Por Eduardo Zamorano
“MAFIA” es una expresión que originalmente designó a una organización secreta siciliana que brindaba protección a terratenientes y comerciantes, colaborando también con los nacionalistas que pugnaban por la unificación de Italia.
Como suele suceder, el término se universalizó para abarcar a grupos similares que operan en diferentes regiones de la península e incluso en otros países del mundo.
Debe recordarse que, a mediados del Siglo XIX, la zona sur de Italia (comprensiva, entre otras zonas, de Nápoles, Sicilia y Calabria) pertenecía al denominado “Reino de Nápoles”, propiedad de la dinastía borbónica.
Las luchas por incorporar ese vasto territorio a la patria italiana fueron arduas y tuvieron en Garibaldi a su principal paladín. En el marco de las convulsiones para desalojar a los Borbones, resultaba inexistente la presencia de una autoridad estatal que definiera reglas y garantizara el orden público. Ello engendró las organizaciones mafiosas que, como anticipamos, tuvieron un rol de autoprotección de personas y propiedades hasta que, agotado el mismo luego del triunfo italiano, usufructuaron sus afiatadas estructuras para dedicarse a la delincuencia organizada, perniciosa actividad que perdura hasta nuestros días.
Así, en Calabria actúa la “Andragheta”; en Sicilia la “Mafia” (rebautizada “Cosa Nostra” por los numerosos grupos que a principios del Siglo XX emigraron a la costa este de los Estados Unidos); en tanto que en Nápoles sentó sus reales la “Camorra”.
A pesar que sus emprendimientos son similares (secuestros, extorsiones, tráfico de armas y narcóticos, juego clandestino, prostitución, etc), poseen un despliegue organizativo diverso. Por ejemplo: tal como se muestra en la saga del “Padrino” (versión edulcorada del fenómeno debida al novelista Mario Puzo), la mafia es verticalista: hay “soldados” en la base, “capos” en los pliegues intermedios, y un “Padrino” en el vértice superior, cuya elección corre por cuenta de los representantes de los clanes que integran la organización.
Por el contrario, la Camorra se mueve horizontalmente; las “familias” que la componen suelen celebrar alianzas circunstanciales pero no reconocen un mando unificado.
Desde luego, ambos métodos presentan fortalezas y vulnerabilidades. La Mafia es más compacta y la autoridad de los sucesivos Padrinos suele frenar las disputas intestinas; empero, es más fácil de penetrar y reprimir por la autoridad estatal. A la inversa, la Camorra suele desangrarse en interminables disputas internas, pero esa dispersión, paradojalmente, la hace menos lábil para ser erradicada.
Al referirnos a estos núcleos delincuenciales se hace difícil soslayar un dato inquietante: desde su nacimiento en el sur de Italia, sólo pudieron ser diezmados, casi hasta su total extinción, hacia 1922 durante el fascismo mussoliniano. Y subrayamos que el recuerdo genera, por lo menos a este escriba, un cierto escozor porque sugiere que solamente en un contexto de Estado omnipresente y fuertemente represivo es posible arrasar con estas rémoras antisociales.
También conviene memorar que para su “renacimiento” las mafias itálicas contaron con un patrocinante excepcional: las agencias de inteligencia de los EEUU. En efecto, durante la Segunda Guerra Mundial, grupos mafiosos residuales fueron apuntalados por agentes americanos para sabotear al gobierno fascista, y proporcionar información, etc al bando aliado. Pocos años después, iniciada la Guerra Fría, el natural anticomunismo de los mafiosos fue sumamente apreciado por los estrategas norteamericanos.
Claro está, que siguiendo una tradición histórica de larga data, el país del Norte empleó todos los recursos del FBI para limpiarlos, trabajosamente por cierto, de su territorio, pero hizo la vista gorda respecto sus tropelías en el exterior.
Esta breve reseña histórica tal vez permita comprender, mínimamente, la increíble supervivencia de estos grupos, máxime un país desarrollado, puntal de la Unión Europea como es la actual República de Italia.
La película “GOMORRA” (dirigida por MATEO GARRONE, y basada en el best-seller de ROBERTO SAVIANO) practica una profunda y descarnada disección de la Camorra Napolitana.
Para emplear la terminología de los entendidos, el film tiene un desarrollo “coral”, lo cual traducido al idioma de los aficionados significa que se trata de varias historias independientes, narradas en forma simultánea, con escasos o nulos vasos comunicantes entre sí.
De esta manera contabilizamos cinco situaciones que van progresando a lo largo de la película, a saber:
1.- Un gris “contador”, parece un tímido burócrata inofensivo -y probablemente lo sea-, que se encarga de abonar servicios a las familias y, sobre todo, subsidios por los “soldados” muertos o en prisión.
2.- Un preadolescente, repartidor en un mercadito del barrio que, luego de salir airoso de la ceremonia de iniciación, comienza a colaborar con un sector de los camorristas.
3.- Un diseñador de moda, explotado por su mafioso patrón, que cede a la tentación de brindar sus conocimientos a una banda rival integrada por inmigrantes chinos.
4.- Un químico universitario que actúa como asistente de un “entrepreneur” dedicado a reducir los residuos tóxicos de empresas locales y extranjeras sin pruritos por la contaminación fenomenal que provoca.
5.- Dos jóvenes delirantes que ejercen la “profesión autónoma”, resistiéndose a ser cooptados por la Camorra, convencidos que, a la larga, serán los scarfaces posmodernos.
Todas estas criaturas se debaten en medio de la guerra facciosa desatada al interior de la Camorra; quedan, con mayor o menor fortuna, aprisionados por esta tenaza letal.
El film se enmarca en el hiperrealismo que caracterizó al cine italiano desde la mítica “Ladrones de Bicicletas” en adelante. No hace concesiones a la espectacularidad, el romance, la intriga, o el personaje simpático.
Por esa razón, las situaciones que describe poseen la fuerza conmovedora de lo tangible, de aquéllo que reconocemos como existente, que asumimos como dramáticamente posible.
De igual forma, luego de terminada la proyección, pasadas unas cuantas horas, llega el momento de la reflexión. Va cediendo el impacto emocional por las peripecias de los personajes para dar paso a las inevitables asociaciones con situaciones cercanas.
En los últimos tiempos, nuestro país fue escenario de asesinatos con tufo mafioso. Obviamente no hacemos referencia al vandalismo cotidiano (llamado, pundonorosamente, “inseguridad” por medios y políticos) de una delincuencia sin control, alimentada por la miseria, la droga y sobre todo por la anomia que despedaza a nuestra sociedad.
Bajo el efecto de “Gomorra”, pensamos en los asesinatos pulcros, por encargo, hasta el presente impunes, perpetrados en shoppings y coquetos locales de productos náuticos, donde las víctimas son extranjeros opulentos y, al parecer, los ejecutores resultan sicarios fantasmales.
Los opinólogos que posan de expertos para los grandes medios afirman que estas bandas están ligadas al narcotráfico colombiano o mejicano, así como que proliferan en los países subdesarrollados.
Ahora bien, el espectador de “GOMORRA” se pregunta incrédulo: ITALIA ¿es un país subdesarrollado?
La respuesta negativa es obvia. Y siendo así ¿cómo explicar que el Estado Italiano (sea ocupado por el centro izquierda o el conservadurismo) no pueda terminar con estas calamidades?
Una posible respuesta a estas perplejidades sería que los países estilo “BELINDIA” (mitad Bélgica y mitad la India) no son exclusivo patrimonio de estas latitudes.
La industrializada Italia puede ser un buen ejemplo de esta provisoria conclusión.
Desde Nápoles, donde comienza “el empeine de la bota”, hacia el sur encontramos un país sustancialmente distinto al norte rico y desarrollado.
La tragedia de la dualización social -y en este caso, también territorial- brota en el corazón de la poderosa Europa Occidental; aunque muchos no lo vean o prefieran hacer escarnio de las vapuleadas repúblicas de esta parte del mundo.
Una película interesante y que, como otras recientemente estrenadas que hemos comentado, ofrece una excelente oportunidad para la reflexión y el debate.
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