viernes, julio 07, 2006

El Mundial y la cultura (DOS)

Ya casi terminada la fiebre mundialista cabe rescatar dentro de lo poco que han aportado los medios -sin dudas, lo más valioso ha provenido de la gráfica, en tanto la TV como contracara ha constituído el paroxismo de la tinellización vulgar del periodismo, de la estudiantina permanente en Alemania en lugar de en Bariloche- alguna pincelada publicada estos días:
- En una columna en el diario Clarín, Jorge Valdano -al conmemorar los 20 años de la obtención del título Mundial por parte de aquel equipo argentino liderado por Diego Maradona y como complemento dirigido por el amoral Carlos Bilardo -sí, el del bidón famoso que lo pinta de cuerpo entero, el del argentinísimo "vale todo"- en México- narraba:

"Todo mi mérito para escribir esta columna consiste en que ese día, a esa hora, yo pasaba por ahí. Y debo decir que me estaba aburriendo como un hongo, porque al partido no había por donde agarrarlo. Cuando queríamos ser rápidos éramos imprecisos, cuando queríamos ser precisos éramos tediosos. Once funcionarios de cada lado tratando de no equivocarnos. En un día así a nadie se le ocurre esperar la visita de la Historia, pero en aquella oficina llena de burócratas había un loco del que se podía esperar cualquier cosa. Un loco argentino, para más señas. Es importante reparar en la argentinidad del personaje porque, desde aquel día, Maradona y Argentina se hicieron sinónimos. Hablamos de un país con una relación claramente exagerada con el fútbol, que convirtió en una divinidad a un jugador con una relación claramente exagerada con el fútbol. Y aquella tarde que empezó siendo aburrida, Maradona exageró con el fútbol y con la argentinidad".

"Yo desde el suelo, y el mundo desde donde estuviera, vio que ese balón de Maradona subía en cámara lenta para empezar a bajar al borde del área pequeña, donde (Peter) Shilton y Maradona lo fueron a disputar todavía en las alturas. Ahí ocurrió algo que yo no supe entender, pero que se llamaba gol y había que gritar con toda la locura que merecía un partido tan desagradable, contra Inglaterra. Maradona corría y festejaba sin mucha convicción, como si su grito tuviera una duda dentro. Raro el gol, raro el grito. Yo seguía sin entender mucho hasta que, cuando llegué a los abrazos, me enteré de la primicia. Desde mi posición, sospeché que Diego no podía haber llegado con la cabeza hasta allá arriba, pero en ningún momento vi su mano, ni la de dios. ¿Alguna consideración ética? Veinte años después podríamos hacerla, pero en aquel momento solo sentimos alegría, alivio, quizás hasta un forzado sentido de la justicia. Era Inglaterra, no lo olvidemos, y Malvinas estaba fresca en la memoria. En los días previos al partido declaré que estábamos "ante una buena oportunidad para que se confundieran los imbéciles", pero era para hacerme el intelectual. Cuando la emoción se mete de por medio, imbéciles somos casi todos. Además conviene no olvidar que éramos argentinos, representantes de un país que disfraza con el eufemismo viveza, lo que en otros sitios se llama trampa".

"La oficina ya estaba patas arriba, pero el loco no había hecho más que empezar. Poco después recibió una pelota incomodísima en el medio del campo, y de espaldas a la portería. Giró, arrancó y se metió en un montón de líos de los que fue saliendo perfectamente. Yo venía acompañando a la altura del segundo palo, como si fuera un travelling de televisión. Diego asegura que intentó pasarme la pelota varias veces, pero que siempre encontraba un obstáculo que lo obligaba a cambiar de idea. Menos mal. Yo estaba deslumbrado y creía imposible (aún me lo parece) que en medio de todos esos problemas hubiera reparado en mi. Si me hubiera pasado la pelota como, según parece, estaba establecido en el Plan A, yo la hubiese agarrado con la mano y aplaudido. ¿Se imaginan? Pero no nos engañemos, estoy convencido de que Diego nunca estuvo dispuesto a soltar ese balón. A lo largo de esos diez segundos y diez toques, cambió de idea cientos de veces porque así es como funciona la cabeza de un genio en acción. Aquel festival que ponía en sintonía la inteligencia, el cuerpo y la pelota era un acto de genialidad, pero también el modo más profundo de ser futbolísticamente argentino. Lo que Maradona estaba haciendo era materializar el sueño futbolístico de los argentinos, que amamos la pelota más que el juego y, por esa razón, la gambeta más que el pase. Cuando la pelota entró en el arco supe, al instante, que estábamos en el momento de una gran celebración: Maradona acababa de ponerse la corona de Pelé. Consciente del tiempo histórico que estaba viviendo, hice algo que la humanidad todavía no reconoció. Yo, señoras y señores, saqué del arco la pelota que Maradona había metido. El foco, afortunadamente, seguía estando en otra parte. De hecho, veinte años más tarde, la pelota entra una y otra vez en la memoria de los que aman el fútbol. Y yo que creía haberla sacado".

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