viernes, agosto 22, 2008

Los recambios económicos ineludibles

La injerencia manipuladora y patoteril del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, sobre el Indec, más temprano que tarde se está acercando a su fin. Pero sin dudas, más allá del recambio de nombres, lo que se requiere es una nueva metodología que naturalice lo real y legítimo, dejando atrás la flagrante manipulación que se viene cristalizando desde enero de 2007, con índices que reflejan apenas casi una tercera parte del dato real de crecimiento de los precios, minimizan la pobreza, y suponen una defraudación a los bonistas acreedores del Estado argentino, consolidando la pésima imagen del país en el mundo.


Vaya como reflejo de todos modos para patentizar la resistencia de Néstor Kirchner a cambiar el escenario el dato que surge de la última columna del colega Maximiliano Montenegro en Crítica:

“En los despachos de la conducción económica dicen que desde hace rato el problema no es Guillermo Moreno. Cuenta un funcionario de primer nivel que, como es habitual, el secretario de Comercio llevó a Néstor Kirchner los números provisorios de la inflación de julio, que arrojaban en el dibujo del Indec 0,6 por ciento. El ex presidente miró la planilla, tachó la cifra, escribió 0,4% y ordenó: “me lo justificás”. Leal y obediente como lassie, Moreno difundió el comunicado oficial con la corrección solicitada”.

De todas maneras, las necesidades de oxigenación del Gobierno a partir de su debilidad tras apostar como estrategia medular al todo o nada y perder la lucha contra la protesta social generada tras motorizar una nueva suba de las retenciones ante las acuciantes necesidades fiscales no se habrán de acotar al Indec.


Otro dato ineludible -más impuesto por las circunstancias que deseado- será el reemplazo del cuasi inexistente ministro de Economía, Carlos Fernández.


Y aunque quizás en este caso a diferencia del organismo de mediciones públicas, el recambio se materialice más tarde que temprano, una figura de cierto relieve y peso propio habrá de surgir a partir de la necesidad centralmente de exhibir otra imagen hacia el exterior. El propio nuevo jefe de Gabinete desde dentro de la administración K brega por este reposicionamiento.


Volvería así a ocupar el Palacio de Hacienda un actor con cierto volumen en la línea del ex ministro Roberto Lavagna, y se dejaría atrás al acotado margen de maniobra de quienes sucedieron al fundador de la consultora Ecolatina, desde la “transparente” Felisa Miceli, pasando por Miguel Peirano, Martín Lousteau y llegando hasta el actual cuasi “mudo” Carlos Fernández.


De motorizarse esta modificación, el país volvería a tener un ministro de Economía licuando de alguna manera la sempiterna presencia del ex presidente Néstor Kirchner del manejo de la política económica. Lo más auspicioso para un gobierno reside en impartir la arquitectura económica en un contexto de decisiones políticas, y tras ello dejar al responsable del Ministerio de Economía el manejo de los resortes de su área.


El baño de necesidad y realismo K asemeja el cuadro de Santa Cruz tiempo atrás. Rememoremos: cuando NK fue presidente, no dejó tener casi la menor independencia y manejo al hasta donde se sabe probo y serio gobernador Sergio Acevedo, lo que provocó su renuncia a raíz de que se cansó de lidiar con tales presiones. Tras esa inesperada dimisión, NK promovió al híper gris Carlos Sancho que fue un mero observador de cómo la crisis social se instaló en el sur hasta que también se fue de la gestión. Finalmente, Carlos Peralta -en ese entonces diputado provincial de licencia por estar abocado a la intervención en Yacimientos Carboníferos Fiscales en Río Turbio- llegó al poder merced a su mayor muñeca política y espíritu dialoguista y fue legitimado en los comicios de octubre de 2007.


No resulta muy arriesgado parangonar a Acevedo con Lavagna, a Sancho con Miceli y Carlos Fernández y a Peralta con el eventual sucesor de Fernández.

En definitiva, sería hora de volver a poner las cosas en su lugar, en un país que se ha caracterizado -a partir de sus “particularidades”- en promover desde superministros todo poderosos -con Domingo Cavallo como paradigma en los 90 y en 2001- hasta los prácticamente sin poder alguno como los citados de la administración K.

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