Por primera vez, un medio gráfico de alcance nacional da cuenta de la especie que mencionábamos hace una semana, más exactamente el 19 de octubre pasado bajo la mirada " La sorpresa de Kirchner: el "increíble" renunciamiento¡ ".
Este viernes 27 de octubre, Ambito Financiero en su portada se ocupa del tema. Este es el artículo del colega Roberto García, titulado "¿Y si se va el matrimonio Kirchner de la Casa Rosada?":
Paradoja central: nadie discute que Néstor Kirchner dispone de un favoritismo en la población, de 50% a 80%, así coinciden todos los encuestadores, sean contratados o no por el gobierno. Ese dato, como es obvio, no determina si esa misma expresión popular se consumará luego en votos. Pero sí revela que al Presidente le cree una sustancial masa de argentinos. Curiosamente, y he aquí la paradoja, quienes lo rodean no comparten la misma fe de la gente, no le creen en suma. Sobre todo, cuando él manifiesta una intención clave e íntima para su vida política: retirarse de la Casa Rosada al concluir este mandato, el año próximo. Confesión insistente y repetida con la misma frase: «Nos vamos» (dicha, por supuesto, a muchos que lo último que desean es partir).
Ya se escribió que el mandatario les dijo a sus colegas españoles y chilenos (José Luis Rodríguez Zapatero y Michelle Bachelet) que pensaba en dejar, como sucesora en 2007, a su propia esposa Cristina Fernández. También les confió ese propósito a gobernadores, hombres de gobierno y cercanos, mientras agitaba sondeos de opinión que le garantizaban a ella la primera magistratura. Pero ocurre que la preferida, también en la discreción de la intimidad (también lo hizo en público, cuando viajó a los Estados Unidos), rechaza textual: «Yo no acepto». Por supuesto, hay quienes entienden que esa actitud personal debe estar reforzada porque las sumas algebraicas de las encuestas, para la primera dama, no son tan satisfactorias como las de su marido y que su candidatura implica un riesgo de segunda vuelta que al oficialismo no le gustaría atravesar.
Entonces, apartada en principio la senadora y esposa de la nominación en cualquier diálogo del poder, Kirchner ha vuelto a reiterar: «Nos vamos». Y sus interlocutores, allegados, casi todos de Santa Cruz -de la política o con cero en política- lo miran azorados. En verdad, desde que asumió atienden su mensaje relativo a la importancia institucional que significaría cumplir un solo mandato, pero siempre les costó aceptarlo. Ahora, más cerca del desenlace, les sucede lo mismo. Pero, aquellos de cero política, se interrogan: «¿Para qué me dice que se va a ir si yo no le pregunté nada? ¿Para qué me va a mentir?».
Ya se escribió que el mandatario les dijo a sus colegas españoles y chilenos (José Luis Rodríguez Zapatero y Michelle Bachelet) que pensaba en dejar, como sucesora en 2007, a su propia esposa Cristina Fernández. También les confió ese propósito a gobernadores, hombres de gobierno y cercanos, mientras agitaba sondeos de opinión que le garantizaban a ella la primera magistratura. Pero ocurre que la preferida, también en la discreción de la intimidad (también lo hizo en público, cuando viajó a los Estados Unidos), rechaza textual: «Yo no acepto». Por supuesto, hay quienes entienden que esa actitud personal debe estar reforzada porque las sumas algebraicas de las encuestas, para la primera dama, no son tan satisfactorias como las de su marido y que su candidatura implica un riesgo de segunda vuelta que al oficialismo no le gustaría atravesar.
Entonces, apartada en principio la senadora y esposa de la nominación en cualquier diálogo del poder, Kirchner ha vuelto a reiterar: «Nos vamos». Y sus interlocutores, allegados, casi todos de Santa Cruz -de la política o con cero en política- lo miran azorados. En verdad, desde que asumió atienden su mensaje relativo a la importancia institucional que significaría cumplir un solo mandato, pero siempre les costó aceptarlo. Ahora, más cerca del desenlace, les sucede lo mismo. Pero, aquellos de cero política, se interrogan: «¿Para qué me dice que se va a ir si yo no le pregunté nada? ¿Para qué me va a mentir?».
Los más avezados de la política, claro, son menos candorosos. Y entre el temor de volver a Santa Cruz y la posibilidad de ser ungidos como alternativas futuras por el propio Kirchner, reflexionan al revés: «Sí, dice que se quiere ir, que nos tenemos que ir, pero entonces ¿cuál es la razón por la cual ya ha lanzado su campaña política para el año próximo? ¿Por qué, en los últimos 15 días, se ha despachado con actos en distintos puntos del país, hablando como un candidato, casi planteando su reelección?». Sencillamente, ellos no entienden, ni aun los que se suponen que son almohadas del Presidente. Y entre sí, como una experiencia lúdica, han comenzado a cruzarse apuestas de variada índole -sustanciosas, como una semana todo pago en París, por ejemplo- para demostrar unos su convicción en las palabras de Kirchner, otros su criterio sobre las obligaciones de la política que desmienten esas revelaciones del Ejecutivo.
El intríngulis no sólo alcanza a ese núcleo privilegiado que visita la Casa Rosada o la residencia de Olivos, tal vez en vías de desocupación temporal, definitiva, o esperanzado en servir como sucedáneos a posibles aliados si se concreta la despedida. También se ha desplazado la duda a parte de la oposición. Hay quienes se muestran incrédulos, objetos quizá de una burla del oficialismo, pero al mismo tiempo se iluminan ante la alternativa: de pronto el sombrío horizonte de octubre del año próximo se transforma en soleado. Un desorientado, casi como si perteneciera al entorno oficialista, es Mauricio Macri: a él no le escapan las confesiones del Presidente aunque no disponga de una SIDE. Y, atónito, se reserva por definiciones futuras y se desvela como otros colegas por saber si Kirchner quiere retirarse por razones de salud (en verdad, ya nadie cree en esos diagnósticos con los cuales se ha intoxicado al país en los últimos tres años) o por otras extravagancias, ya que jamás le aceptarán su presunta voluntad por mejorar la institucionalidad del país.
Pero les cuesta convencerse, piensan que el mandatario no dejará el cargo y volverá a presentarse porque debe conservar una estructura partidaria, porque no confía en ningún sucesor -lo cual es obvio, ya que no confía ni siquiera en ningún amigo-, porque debería temer una futura recorrida por Tribunales (casi un estigma de los presidentes argentinos) o porque, simplemente, el room service de Olivos es más completo que el de Santa Cruz.
Lo cierto de todo esto es que los que más saben, no creen. Por más que Kirchner les asegure y repita que se va del gobierno con su mujer, inclusive. Y con todos ellos. Negándose a esa partida, esos íntimos se fundamentan: él ya empezó la campaña, continuará la hilera de actos, las presentaciones, sólo actúa así quien pretende volver a elegirse. La paradoja, entonces, sigue: quienes lo entornan creen que miente y los que no conocen sus confesiones, quienes le creen en forma mayoritaria según las encuestas, de su boca nada han escuchado, carecen de información. Lo concreto es que cada día está más cerca un pronunciamiento, al menos para saldar apuestas.
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