Por Alberto Hutschenreuter
Finalmente, Berlín aceptó que Polonia suministre tanques Leopard 2 (de fabricación germana) a una Ucrania necesitada de capacidades que le permitan sostener la guerra con una Rusia dispuesta a incrementar recursos. Más todavía, de acuerdo a reciente información, la misma Alemania, previo debate en el Parlamento, suministraría tanques Leopard 2 a Kiev.
Así, la guerra no sólo continuará por tiempo indefinido, sino que seguirá también el deterioro de la seguridad regional, continental y mundial; pues el enfrentamiento militar directo entre Rusia y Ucrania va acompañado del precario estado de no guerra entre la OTAN y Rusia, dos actores con capacidades nucleares tácticas y estratégicas (hay que recordar que los países europeos con ese tipo de capacidades estadounidenses estacionadas en su territorio, Alemania entre ellos, son considerados "no nucleares-nucleares").
La invasión u operación especial iniciada el 24 de febrero de 2022 produjo un seísmo en la cultura estratégica de Alemania. Es verdad que desde los sucesos de Ucrania-Crimea en 2013-2014 surgieron voces en el gobierno de Merkel que consideraban reconsiderar la disciplina que no sólo nació en Alemania, sino que fue allí donde se le dio un enfoque militar, darwinista y suelo-racial: la geopolítica.
La reconsideración implicaba ahora no olvidarla, pues quedaba claro que aquellos y otros sucesos hacían imposible plantear escenarios sin rivalidades interestatales en Europa (situación que Europa prácticamente había desterrado, a pesar de haber experimentado una guerra total en la ex Yugoslavia hacía veinte años). Fue así que se impulsaron centros para seguir los acontecimientos en clave político-territorial.
La guerra apresuró esa "nueva inquietud" en Alemania, al grado que supuso un "punto de inflexión" (Zeitenwende") para el gobierno del entonces flamante canciller Olaf Scholz. Habría un antes y un después en el país a partir del 24 de febrero.
Un atlantismo más extremo ha sido y es una de las consecuencias. La "Doctrina Adenauer" implicó que la Alemania de posguerra "adoptaría" (no había ninguna opción para un país derrotado, ocupado y dividido) un patrón de política exterior y de seguridad alineado (un eufemismo por subordinado) a Washington.
Dicho patrón se mantuvo, pero más adelante, sobre todo desde la llegada de Willy Brandt a la cancillería, sufrió una mixtura, pues Alemania desplegó una diplomacia que rompía con la "Doctrina Hallstein" de 1952 (según la cual, con la excepción de la Unión Soviética, Alemania no establecería ni mantendría relaciones con ningún país que reconociera a la República Democrática Alemana), a la vez que defendía la Westpolitik.
El atlantismo extremo implica una subordinación alemana a Estados Unidos, y el dato más categórico es geoenergético: Alemania, que desde hacía años recibía gas “de territorio ruso a territorio alemán”, es decir, evitando el tránsito del recurso por terceros (como Bielorrusia, Polonia y Ucrania), ha puesto fin a esa asociación con Rusia. Ello significa que tendrá nuevas fuentes, siendo posiblemente una de las más importantes el gas licuado proveniente de Estados Unidos.
Si esto último sucede, las ganancias de poder obtenidas por Washington como consecuencia de la guerra habrán sido notables: lograr desacoplar energéticamente al actor más poderoso de la Unión Europea de Rusia, convertirse tal vez en uno de los principales suministradores (de Alemania y los demás actores europeos) y, además, conseguir que Alemania (y otros) asuman económicamente más responsabilidad en materia de gastos militares.
Por ello, muy bien ha dicho recientemente el experto francés Emmanuel Todd que “la expansión de la OTAN en Europa del este no iba dirigida principalmente contra Rusia, sino contra Alemania. La tragedia de este país es que aun creía estar protegida por Estados Unidos”. Entre los Estados Unidos y Rusia, “los europeos se encuentran en un impresionante estado de confusión mental. Esto es especialmente cierto en el caso de Alemania”.
El enfoque antirruso es otra consecuencia de la guerra. Si bien desde el envenenamiento del político opositor ruso Alexéi Navalny Berlín tomó distancia fuertemente de Moscú, la invasión fue el punto de inflexión para reducir drásticamente las relaciones. Se trata de un dato fundamental, pues, salvo en las guerras mundiales, las relaciones entre Alemania (Prusia) y Rusia siempre han sido buenas. Es importante recordar que antes de los hechos que terminaron con la anexión o reincorporación de Crimea a Rusia la relación comercial entre estos dos países ascendía a más de 100.000 millones de dólares.
Además, dicho enfoque puso fin a la orientación occidental de la política exterior de Rusia, hecho que necesariamente ha impulsado la ampliación de la “ventana asiática” en el enfoque externo ruso.
Por último, aunque en Alemania se haya vuelto a hablar de geopolítica, ello no significa que el país se haya convertido en un actor geopolítico. Por el contrario, acaso la renuncia a trabajar con denuedo desde el principal activo que caracteriza a una “potencia institucional”, es decir, desde una diplomacia activa, realista y propia, la coloque en una condición antigeopolítica.
En efecto, insistir con el apoyo económico y militar a Ucrania implica proseguir trabajando no solo en la indefinición de la contienda y el desastre de todas las dimensiones de la seguridad, sino en dirección de la divisibilidad de la seguridad interestatal, precisamente, una de las cuestiones que ayuda mucho a entender el porqué de esta guerra.
La geopolítica es acaso la principal causa de la disrupción que hoy se vive en Ucrania y en la región; por tanto, la salida tendrá que basarse en la geopolítica, esto es, en que ningún poder mayor logre ventajas político-territoriales en su seguridad en detrimento de otro. Pero por ahora ello no parece encontrarse cerca.
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