Por Alberto Hutschenreuter
Los recientes acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia dispararon todo tipo de interrogantes en relación con Putin, el régimen, la guerra y sus perspectivas.
Superada (aparentemente) lo que fue una rebelión encabezada por el líder de una fuerza irregular, es pertinente decir que el hecho aconteció en Rusia, pero acaso es más pertinente considerarlo desde una perspectiva más amplia, pues el mismo forma parte o es resultado de un proceso internacional en clave de descomposición cuyas consecuencias no estamos en condiciones de asegurar, pero sí de advertir que redujo sensiblemente el margen para el optimismo, entendiendo por este nada más que una necesaria vía de compromisos interestatales de mínima que eviten una nueva frustración y derrumbe de la política mundial en los años siguientes.
Tal escepticismo lo reflejan los mismos panoramas que regularmente nos ofrecen entidades como el World Economic Forum, que en su edición 2023 sobre “Riesgos globales” presenta perspectivas muy inquietantes para los próximos diez años, particularmente en relación con la fragmentación geopolítica como impulsora de conflictos geoeconómicos, y la tecnología como factor de desigualdades (ver link).
En este contexto de descenso de la política internacional y mundial, el levantamiento en Rusia ha sucedido centralmente por disensos sobre la conducción de la guerra; pero la guerra obedece a causas relativas con lógicas de poder y de geopolítica que fueron más allá de los necesarios equilibrios geopolíticos y estratégicos entre poderes preeminentes.
Por supuesto que Rusia fue quien el 24 de febrero de 2022 vulneró los grandes principios del derecho internacional al invadir un país. Ello es indiscutible. Pero, más allá de ese acto, ello es como sostener que la responsabilidad de la Primera Guerra Mundial recae en Austria-Hungría por declarar la guerra a Serbia. Fue así, pero este solo fue el hecho que abrió las compuertas de múltiples conflictos y rivalidades que existían bajo presión en Europa. El presidente Woodrow Wilson sostenía en 1917 que la mayoría de las guerras podían explicarse de forma bastante sencilla pero no era fácil explicar la guerra de 1914, pues "sus causas estaban arraigadas en los oscuros subsuelos de la historia".
La Segunda Guerra Mundial pareciera tener causas más directas centradas en las ambiciones de una Alemania geopolíticamente revolucionaria; sin embargo, la catástrofe que se inició en 1939 no se explica si no se consideran las consecuencias del Tratado de Versalles y las políticas europeas de apaciguamiento en los años treinta, como bien lo describe el historiador británico Tim Bouverie en su excelente libro “Apaciguar a Hitler. Chamberlain, Churchill y el camino a la guerra”.
Aludir a los casos de las guerras mundiales no sólo es pertinente en relación con los procesos y causas que acaban llevando a la caída, sino también porque el estado actual de discordia internacional, la guerra y la insuficiencia de la diplomacia preventiva y el sistema multilateral, por considerar las principales realidades, llevan cada vez más a identificar paralelos con los tiempos de extravíos internacionales de antes de 1914 y de 1939, aunque con las diferencias que suman las novedosas situaciones del mundo de hoy, es decir, armas nucleares, ciber-rivalidades, tecnologías de predominancia, etc.
Los recientes acontecimientos en Rusia pueden que solo hayan sido una manifestación de descontentos militares, pero también podrían ser el comienzo de disturbios que tengan correlato en la (in) seguridad internacional, sobre todo si la (muy lenta) contraofensiva de Ucrania empuja al este a las fuerzas rusas. Pero también el segmento de la (in) seguridad podría deteriorarse sin que ocurrieran disturbios en Rusia, sino como consecuencia de un incidente (casual o deliberado) que tensione al límite el nivel estratégico de esta guerra innecesaria, es decir, el que peligrosamente confronta a Occidente con Rusia.
Porque esta guerra nunca habría tenido lugar si ese nivel mayor no se hubiese llevado a un grado de desmesura geopolítica y estratégica. La cultura de la Guerra Fría, es decir, de reconocimiento o jerarquía estratégica entre poderes mayores y, por tanto, de defensa del equilibrio, nunca fue reemplazada por una nueva cultura estratégica que proporcionara estabilidad a las relaciones entre Estados.
Quizá ello se debió a que tras la contienda bipolar Estados Unidos dejó de tener rivales y prevaleció un enfoque de predominancia casi absoluta, particularmente en relación con el rival que había dejado de serlo hasta desaparecer, pero que (eventualmente) continuaría siéndolo cuando se recuperara. Por entonces, China no era un rival, situación que según expertos como John Mearsheimer fue desaprovechada por Washington para ralentizar su crecimiento de poder.
Desde entonces nunca se consideró un equilibrio con Rusia, ni siquiera cuando hubo convergencia de intereses en relación con el enemigo común, el terrorismo de cuño transnacional. Más tarde se hizo más difícil, pues Moscú consideró, recordando a George Kennan en sentido contrario, que solo el uso de la fuerza podría detener la ampliación de la OTAN. Ello sucedió en 2014, y desde entonces el escenario internacional y global fue desmejorando sensiblemente hasta encontrarnos hoy en una situación de guerra indirecta entre la OTAN y Rusia y de rivalidad en ascenso entre Estados Unidos y China, el denominado “G-2” como casi única posibilidad de orden internacional, por centrarnos en los tres poderes de mayor actividad geopolítica y en los dos de mayor actividad geoeconómica-tecnológica.
Hacia 2019, con la pandemia casi en puerta, las posibilidades de una configuración internacional centrada en la diplomacia preventiva y la disuasión, el comercio y la tecnología y los aliados e instituciones, como proponían por entonces Antony Blinken (hoy Secretario de Estado) y Robert Kagan, llegaban tarde y parecían más orientadas a criticar la administración Trump que a salvar el mundo.
En el mundo de hoy no solo “nadie está a cargo”, sino que a nadie parece importarle algún tipo de esbozo de configuración. Como bien advierten Charles Kupchan y William Gaston, un sistema internacional sin orden es un orden estocástico, sin duda, la más peligrosa de las situaciones.
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