Por Israel Lotersztain
Fue el año previo a la pandemia, cuando por última vez visité Israel. Estaba alojado como siempre en Jerusalén, pero como me habían invitado a un debate en la Universidad de Tel Aviv, tomé un micro que une ambas ciudades.
Me senté en uno de los pocos asientos libres, y al mirar a mi acompañante de la ventanilla vi a una hermosa y muy joven morocha, vestida en uniforme militar, con el fusil reglamentario entre las piernas.
Al comenzar el viaje sacó un libro para leerlo, y al verlo no pude contenerme y le hablé. Dijo llamarse Yael. El libro era de poemas de amor de Iehuda Amijai. Le expliqué que había sido profesor mío en 1958, cuando nos enseñaba literatura a los maestros que desde la Diáspora acudíamos a Jerusalén para perfeccionarnos, y le conté la maravillosa persona que era el poeta, y cuánto me ayudó en lo personal incluso.
Ante tan insólita charla de mi parte ella se sincero completamente. Me contó que recién comenzaba a sus 18 años el servicio militar, que hacía muy poco había finalizado y mal una relación amorosa, y que los poemas de mi maestro la ayudaban mucho a superarlo. Y que ella también borroneaba poemas... Yo me sentí en la obligación de asegurarle que el futuro le demostraría que los actuales malos momentos se esfumarían de la memoria como los malos sueños.
Fue así? Estos días la recuerdo a diario a Yael. Estimo bastante probable que el futuro para esa soldado poeta haya sido la de estar ahora en Gaza o cerca, vengando un atroz pogromo en el sur de Israel, pero al mismo tiempo ayudando a matar (sin quererlo para nada!) a otras jóvenes como ella que sueñan con el amor. Un mundo terrible el que nos ha tocado vivir...
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