTAN cuando ya había desaparecido la amenaza que hizo necesario su creación. La continuación de la Alianza Atlántica no sólo permitió que Estados Unidos continuará en Europa, pues se trataba del primus inter pares en la misma, sino que las iniciativas militares europeas que en los años noventa cobraron importante impulso, desde la UEO (Unión Europea Occidental, creada en 1948) hasta el Eurocuerpo (creado por Francia y Alemania en 1992), no permitió que Europa pudiera llegar a desplegar una concepción y acción centrada en sus intereses.
En relación con ello, es pertinente un reciente escrito del argentino Gabriel Merino en el que recordó lo que advertía Robert Kaplan en un artículo publicado en 2005 sobre "Cómo combatir a China": "La fuerza de defensa europea autónoma no puede prosperar [...] La OTAN es nuestra líder, a diferencia de la cada vez más poderosa Unión Europea, cuya propia fuerza de defensa, si se hiciera realidad, inevitablemente emergería como una potencia regional rival, que podría alinearse con China para equilibrarse contra nosotros. La OTAN y la fuerza de defensa europea autónoma no pueden prosperar. Solo una puede y deberíamos querer que sea la primera, de modo que Europa sea un activo militar cuando nos enfrentemos a China."
Han pasado casi veinte años desde estas reflexiones. Por entonces había un clima de cooperación entre Estados Unidos, Rusia y China porque el enemigo, el terrorismo transnacional, era un reto común. Pero tras los sucesos que acabaron con la anexión o reincorporación de Crimea a Rusia en 2014, las relaciones entre Occidente y Rusia se deterioraron cada vez más.
La invasión rusa a Ucrania resultó funcional para que Estados Unidos lograra (al menos) dos cosas: que se afianzara la relación atlanto-europea a través de la OTAN, y que la UE se desacoplara económicamente de Rusia, particularmente en el segmento energético. Más todavía, logró que el vínculo germano-ruso, que salvo en las guerras mundiales siempre fue fuerte, se redujera sensiblemente.
Finalmente, logró que el activo mayor de la potencia institucional europea, la diplomacia, no evitara la invasión rusa ni detuviera la guerra. Por el contrario, logró que Europa se comprometiera (contando para ello con países europeos ultra otanmaníacos como Polonia) con la asistencia financio-armamentista a Ucrania. En estos términos, si la posibilidad de derrota de Rusia depende del incremento en cantidad y calidad de armas a Ucrania, el número de militares ucranianos y rusos muertos pronto superará el número de 300.000, y las posibilidades de escalada hacia la pesadilla atómica podrían aumentar.
En breve, la UE nunca podrá ser un poder cabal si mantiene su condición antigeopolítica, es decir, no adopta decisiones con base en sus intereses y sus ganancias de poder. Una UE con geopolítica propia posiblemente hubiera evitado la guerra, pues esa condición tal vez la habría llevado a disuadir a Kiev de tomar una decisión que significó ser invadida, más todo lo que siguió.
Curiosamente, si en el pasado fue generalmente la geopolítica la que arrastró a Europa a las catástrofes, hoy es la antigeopolítica la que la arrastra a una situación de guerra semidirecta e incerteza estratégica en relación con el escenario futuro.
Europa consintió las presiones de EUA de expandir la OTAN hacia el Este. La Organización del tratado del Atlántico norte, creación norteamericana, eminentemente militar, al principio se reducía a los países del oeste europeo, pero fue extendiéndose, más aún luego de la caída del muro de Berlín. Rusia vio amenazada su seguridad, más aun después del golpe que se dio en Kiev y la asunción de Zelenski, un capocómico al servicio de los intereses de "Occidente". En el medio está el problema del Donetsk y Duhansk de habla y cultura rusas, en conflicto con el poder ucraniano, y la incorporación de Crimea a Rusia. Ante el despliegue como pinza de la OTAN, Rusia invadió Ucrania, como autodefensa. Si "Occidente" no tuviera actitud amenazante contra Moscú, no se podría explicar el desarrollo militar ruso en Ucrania.
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