Los Medios y la krisis
Les acercamos dos visiones diferenciadas acerca del rol de los Medios y el periodismo en gral. en la cobertura de la krisis que por estas horas vive nuestro país.
En una de ellas, el colega Eduardo Aliverti, que escribe los lunes en el medio neo oficialista Página 12, bien refiere a la repartición de la torta y a la falta de iniciativas de mediano y largo plazo en políticas agrícola-ganaderas, aunque consideramos injustificable especialmente viniendo de alguien que se tilda de progresista que en función de la trágica historia que signó nuestro país la violencia política, se acerque al oficialismo muy generosamente y minimice ampliamente el accionar de las patotas del paraestatal Luis D 'Elia empleadas como fuerza choque kirchnerista. La violencia alentada desde el Estado es sumamente preocupante, mucho más que la que se ejerce llegado el caso desde fuera de la órbita del Estado, por algo ya en los juicios a los responsables de la dictadura del 76 se marcó la sana distinción entre el estar fuera de la ley por parte de grupos guerrillos y el terrorismo de Estado como ilegalidad muy superior, una tesis además subrayada también por el kirchnerismo gobernante.
Aliverti señala: "D’Elía corriendo de la plaza a los que de todas maneras se iban a ir apenas llovieran dos gotas, el uso de las huestes de Moyano como fuerza de choque, estructuralmente son pelotudeces. El partido no se juega ahí más que como sección secundaria. Se juega en cómo se reparte la torta y para qué".
En la otra visión, la de Matías Longoni, colega de Clarín y titular de Círculo Argentino de Periodistas Agrarios, cabe destacar una afirmación al pasar, que no podemos eludir al menos quienes sostenemos desde el primer día que el kirchnerismo es la continuidad plena del menemismo bajo otro ropaje, el de lo políticamente correcto, ropaje que ahora ha entrado en crisis amplia de credibilidad: "Telam me genera indignación, no me sacudía tanto cuando yo trabajaba allí, en las épocas censoras, aunque menos, del menemismo".
F. E. Mauri.
* La rebelión de los gringos
por Matìas Longoni - period. de Clarín y presidente del Círculo Argentino de Periodistas Agrarios (CAPA) (*)
Me han pedido, como periodista especializado en agro, que dé mi opinión sobre la cobertura mediática del conflicto entre el Gobierno y el campo, de la cual yo mismo he formado parte. Difícil tarea; no es tarea sencilla hablar mal de medios y colegas. Pero obligatoria, porque en definitiva soy de los que creen que en esta Argentina de la convulsión sencilla se hace necesario derribar algunas estanterías para construir otras nuevas y más resistentes. No se ofendan.
Creo, en caliente, que la cobertura sobre el paro agropecuario (sí, "paro" y no "lockout", porque los que cortaron la ruta laburan mucho más que yo, que vos y seguramente más que los municipales) ha sido una reverenda porquería. Inicialmente, y esto es de manual, porque los medios empezaron realmente a preocuparse cuando el conflicto se hizo severo, cuando los cortes de ruta y las amenazas de desabastecimiento y violencia.
Ningún medio cedió demasiado espacio (y mucho menos la tapa) cuando la cosa se andaba gestando, de cinco años a esta parte. Ninguno habló demasiado por ese entonces de las millonarias y matemáticas transferencias de ingresos de productores a otros eslabones de la cadena comercial o a un Estado que la gastaba mal. Guillermo Moreno empezó a ser noticia recién cuando manipuleó los valores de la inflación del INDEC, tan caros a nuestros bolsillos ciudadanos, y no cuando hizo trizas los sistemas de formación de precios del ganado (la carne), los del Mercado Central (las frutas y verduras) y los del trigo (el pan). Tampoco cuando hizo añicos el poco Estado con el cual contamos. Todo eso fue vital para el después; los medios llegaron tarde. En el transcurso, los periodistas agropecuarios nos sentimos unos parias.
Y cuando apareció el quilombo, la mayoría de los medios reaccionó muy mal y siempre de acuerdo con su razón social: comprado o autónomo. Los comprados parecían piezas de un ejercito de robots repetidores y su única tarea fue descalificar. Nunca antes escuché tantas veces la palabra "golpistas" como ahora, ni siquiera en tiempos de Aldo Rico. Nunca antes vi que se discutiese tanto sobre la diferencia entre un paro y un lockout. Leí tantas líneas gastadas en hacer política berreta.
A los medios autónomos les concedo la gracia de que todavía lo sean. Gracias a no sé quién siguen siendo reductos humanos, donde priman otros intereses y la contradicción es la receta. Creo que, en esta ocasión, fueron un refugio útil frente a los otros.
Un párrafo merece la agencia estatal (de todos nosotros) Télam, en donde me forme como periodista. En quince días de paro gastaron los dedos para defenestrar al paro rural desde todos los costados, sin piedad, y no concedieron ninguna cabeza a contar las razones -equivocadas o no-, de la protesta. Todos los sellos de goma del oficialismo desfilaron por ese medio, sin filtro. Decían barbaridades, aunque en realidad no decían nada nuevo: repeticiones de un discurso que les llegaba de arriba, lo mismo que a los ministros. En toda mi cobertura no tomé un solo encomillado de esa agencia. Esta indignación no me sacudía tanto cuando yo trabajaba allí, en las épocas censoras, aunque menos, del menemismo.
Tengo posición tomada, lo sé. Me hubiese gustado que los diarios anticiparan esta rebelión auténtica del interior profundo, que poco tiene que ver con los oligarcas que tanto asustan hoy a los militantes del pueblo. Que los hay, gorilas, los hay. Soy periodista agropecuario: por amor a una información, hasta he tomado whisky con muchos de ellos. Pero hay un largo trecho de allí a decir que este paro era un intento de un sector desestabilizante para quedarse con toda la plusvalía de la pampa húmeda. ¿Qué quieren? ¿Que les diga en que páginas de Internet hay que mirar para enterarse de cuántos productores hay en esta región del mundo? Tomensé el trabajo: a muchos colegas les recomiendo que estudien el Censo Agropecuario del INDEC y compren "Márgenes Agropecuarios", que miren bien todos los números. En la cobertura del conflicto, salvo excepciones, hubo una ausencia feroz de datos claves para entenderlo.
Soy periodista agropecuario, repito, y me suele suceder que cuando regreso de una nota en el interior (sea con un oligarca o con un minifundista) siento ingenuamente que hay un país muy diferente al que se respira en Buenos Aires. Hay seres humanos detrás de la General Paz. Me hubiese encantado que alguien titulase sobre este paro: "la rebelión de los gringos". Lo más cercano fue aquello de la "guerra gaucha" con que copeteó el diario Crítica. El paro agropecuario, en su escalada, terminó siendo un llamado de atención severo hacia quienes hacen la política y deben conciliar los intereses de todos los argentinos.
Considero que cuando las cacerolas porteñas comenzaron a sonar no lo hicieron tanto en solidaridad con los productores sino asqueadas por un estilo de hacer política. Muchos medios y periodistas ya se han hecho carne de ese estilo, que no es de izquierda o derecha, ni oficialista ni opositor, sino simplemente autista: muchos medios ya no reflejan lo que sucede en su entorno sino intereses segmentados que tergiversan la película. Espero no haber contribuido, con mis notas, a esta confusión general.
* El Círculo Argentino de Periodistas Agrarios (CAPA) es una asociación que nuclea a cerca de 400 periodistas especializados en temas agropecuarios de todo el país. Esta columna de opinión fue publicada e el site Diarios sobre Diarios.
* Primero lo primero
Por Eduardo Aliverti - Página 12
El hecho concreto que sacude al país no deja espacio para medias tintas. Se está con o se está contra el lockout del “campo”. Y esto está dicho esencialmente, aunque no sólo, desde dentro del ejercicio periodístico y respecto de la cobertura de lo que sucede. Se escuchan posicionamientos ambiguos, siendo suaves, que terminan armando una ensalada indigerible entre que “lo importante es sentarse a dialogar”, que “las dos partes tienen su cuota de razón”, que “hay que bajar los decibeles”, que “la dirigencia agropecuaria fue desbordada por las bases”, que “es una locura la soberbia gubernamental y las acciones patoteriles de D’Elía y los camioneros”. Esos ensaladeros son básicamente los pusilánimes, los mediocres, los que carecen de formación intelectual o ideológica sólida, los que no saben qué opinar y menos que menos, ni aun por intuición, de qué lado ponerse. Pero no son subjetivamente tramposos. No les da la cabeza, simplemente, o, en el “mejor” de los casos, carecen de poder mediático para decir lo que en verdad piensan o sienten. Hay, en cambio, una fauna periodística con dos nutrientes: una está presa de que su negocio es el denuncismo antikirchnerista a rabiar, porque su target son los sectores culturalmente molestos de las clases medias urbanas; la otra, derecho viejo, está ligada a los intereses ideológicos y comerciales de sus multimedios, que le hacen el coro al “campo” con la amplificación desnuda, vacía, espectacularista, del tilingaje cacerolero y de las lágrimas de cocodrilo de gente que se cree la dueña del país. Una parte entre significativa y sustancial de la facturación de los grandes medios proviene de los emporios agropecuarios, de modo que a otro perro con el hueso de la independencia periodística en el tratamiento del lockout del “campo”. No mientan más. Basta de disfrazarse. El hecho concreto es que este paro salvaje generó un desabastecimiento cuyas víctimas, por vía inflacionaria, son los sectores más desprotegidos de la población. El hecho concreto es que los mismísimos protagonistas del paro reconocen que lo que está en juego no es perder plata, sino dejar de ganar alguna. El hecho concreto es que salieron a disputar el espacio público en defensa de sus intereses, a costa de joderle la vida a la mayoría de la sociedad porque esto no es un corte de calles en el centro porteño que perjudica la llegada puntual al trabajo. ¿Están a favor o en contra del hecho concreto? Díganlo de frente. Todo lo demás es anecdótico mientras no haya esa toma de posición definida frente a un episodio de esta magnitud.
El segundo aspecto, paradójicamente, es que todo eso que se transforma en anécdota por obra de idiotas útiles y cómplices viene a ser nada menos que el núcleo de lo que debería discutirse. En el turno gubernamental, la situación deja claro que (como en la gran mayoría de las áreas estratégicas) en el desarrollo agrícola-ganadero se carece de un proyecto de mediano y largo plazo que no sea explotar de soja, continuar aprovechando la demanda internacional de materias primas, recaudar con las retenciones y sentarse a tomar mate viendo cómo crecen las reservas del Banco Central. Por fuera de eso –y no solo como responsabilidad del Gobierno, que la tiene en primer grado, sino del conjunto de los actores sociales– no hay debate ni señalamientos alternativos que le importen mayormente a nadie. Quiénes son los principales beneficiarios de esta danza de agronegocios; qué será de la tierra con este esquema de virtual monocultivo, con crecientes riesgos de contaminación de todo tipo; cómo es posible que el 85 por ciento de la producción, en un territorio de cadena agraria, sea llevado por el más caro de todos los medios de transporte, que es el camión, mientras la recomposición de la red ferroviaria destaca como su estrella el montaje de un tren bala; cómo se explica que en este granero del mundo que puede darle de comer a 300 millones de personas haya un tercio de la población pobre e indigente; con qué se traga que más del 90 por ciento de los agentes del campo sean productores pequeños y medianos, y trabajadores rurales, pero casi la totalidad de la superficie en cultivo esté en manos de un puñado de terratenientes... El Gobierno viene eludiendo ese debate, al igual que los grandes medios de comunicación aliados a los fiesteros agroexportadores. Y un buen día, oh sorpresa, resulta que los fiesteros quieren más todavía y paran el país –no hacia dentro de sus cotos, donde siguen cosechando– ayudados por la bronca de los más débiles de la cadena, que les sirven de mano de obra piquetera. El contexto de muñeca política, nula o escasa, que tuvo el oficialismo para manejar el escenario es de segundo, tercer o último orden. El tono soberbio de Cristina, D’Elía corriendo de la plaza a los que de todas maneras se iban a ir apenas llovieran dos gotas, el uso de las huestes de Moyano como fuerza de choque, estructuralmente son pelotudeces. El partido no se juega ahí más que como sección secundaria. Se juega en cómo se reparte la torta y para qué.
Sin embargo, que el Gobierno se apropie de una parte de las rentas descomunales del “campo” no puede ser puesto en duda como derecho del Estado, en tanto lo estatal es concebido como regulador de los desequilibrios sociales. Es atrozmente cínico sostener que uno se deja meter la mano en el bolsillo por el fisco sólo si ve que eso es devuelto en el mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad. ¿Desde cuándo les importa a estos tipos que las rentas del Estado vuelvan al pueblo en salud, educación, vivienda, servicios públicos? La discusión primaria no puede basarse en si es justificable la atribución del Estado para tomar porciones de lo que produce la economía. Para qué se usa esa retención es un debate que viene después, y que los fiesteros pretenden poner antes. Propiciadores, mandantes y socios de cada dictadura que asoló al país, la única novedad de esta oligarquía, a la que hoy quedaron pegados sectores dirigentes del agro con propuestas históricamente progresistas, es que el gran capitalista agrario tradicional cedió terreno frente a un conjunto limitadísimo de transnacionales y grupos locales, introductores de la valorización financiera de la tierra a través de sus fondos de inversión. Concentración extranjerizada, pero en el fondo semántico, como categoría política, los mismos intereses de la derecha oligárquica de toda la vida.
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